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Redes Sociales

Las encrucijadas de la mujer dominicana

Al escoger compañero, ¿qué expectativas tiene la mujer? ¿Cómo es el hombre perfecto? ¿Qué orientación, ejemplo o mensaje recibe la mujer para construir la imagen de ese hombre?

Como ente humano, la mujer dominicana enfrenta difíciles encrucijadas vitales. Estadísticas alarmantes evidencian un ensañamiento social contra nuestras mujeres. Violaciones, incestos, asesinatos y parricidios relegan los avances femeninos en las áreas educativa y laboral y destrozan la moral de la mujer. ¿Cómo llegaron las víctimas al punto en que sus vidas fueron amenazadas y estuvieron imposibilitadas de asumir la postura más lógica: salir ilesas, encontrar una salida a la situación de violencia? ¿Será acaso que sus encrucijadas vitales las motivaron a asumir el peor de los caminos, bien sea la sumisión, la rebeldía suicida, el pánico, o la pasividad total expresada en la resignación? ¿O será que la sociedad no provee mecanismos de defensa para ella y sus hijos?

Criadas para obedecer a padres que transgreden sus propios principios, las niñas dominicanas son educadas para ser modestas, estudiosas, trabajadoras, buenas feligresas, y en un futuro, buenas madres. La sumisión y el auto sacrificio son valores enarbolados por las familias pobres de numerosos hijos donde las hijas mayores se convierten en madres sustitutas y asumen las labores domésticas y el cuidado de sus hermanitos.

Criadas para ejercer roles de hija, esposa y profesional, las jóvenes de clase media y alta, luchan para ajustarse a las demandas de una sociedad en constante transformación. Están expuestas a un bombardeo de mensajes que estimulan el consumo de mercancía, tendencias y antivalores a través de la venta de la imagen de una mujer sexual, atrevida, moderna y que contrastan con los valores familiares tradicionales.

El machismo (burdo o ilustrado) afecta por igual a todas las mujeres, independientemente de su nivel educativo, económico o social. Para colmo de males, la tendencia cultural expresada en la música urbana y otras variantes, se ensaña contra todas ellas promoviendo la violencia de género. Y las redes sociales se convierten en vehículo de competencia, que no fomenta el fortalecimiento del carácter sino la creación y reproducción de comportamientos que subordinan a la mujer.

En ese marco, la mujer dominicana confronta los valores paternos y los sociales como parte del desarrollo de su personalidad y su independencia, pero su rebeldía no está condicionada por la reflexión y el análisis de su realidad, sino por la imposición de mensajes consumistas o ideológicos.

En sus diversas encrucijadas la mujer dominicana sufre. Sufre la muchacha rica que sabe que ese mismo padre que le exige refrenar su sexualidad es un hombre corrupto y tiene amantes o va con mujeres de ocasión. Sufre la niña del barrio, que convive con el compañero de turno de la madre y con tres o cuatro hermanos, todos de diferentes padres. En toda su vida pocos hombres entraron a la vida familiar de manera permanente o dieron señales de responsabilidad y decoro. Muchas veces son perpetradores de incesto, o maltratan y violentan a sus madres o a ellas mismas.

Al escoger compañero, ¿qué expectativas tiene la mujer? ¿Cómo es el hombre perfecto? ¿Qué orientación, ejemplo o mensaje recibe la mujer para construir la imagen de ese hombre? Padres, escuela, medios de comunicación, vecinos e iglesias orientan: “Búscate un hombre trabajador, que valga la pena”. Mencionan requerimientos de vivienda, auto, ocupación rentable y estable, salud, buena presencia (eufemismo para ocultar prejuicios raciales), ausencia de matrimonios previos o hijos. Al exigir algo tan obvio como respeto a la mujer y conducta no violenta, presentan ejemplos de hechos consumados y pasan por alto comportamientos masculinos que pueden ser señales de alerta de violencia de género, así de arraigado está el comportamiento machista en nuestra sociedad.

Los casos de violencia doméstica tienen lugar en todo tipo de hogares. Las parejas adineradas adaptan su vida íntima a su vida pública. Por mantener el status quo toman decisiones económicas incorrectas, ocultan su realidad, no saben cómo manejar la presión social, surge la violencia.

La clase media se refleja en ese comportamiento, y entonces, de cuando en cuando salen a la luz casos como el de Emely Peguero, una muerte que podría considerarse fruto de la encrucijada de una niña que no supo advertir o no tuvo ayuda para contrarrestar las fuerzas contradictorias que la ataron a sus asesinos.

En el ámbito del barrio, la mujer madre soltera o en unión libre, con hijos de varios padres, vive en condiciones de miseria, desesperación, falta de oportunidades, condicionada por la encrucijada de la fatalidad. Vive entre la corrupción de las expectativas intrínsecas del ser humano (el derecho a la felicidad, la autodeterminación) y la implantación de deseos cada día más mórbidos, más brutales (escuchemos la letra de las canciones urbanas).

Rica o pobre, explorando el mercado de potenciales compañeros de vida, en la encrucijada de su vida, poco sabe la mujer sobre el hombre a quien atará su destino. No advierte las señales de los celos malsanos, de la impulsividad, de la irreflexión. Ignora los planes y expectativas de ese hombre, lo que quiere y busca realmente: ¿compañía sexual sin compromisos? ¿Una mujer con capacidad de trabajo a quien explotar? ¿Una criada? ¿Un útero reproductor? ¿Un símbolo de estatus social? ¿O sabe la mujer todo eso y se lanza al vacío a conciencia porque no encuentra otra alternativa?

Cuando surge la violencia intrafamiliar, la mujer ubica la fiscalía y el puesto de policía; acude a la familia de los compañeros de quienes no llega a obtener una ayuda eficaz porque ellos formaron así al perpetrador, y se enfrenta a una sociedad que tiende a criticarla, más que a confortarla; a condenarla, más que a ofrecerle justicia; a mover la cabeza: “otra más”, cuando los periódicos de la mañana exponen los feminicidios de las últimas 24 horas.

Luego, la mujer es cadáver, o peor aún, enfrentará otras encrucijadas en sus nuevos roles como presidiaria, como niña traumatizada de por vida o como madre de hijos reproductores de violencia.

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