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Lumbre de la mocanidad

Bruno no se contenta con poner en evidencia esa riqueza literaria y pregonarla a los cuatro vientos. Va mucho más allá. Ejerce con rigor la crítica, señalando virtudes, aciertos, sugiriendo senderos a explorar, como buen maestro que alumbra el camino del porvenir.

El libro Lumbre de la mocanidad, recién puesto en circulación, es un significativo y monumental aporte de quien se ha convertido en un referente de las letras dominicanas.

La obra del Dr. Rosario Candelier, especie de antología, aunque es mucho más que eso, muestra con contundencia que los autores citados no se encasillan en una escuela o en un solo género. Su producción es diversa y va desde las décimas populares al teatro, ensayo, crítica, narrativa, historia, testimonio, literatura mística o religiosa, quizás siendo la poesía la que ostente predominio numérico.

El lector habrá de ir dándose cuenta de que Moca tiene una producción literaria insospechada, de enorme calidad y fuerza expresiva. Yo mismo me conmoví al descubrirla, en toda su extensión. Conocía casos aislados, pero no tenía la visión abarcadora que poseo ahora.

Reconozco que me emocioné al deleitarme con algunas de sus hermosas manifestaciones. Y me llené de orgullo al comprobar la calidad y fuerza de la obra del grupo de escritores citados en el libro. Esta obra redescubre su gran potencial.

Al leerla, surge con claridad una explicación de la riqueza cultural que alberga el pueblo de Moca. No es asunto de ahora; se remonta de lejos.

Bien lo refleja el Dr. Rosario Candelier cuando cita la visita que hiciera a esa villa, en el año 1881, el presidente Fernando Arturo de Meriño, acompañado de su secretario, Emilio Prud’homme, y las palabras de éste último al expresar que “allí encontramos sociedades literarias, biblioteca pública y gran entusiasmo por el progreso intelectual”. Y eso que se trataba apenas de una aldea, con muy pocos habitantes.

Esa tradición se ha mantenido hasta nuestros días.

¿Cual es la explicación de ese comportamiento? Tiene que haber habido un sustrato educativo superior que llevara a sus gentes a hacer uso del instrumento literario con tan inusual fervor, de la misma manera, según se relata, que hubo muchas familias que poseían piano, con cola y sin cola, y cultivaban el uso habilidoso y consagrado de diversos instrumentos musicales.

Siempre he pensado que el hecho de poseer medios propios de existencia, aun fueren precarios, daba autonomía y sentido de iniciativa a sus habitantes. Los dotaba de independencia hacia el poder establecido. Y alentaba la auto estima ciudadana.

De ahí deriva el amor a las libertades, expresado en la participación en acontecimientos históricos fundamentales. Y de ahí también es probable que proceda ese amor por el cultivo de las artes, letras y literatura.

Y es que no hay nada que aliente más las aspiraciones de libertad y superación de un pueblo, que el tejer de los sueños, modelando y exprimiendo la música que poseen las letras cuando se las esculpe con el cincel de los sentimientos.

Bruno no se contenta con poner en evidencia esa riqueza literaria y pregonarla a los cuatro vientos. Va mucho más allá. Ejerce con rigor la crítica, señalando virtudes, aciertos, sugiriendo senderos a explorar, como buen maestro que alumbra el camino del porvenir.

No se trata únicamente del bisturí de un filólogo, sino de la capacidad analítica elevada a una dimensión sublime y amorosa.

Lumbre de la mocanidad es una obra clarificadora, exquisita, de brazo largo divulgativo, amena, útil a la comunidad, vibrante, aferrada a las fuerzas que emanan del terruño, lúcida, de gran calidad, que viene a cumplir un cometido y llenar un vacío.

Pero hay algo más que debe decirse sobre la publicación y comercialización de libros.

Sucede que los libros de los autores reseñados fueron publicados en algún momento; puede que mucha gente, quizás no tanta, los tenga y haya leído, pero, y esto es lo triste, no todos aparecen en lugares de venta al público, es decir en librerías. Y si aparecieran tampoco se demandarían ni leerían en la medida de lo deseable.

Esa es una de las grandes desilusiones. La producción literaria es para un núcleo reservado de interesados, especialistas, soñadores. Algo así como si se perteneciera a una logia, cuyos secretos se guardaran hacia adentro.

No es culpa de los autores. Al contrario, es su calvario.

Las librerías (quedan pocas) no admiten cualquier libro, sino aquellos con potencial de venta; algo subjetivo. Y si lo admiten, ahora añaden o están en proceso de añadir la exigencia a los escritores de presentar factura con valor fiscal, con los inconvenientes que genera el hecho de estar imposibilitados de reflejar gastos, pues son entes físicos, intelectuales, no empresas. El resultado es un balance emocional angustiante. Este es un impuesto al saber, a la creatividad, a la cultura, inhibidor de las publicaciones.

Y si los libros no se muestran en físico en los escaparates, es imposible medir su potencial. Pero, aunque se mostraran, la gente cada vez lee menos y usa cada vez más las tabletas electrónicas y los artefactos llamados inteligentes, una de cuyas características es anular la inteligencia, la capacidad de introspección, reflexión, razonar y pensar por si mismo.

Este es un enorme rompecabezas para la humanidad en su conjunto, que demanda respuestas y soluciones.

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