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Haití: la república sin límites

Por lo que vemos, el problema no reside en una “endémica incapacidad” de los haitianos en llevar a cabo un proceso democrático, sino más bien en la utopía de querer establecer dicho proceso sin algún precedente constitucional...

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Haití: la república sin límites

Nacida de un violento proceso de colonización que culminó en una revolución que derrotó al imperio napoleónico, la República de Haití auguró desde su origen un destino particular en el concierto de naciones. En menos de tres siglos, en Haití se declaró un imperio y un reino, han ocurrido guerras raciales y de clase, se conoció la dictadura, se vivió la más larga intervención militar estadounidense de la historia (1915-1934), y se ensaya con la democracia desde 1986. Todo esto en un territorio de 27,750 kilómetros cuadrados.

Si a esto le sumamos el enorme acervo literario y cultural haitiano y el hecho de que Haití no nació en la pobreza, notamos que un esfuerzo por desentrañar el proceso socio-histórico de este país va más allá de los límites establecidos por las ciencias sociales y nos recuerda la siguiente frase del prominente antropólogo estadounidense Sidney Mintz cuando marcó: “Todos los países son únicos, pero Haití es único a su manera”.

El viso singular de Haití sobresale en un vistazo a su desenvolvimiento político y económico. No obstante, lo importante no es confirmar la particularidad del caso haitiano, sino identificar las variables que conforman un contexto que impide establecer un remedio estructural a largo plazo a la crisis haitiana.

De acuerdo con el politólogo italiano Giovanni Sartori, el éxito de un sistema democrático va ligado a si la implantación de este sistema está precedida de instituciones (como una Suprema Corte) que respalden el respeto a la constitución y al estado de derecho.

Después de la caída de Duvalier en 1986, en Haití se trató de impulsar un experimento democrático similar a otros en América Latina. El resultado no se hizo esperar. En treinta años, Haití ha sufrido dos golpes de Estado, dos intervenciones extranjeras (la última en curso desde el 2004) y solo un presidente ha podido terminar su mandato (René Préval en dos ocasiones).

Peor aún, este esfuerzo ha estado acompañado del chantaje de la “comunidad internacional” la cual ha financiado los procesos electorales favoreciendo abiertamente a uno u otro partido político afín a sus intereses aunque ello implique impulsar a líderes corruptos vinculados al narcotráfico. Es en ese sentido que debe entenderse la aseveración de Edmond Mulet quien, en calidad de representante de Naciones Unidas en las elecciones del 2010, señaló que la comunidad internacional no estaba lista para Jude Célestin, el candidato más votado en las elecciones de entonces y quien fue impedido de participar en la segunda vuelta.

Por lo que vemos, el problema no reside en una “endémica incapacidad” de los haitianos en llevar a cabo un proceso democrático, sino más bien en la utopía de querer establecer dicho proceso sin algún precedente constitucional como señala Sartori y en un conjunto de factores externos que favorecen la inercia política haitiana. Esto explica en gran parte las dificultades que contraen cada contienda electoral y la apatía e indiferencia de los haitianos ante tales infortunios.

En términos económicos la situación de Haití no resulta más auspiciosa. Al salir, los Duvalier dejaron un país en recesión con un débil aparato productivo y con un avanzado grado de deforestación. Así mismo, la dictadura ocasionó a un éxodo masivo de técnicos, profesionales, intelectuales y empresarios, núcleos indispensables para el relanzamiento del Haití post-Duvalier.

Vale destacar que el impacto de los golpes de estado e intervenciones extranjeras, han ocasionado contracciones de 35% del PIB de acuerdo con data del Banco Mundial recopilada entre 1991 y 1993 (primer mandato Aristide). Adicionalmente, las políticas neoliberales de los 90 terminaron por liquidar el aparato productivo, lo que contribuye al enorme déficit comercial de Haití con el resto del mundo, el cual ascendió a US$2,237 millones en el 2015 (25% del PIB haitiano).

Tanto el terremoto como la irreversible deforestación (3% de capa forestal restante), y las pujas políticas mencionadas no han hecho más que degradar un panorama que no tiene solución.

A notar cómo el descalabro económico ha prácticamente derrotado un centenar de teorías de desarrollo que han buscado relanzar la economía o la agricultura en Haití

Consideramos que para Haití se deben excluir objetivos grandilocuentes. Todas las teorías de desarrollo que han tratado de explicar o relanzar la economía o la agricultura han sido derrotadas o puestas a un lado rápidamente.

Más pertinente nos luce que los haitianos se tracen una agenda que les permita vivir su presente de manera independiente. Esto pudiera frenar, aunque no revertir, la degradación que azota a los haitianos diariamente. Las elecciones programadas para este año con fondos propios podrían ser un paso en esa dirección.

roberto.mallen@gmail.com

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