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Lincoln y Nixon

Los pueblos libran sus propias batallas, expresando de mil maneras sus anhelos. Mientras los norteamericanos tenían su guerra de Secesión nosotros teníamos nuestra guerra de Restauración, mientras se movilizaban contra Vietnam, nosotros combatíamos en la Revolución de Abril.

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Lincoln y Nixon

En enero de 1969, Richard Nixon tomaba posesión de la presidencia de los EE.UU., un país más peligrosamente dividido por la guerra de Vietnam de lo que había estado un siglo antes por motivo de la guerra de Secesión. En abril de aquel año, el número de norteamericanos muertos en combate superaba el número de bajas sufridas en la guerra de Corea. El fin de semana del 15 al 17 de agosto, cerca de un millón de hippies, yippies, fans de la música, estudiantes y profesores procedentes de docenas de facultades y universidades, adeptos al movimiento conocido como “contracultura” y una multitud de otras personas, se congregaron en un festival de música en Woodstock, Nueva York.

La multitud se había reunido en nombre de una serie de causas, aunque su principal objetivo era el de mostrar su oposición a la guerra de Vietnam. Pero al mismo tiempo parecían enarbolar una especie de “revolución” en la sociedad y la cultura norteamericana. Para los autoproclamados “patriotas” defensores de la verdad, la justicia y el estilo de vida norteamericano, esto generó una alarma rayando con el pánico. Para ellos significaba la irrupción de la anarquía y el caos. Para los optimistas, más ingenuos, el fenómeno era portador de un nuevo amanecer para la civilización.

Ambas expectativas estaban condenadas a no cumplirse, pero Woodstock aún es considerado uno de los momentos definitorios de una época.

Richard Nixon incapaz de valorar el sentir de su pueblo y expandirse en la cresta de la ola que la historia creaba, cegado por su búsqueda del poder por el poder mismo, se empantanó en las aguas turbias de Watergate y su fracaso lo llevó a la renuncia de la presidencia para mitigar los daños al tejido social, moral, legal y político de su nación.

Un siglo antes los Estados Unidos se desgarraba en su guerra de Secesión. Desde los primeros tiempos Lincoln había mantenido una tensión heroica: “Combatiremos la esclavitud mientras nos quede un soplo de vida” y se había cuidado de poner el acento de la guerra, además de la igualdad, en la defensa de “un bien americano” que quedó como emblema para los gobernantes siguientes: “Toda nuestra confianza se funda en el amor a la libertad que Dios nos ha infundido”.

Es en ese contexto que Abraham Lincoln realiza su trascendental discurso de Gettysburg – “Gettysburg Address” –. Aquel día el orador principal, Edward Everett de Massachusetts, dio un discurso muy formal de dos horas de duración. Solo algunos podrían recordar sus palabras. A su turno, Lincoln con su voz firme y penetrante, dijo unas palabras que no llevaron más de 2 minutos y que nunca podrán ser olvidadas en la historia de la humanidad.

“...Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon dejaron tan noblemente adelantada. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran obra que aún queda por delante: que por deber con estos gloriosos muertos nos consagraremos con mayor devoción a la causa por la que ellos dieron hasta la última y definitiva prueba de amor. Que tomemos aquí la solemne resolución que su sacrificio no ha sido en vano. Que esta nación, por la gracia de Dios, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la faz de la Tierra».

Los pueblos libran sus propias batallas, expresando de mil maneras sus anhelos. Mientras los norteamericanos tenían su guerra de Secesión nosotros teníamos nuestra guerra de Restauración, mientras se movilizaban contra Vietnam, nosotros combatíamos en la Revolución de Abril. Miles de hombres de esta tierra dieron su vida por la justicia y la libertad. Nos toca a nosotros hacer que “el sacrificio de nuestros muertos no ha sido en vano.”

En las tierras del norte sus hijos luchan por mantener vivo el juramento ofertado por Lincoln ante sus muertos sagrados aun a costa de contradecir el gobernante de turno; aquí pedimos al presidente que honre los ideales por los cuales tanta sangre ha sido vertida.

Confiamos en la capacidad de nuestro pueblo. Hemos tenido nuestros Lincoln en Duarte y Bosch. Otros más vendrán. Pero también son muchos los Nixon vernáculos, que intentaran hacer lo que haya que hacer para conseguir objetivos espurios sin ver la oportunidad que la historia ofrece...

El dilema es simple: Lincoln o Nixon.

Nelson Espinal Báez. Associate MIT-Harvard Public Disputes Program, Universidad de Harvard.

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