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La democracia es resiliente

Hoy en nuestro país todo se reduce a las próximas elecciones y sus detalles, a que los tribunales de la República condenen a los que queremos que condenen. Ello es entendible y correcto como primer paso de nuestra responsabilidad ciudadana, pero cuando solo aspiramos a eso estamos reduciendo el futuro de la nación a lo incierto de una sentencia.

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 La democracia es resiliente

Estando en el Colegio Mayor Nuestra señora de África en Madrid nos visitó para una serie de conferencias, Francisco Fernández Ordóñez, uno de los políticos más respetados de la transición española. Había sido Ministro de Hacienda y de Justicia en el gobierno de Adolfo Suárez, y en ese momento, ministro de Exteriores del gobierno de Felipe González. Previamente había colaborado con Francisco Franco. Esto último me llenó de dudas ante el personaje, pues mi cultura política de estudiante universitario no alcanzaba a comprender la profundidad de la autentica democracia.

A Fernández Ordóñez le gustaba volver a su Alma Máter, la Universidad Complutense de Madrid y más en ese momento al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores pudiendo ejercer protagonismo en la apertura internacional de España en la década de 1980. Como jefe de la cancillería le tocó dirigir las nuevas relaciones bilaterales con Estados Unidos y tener que negociar la reducción de la presencia de las bases estadounidenses en la península ibérica, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel y la entrada e integración de España en la Unión Europea. Asimismo, hizo que esta organización comenzara a “redescubrir” América Latina.

Precisamente durante estos años España apoyó activamente la celebración de las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y Gobierno. Ahora bien, el logro que más le satisfizo fue la celebración en Madrid de la Conferencia Internacional de Paz entre árabes e israelíes, en 1991.

En efecto, en octubre de 1991, el secretario de estado norteamericano James Baker llamó desde Tel Aviv al gobierno español para saber si España podría organizar una conferencia internacional de paz entre Israel y sus países vecinos. La llamada la recibió el ministro Fernández Ordóñez, que la trasladó al presidente del Gobierno, Felipe González, que aceptó, y recibió la felicitación y agradecimiento de casi todos los países.

España se abría al mundo y el mundo se abría a España, para ello no podía permanecer con mirada estrecha. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) con Felipe González a la cabeza del gobierno, lo comprendió.

Esta capacidad de construir democracia comprendiendo el pasado y aceptando al oponente, a pesar de las diferencias, es propia de la madurez de los pueblos, diría Monseñor Francisco José Arnaiz. Es, sin lugar a dudas, lo que nos ha faltado a los pueblos latinoamericanos. Pues siempre estamos buscando un nuevo comienzo, una revolución transformadora que produzca un nuevo amanecer, bajo el liderazgo de un “hombre nuevo” que nos redima a todos de los pecados. Comenzar desde cero.

En esencia, un mito absurdo de la modernización, una sobre estimación de la voluntad humana y una incomprensión de la complejidad de los procesos de cambio. Esto nos dice que no podemos vivir sin ilusiones.

Hoy en nuestro país todo se reduce a las próximas elecciones y sus detalles, a que los tribunales de la República condenen a los que queremos que condenen.

Ello es entendible y correcto como primer paso de nuestra responsabilidad ciudadana, pero cuando solo aspiramos a eso estamos reduciendo el futuro de la nación a lo incierto de una sentencia.

Y así continuamos los ciclos: de Trujillo a Balaguer, de Balaguer al PRD, del PRD al PLD... aspirando fuera y lejos, lo que podemos hacer ahora y nosotros. Aspirando la “revolución sangrienta”, el “nuevo amanecer” con los “hombres nuevos” en que la patria quedará reparada y la dignidad restablecida.

No nos damos cuenta de que se trata de cambios institucionales y de reformas concretas lo que necesitamos para cambiar. Por eso debemos comprender los procesos políticos, como aquellos que hemos citado al inicio de este artículo. Y la clave es aprovecharlos en el presente para producir cambios significativos en la estructura y en el funcionamiento del sistema democrático.

Afortunadamente, la democracia es resiliente. Ella brota naturalmente como parte de las aspiraciones del espíritu humano y sobrevive al egoísmo y a la desconsideración. La democracia sobrevive sin demócratas. La dictadura, sin embargo, sólo sobrevive con dictadores.

Associate MIT-Harvard Public Disputes Program. Universidad de Harvard.

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