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Institucionalidad
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La transición

Desde 1961 la República Dominicana vive una larga transición desde la tiranía, sin que haya signos visibles de que se encuentre cerca de alcanzar la necesaria consolidación institucional, para convertirse en democracia funcional y no fallida.

Ese es el principal factor de retraso y pobreza del país.

Vale la pena recordar, por si pudiera servir de ejemplo, qué eficiente y rápida fue la transición desde la dictadura en España y algunos factores que la propiciaron.

Allá por 1975 fallecía el generalísimo Francisco Franco, quien había gobernado desde 1936, luego de haberse proclamado triunfador en una devastadora guerra civil que enfrentó a dos Españas: la roja, republicana; y la conservadora, monárquica.

A su muerte, el dictador dejó todo preparado para que continuara un gobierno fuerte, sin libertad de asociación, basado en el apoyo irrestricto de las fuerzas armadas y de seguridad del Estado.

Una conjunción afortunada de hechos y de personalidades, hicieron posible que se produjera con singular éxito la transición hacia la democracia funcional.

Entre esas personalidades destacan el rey, Juan Carlos, y Adolfo Suárez, quien encabezó el gobierno que guió el proceso de transformación de las estructuras del Estado dentro de la ley.

En un interesante libro de Fernando Ónega, titulado “Puedo prometer y prometo”, se destaca que “Suárez logró que todo el mundo, todas las personas renunciaran a algo a favor de los intereses comunes del Estado.” (La corona, las fuerzas armadas, el estamento político franquista, la iglesia, el partido comunista, la social democracia, las regiones..)

Y lo hizo enfrentando fuerte oposición y al final superando un intento de golpe de Estado.

De acuerdo a Ónega, el miedo jugó un importante papel para impulsar la transición: “Miedo a repetir la historia... Pero quizás ha sido también el factor decisivo para que triunfara la reforma sobre la ruptura.”

En sus discursos, Suárez lo planteaba así, combinando con maestría el rechazo a quienes trataban de descarrilar el cambio con el llamado a la apertura y conciliación: “De entreguismo a la subversión, nada; de actitudes tibias hacia las provocaciones, nada; de despreocupaciones ante los grandes temas que pueden rozar la independencia de la patria, nada.. De actitud y predisposición al diálogo pacifico, todo; de abrir el juego político para normalizar la vida ciudadana, todo; de hacer posible que las opciones políticas puedan desarrollar sus legítimas aspiraciones al poder, todo, absolutamente todo.”

Fernando Ónega destaca que Suárez introdujo “el factor de la buena relación personal entre los políticos, que era una de las grandes deficiencias de España. Estableció relaciones sinceras con todos. Partía del supuesto de que todos eran distintos, pero podían hablar de cuestiones personales y construir juntos el futuro de la nación.”

Aparte de las reformas políticas y de la aprobación de la constitución democrática que acaba de cumplir 39 años de vigencia, sin que haya sido retocada para satisfacer intereses de grupos ni de gobernantes, fue impulsor del famoso Pacto de la Moncloa, que se gestó, en palabras de Francisco Fernández Ordoñez , al “llamar a todos los partidos representados en el Congreso para debatir abiertamente posibles soluciones a la grave situación económica”, con el propósito de “conseguir los principales efectos de un Gobierno de concentración, sin asumir sus evidentes costos políticos.”

Los acuerdos fundamentales de la Moncloa tratan sobre el control de la inflación y las reformas fiscal, seguridad social, financiera, energética, agraria, de política de suelo, urbanismo y regulación de la empresa pública.

Cuando fuerzas militares irrumpieron en el salón de sesiones del Congreso de los Diputados en febrero de 1981 en un intento de golpe de Estado y dispararon al techo para amedrentar a los congresistas, solo dos civiles permanecieron sentados en sus asientos, imperturbables: Santiago Carrillo, del Partido Comunista de España, y Adolfo Suárez, presidente del gobierno.

De acuerdo a Ónega, Suárez “aprendió a valorar más al Estado que a su propia vida; sabía que la dignidad importa más que su propia persona.” Lo mismo podría decirse de Carrillo.

A pesar de sus grandes contribuciones a la normalización democrática de España, la figura de Adolfo Suárez empezó a perder adeptos.

Dice Fernando Ónega, en lo que llama guía para gobernantes, que “un solo fallo, una sola respuesta a los periodistas, un solo gesto, una sola equivocación, un detalle insignificante, puede arruinar una biografía política.”

Y cita que: “en el caso de Suárez la aceptación a pasar vacaciones en el barco de un empresario de dudosa reputación; en el de Felipe González aquel célebre me enteré por la prensa al referirse al escándalo de financiación de su propio partido (Filesa); en el de José María Aznar la apoteósica boda de su hija en el monasterio del Escorial con aires de celebración principesca; en el de Rodríguez Zapatero al negarse a aceptar la existencia de la crisis económica; en el del rey Juan Carlos la cacería en Botsuana que erosionó su popularidad.”

Según su biógrafo, “los tiempos finales de Suárez en La Moncloa fueron muy amargos para un hombre que había cambiado España. Para lo único que no estaba preparado era para no sentirse querido.”

Al despedirse de la vida política pronunció un dramático discurso, en el que argumentaba que “como ocurre frecuentemente en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de persona. Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España.”

Después, empezaron su tragedia familiar, las enfermedades, “las dificultades económicas sin cuento y otra vez la vuelta a la soledad, mientras su memoria se iba perdiendo, mientras el país le volvía a querer, mientras la prensa le volvía a apreciar, mientras brotaba la nostalgia de su forma de gobernar.”

Fue digno, sobrio, abierto a las ideas. Antepuso el servicio desinteresado a España a sus aspiraciones. No albergó culto a la personalidad. Murió pobre. Hoy el principal aeropuerto de España lleva su nombre. Todos aprecian su figura y lo consideran como uno de los grandes hombres que ha tenido España en todos los tiempos.

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