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Hacia el 2020: el juego de la desconfianza

La política en nuestro país puede tomar ribetes dantescos, si se quiere fácilmente explicables por la química y la biología.

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Hacia el 2020: el juego de la desconfianza

Un grupo de investigadores suizos realizó un experimento que hoy se conoce como “el juego de la confianza con venganza”. El juego revela mucho acerca de lo que motiva a las personas a vengarse y consiste en que usted y un socio anónimo reciben 10 dólares cada uno, y usted es quien debe hacer la primera jugada. Usted debe decidir si le manda el dinero a su socio o si se queda con él.

Si usted se queda con el dinero, cada uno se queda con sus 10 dólares, y el juego termina. Pero si usted los envía, los participantes cuadriplican en forma automática – como parte del juego simulado – a la suma a US$40.00, de modo que su socio tiene ahora 50 dólares.

La primera pregunta que se hace el participante es: ¿por qué, desde un primer momento, arriesgaría mis 10 dólares? Lo debe hacer si confía en su socio en la misma forma que espera que este confíe en él. Ello es así pues hay un riesgo: él puede elegir entre quedarse con los 50 dólares – lo que a usted lo dejaría sin nada – o enviarle 25 dólares de vuelta, para compartir ganancias en montos iguales.

Si su socio actúa en beneficio propio y a corto plazo, nunca le mandaría los 25 dólares. Sabiendo esto, actuando de la misma manera, usted nunca le mandaría los 10 dólares que envió al principio. En consecuencia, usted no hará nada y acaba el juego.

La buena noticia es que la gente tiende a confiar y orientarse a la reciprocidad como un medio racional de creación de valor. Es decir, durante el experimento muchas personas entregaban los 10 dólares a sus socios y a su vez sus socios reciprocaban compartiendo las ganancias de 50 dólares entre ambos. Una vez se daba el primer paso, la posibilidad de creación de valor subía exponencialmente.

Sin embargo, el juego suizo no termina ahí. Si su socio decidiera quedarse con los 50 dólares, el administrador del juego daría a usted una oportunidad durante la próxima etapa del juego de usar parte de su propio dinero para castigarlo. Así por cada dólar que usted gaste, su socio codicioso pierde 2 dólares. En consecuencia, si usted decide gastarse 25 dólares, su socio perdería los 50 dólares que ya había ganado. El experimento revela que muchas personas estaban dispuestas a perder US$25.00 de su propio dinero, con tal de que el socio codicioso perdiera los US$50.00.

Este experimento se ha realizado en distintas culturas e idiosincrasias del globo terráqueo con resultados similares: a mayor confianza, mayor posibilidad de creación de valor y a menor confianza, más disposición de “perder ambos ojos, con tal de que el otro pierda uno”.

Sin embargo, mientras los participantes tomaban decisiones, sus cerebros estaban siendo escaneados mediante una tomografía por emisión de positrones (PET, en sus siglas en inglés), viéndose actividad aumentada en la parte del cerebro asociada con la obtención de las recompensas. En otras palabras, la decisión de castigar al socio codicioso estaba relacionada con la obtención de placer como recompensa. Mientras más castigaron a sus socios, mayor era la activación de las zonas generadoras de placer.

Esto sugiere que el deseo de venganza, aun cuando cueste algo y es irracional (usted no sabe quien es esa persona y nunca se reunirá con ella), tiene un fundamento químico y biológico.

Es Dante, en La Divina Comedia quien ubica a los traidores en el último círculo del infierno – el noveno – ya que consideraba la traición como el peor de los pecados, ya que a diferencia de otros crímenes “para traicionar primero hay que ganarse la confianza...”

La política en nuestro país puede tomar ribetes dantescos, si se quiere fácilmente explicables por la química y la biología.

El juego está enmarcado por un grupo de actores donde la confianza entre ellos se ha quebrado y las posibilidades de jugar a la creación de valor (social, institucional, político, económico y humano) son bajas. Por ello las oportunidades de que esos estímulos químicos y biológicos predominen son muy altas.

La relación entre Danilo Medina, Leonel Fernández, Hipólito Mejía, Luis Abinader y otros actores se enmarcan en este contexto. La posibilidad de confiar de que “el otro” hará lo que más conviene al grupo y a él mismo (Nash) estará más alejada, en la medida de que se perciba que los intereses propios se excluyen de los del grupo. Podríamos así ver a los actores accionando para dañar al otro y obtener placer... aunque para ello tengan que perder “ambos ojos” y los nuestros.

Associate MIT-Harvard Public Disputes Program. Universidad de Harvard.