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El muro, ¿por qué?

El evento en que se vieron envueltos el Dr. Pedro Ureña y sus amigos al transitar por la carretera internacional, constituyó la publicación de una tomografía axial computarizada que mostró en tercera dimensión lo que todos sabemos pero no vemos, la frontera no existe. Se trata de figuras respetadas, lo que explica la resonancia del caso, que sirvió además para poner en alto relieve que esos caprichosos episodios de chantaje contra la autoridad fronteriza son habituales para los dominicanos que habitan la zona.

La conciencia sobre la utilidad de un muro fronterizo emergió de manera espontánea, pero como es natural, desde su condición de minoría sacada a relucir por los eventos, hay quienes resisten la idea, cada cual desde las sobradas razones de sus intereses. Se trata de las elites empresariales, los voceros de la comunidad internacional, que para lavarse las manos paga a mercenarios nuestro descrédito y, también porque les acompaña el que no debe dada la naturaleza de su responsabilidad, el gobierno.

Muchas veces, las manifestaciones de rechazo se producen bajo argumentaciones superfluas, sensibleras y manipuladas, asistiéndose a menudo del argumento ad hominem, sin que nos detengamos en los fundamentos objetivos e irrebatibles que nos obligarán a construir un muro más allá de cualquier sentimiento o interés personal que podamos justamente tener.

Si pretendemos sobrevivir como nación a las implicaciones del universo de dramas que implica Haití y los contrastes que nos hacen víctima de esa desgracia, no nos queda otro camino.

Mientras nosotros sostenemos un crecimiento promedio del PIB sobre el 5% desde 1960, Haití expresa un comportamiento inestable en su economía, que las más de las veces no rebasa el 2%, mostrando incluso tasas negativas como en 1994 que fue de -11,06%. Al cerrar el año 2017, el PIB de República Dominicana fue de US$75,932 millones, nueve veces más grande frente Haití que apenas alcanzó US$8,408.

Para el mismo año, Haití cerró con un PIB per cápita de US$765.68 y mientras RD lo hizo con US$7,052.26, también más de nueve veces mayor. Pero ahí no se paran las cosas, mientras el PIB per cápita para el año 2030 ascenderá a US$1,229 para Haití, en RD ascenderá a US$14,490, o sea, once veces más. (Fuentes: Banco Mundial y Millenium Project (MP). Latinoamérica 2030. Análisis basado en datos históricos del FMI y proyecciones del modelo “International Future”, Universidad de Denver).

La CEPAL proyecta que para el 2030 seremos unos 25 millones (Haití 13,363,000, RD 12,039,000), pero buena parte de los demógrafos suelen coincidir en que para la década del 2030-40 la isla alcanzará una población de 30 a 40 millones.

No será difícil predecir que dadas las tasas de natalidad de ambas naciones, es seguro que las dos terceras partes de los habitantes de la isla podrían ser haitianos.

Otros datos siguen manteniendo el abismo. Mortalidad Infantil: 2017, Haití 41,8 por mil (%o) nacimientos, RD 18,1%o; 2030, Haití 47,99%o, RD 11,95%o (no olvidemos que nuestros números están impactados por el paritorio haitiano). Esperanza de vida: 2017, Haití 63.33 años, RD 73.86; 2030 Haití 66.21, RD 78.44 años. Tasa de alfabetización: 2017, Haití 60,7%, RD 91,2% (CIA World Factboock), 2030, Haití 69,03%, RD 92,91% (MP).

En fin, bastaría con recordar que los vecinos tienen una cobertura boscosa de un 1.75% de su territorio y una matriz energética basada en leña y carbón, sin que ocurra ningún esfuerzo por superarlo al momento, una amenaza medio ambiental seria que impactará en la crisis del agua que ya los afecta gravemente.

Al margen de esas consideraciones tenemos el gravísimo problema del dumping del mercado laboral dominicano, reflejado en su elevado nivel de informalidad calculado en 54%. Se reconoce en estudios nacionales e internacionales que nuestro mercado paga salarios, en el 2018, inferiores hasta en un 20% a los que pagaba en la década de los 90, para un trabajador cuyos proveedores son eficientes en ajustarle el precio de la canasta básica a la fecha; según los economistas, eso es posible gracias a la distorsión que genera en el mercado la presencia masiva de trabajadores extranjeros ilegales y por demás indocumentados en general.

Podría abrumarlos y alegar otros motivos, pero es obvio que al incrementar sus dramas, Haití incrementará también la expulsión espontánea de población, no crisis migratoria como se suele aducir, porque las causas lejos de reducirse se agigantan. En ese contexto, hablar de que no es necesario construir un muro para ordenar los flujos migratorios y el comercio, no para dividir, es el resultado de la incapacidad que acusamos especialmente políticos y empresarios para asumir la planificación como una cultura de inherente a toda acción, porque la vocación de privilegiar intereses electorales y corporativos está por encima del bien común.

Ese Haití que se padece a sí mismo, nos hace padecer, más el que se nos viene encima, no da muestra de procurar un cambio de rumbo, su condición de Estado fallido se agudiza, la debilidad de sus instituciones no alcanza para sostener su precaria democracia, sin tutela militar internacional padece un vacío tal, que al primer y único gobierno que le sucede, en año y medio, ya lo impactan dos conspiraciones, una de ellas en curso.

Sostener un Estado que ordene la vida de una nación con las características históricas, sociales, políticas y económicas de Haití es una misión compleja y financieramente costosa.

Es en ese contexto, advierto que el muro se construirá de emergencia, como siempre entre nosotros, y que lejos de ser un capricho es una imperiosa, indetenible y urgente necesidad, si queremos sobrevivir al caos, preservar la identidad y usarlo de mensaje al mundo melodramático, para que cese en su conmiseración, involucre sus bolsillos y ponga manos a la obra en el rescate de Haití, para convertir así al haitiano en ciudadano, no en mendigo de misericordia migratoria.

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