Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

No es usual...

No es usual que en un pueblo pequeño el aforo de un cine teatro se llene a plena capacidad, algo más de 200 personas, salvo que sea para ver una representación teatral o una película, ambas atractivas, un concierto musical interpretado por grupos populares, o algo que entretenga y divierta. Y mucho menos si la actividad se realiza un sábado, en horario diurno de 9.00 a.m. a 4.30 p.m. Y si no es de lugar el consumo de bebidas alcohólicas.

Pero este sábado pasado, en Moca, el teatro se llenó, la gente de allí y la que fue de otros lugares estuvo atenta a las exposiciones, y al final hubo expresión unánime de satisfacción y plenitud. Y no es que el tema fuera actual. ¡Qué va! Era uno ajado por el tiempo, estrujado por el olvido. Y aún así el público asistió, escuchó, estuvo durante muchas horas con la máxima atención, y al final salió eufórico, consciente de que había sido partícipe de un hecho relevante.

Fueron muchos los factores que contribuyeron a ese resultado.

Primero, la calidad de los expositores, su nombradía, y el respeto que impone su autoridad moral sobre el público.

Segundo, la organización y el esmero en los detalles. Desde el inicio hasta el final cada cosa estuvo en su lugar.

Tercero, la curiosidad por conocer a qué obedece el haber mantenido al protagonista en el olvido, como escondiendo una vergüenza, cuando en vez de eso es una gloria refulgente dentro del espectro patrio y político.

Recuerdo que meses antes, cuando empezábamos a tratar este asunto, muchos reaccionaban con sorpresa y estupor y hasta con sospecha, como si pudiera haber propósitos ulteriores que explicaran el afán por retrotraer en el tiempo aquel fenómeno ya antiguo.

Lo cierto es que ya en pleno desarrollo del acto surgieron anécdotas que ocuparán un sitio preferente en el recuerdo.

Por ejemplo, quién iba a suponer que en nuestra historia hubiera habido un candidato que en elecciones libres, no amañadas, y sin la ventaja del uso de recursos del Estado a su favor, sacara el 76% de los votos. Increíble, ¿no? Es la confirmación irrefutable, medible, del amplio y largo liderazgo que ejerció. O, quién hubiera imaginado que cuando la mujer aún estaba relegada a labores caseras, aquella mente que creciera en el ámbito rural dictara disposiciones legales que la favorecieran en sus derechos, cuando el movimiento mundial feminista aun ni siquiera asomaba su perfil. E instaurara como canto oficial el hermoso himno a las madres.

Lo que no entiendo todavía es la justificación, por parte de algunos, del autoritarismo y la supresión de los derechos humanos, basado en la idea de que condujo como aspecto positivo a la desaparición de los caudillos regionales. Y la estigmatización del liberalismo bajo el predicamento de que promovía o fortalecía el caudillismo regional.

La praxis política dominicana ha evidenciado que el autoritarismo suele terminar en dictadura que corroe la necesaria independencia de los poderes del Estado. Y daña la democracia. En cambio el liberalismo político puede conducir a un liderazgo nacional que unifique y consolide al Estado, como ha ocurrido en otras naciones, manteniendo la independencia de los poderes e instituciones fuertes.

Si no fuere así estaríamos condenados para siempre a vivir del clientelismo, nuevo disfraz del autoritarismo, con su secuela de atrofia del Estado.

Tal vez esa sea la explicación de las dificultades que ha tenido el pensamiento liberal para imponerse, pues hasta algunos de nuestros propios historiadores en ocasiones reaccionan con entusiasmo acerca de las supuestas bondades del autoritarismo.

Y se me ocurre preguntar que si, en el hipotético caso de que el líder objeto del simposio no hubiese sido derrocado y hubiera permanecido en el poder por medios constitucionales no forzados ni amañados, hubiese sido, o no, una vía para consolidar el Estado liberal, respetuoso de los derechos humanos, transparente en las cuentas públicas, fuerte en sus instituciones, independiente en sus poderes, legítimamente interesado en un desarrollo económico inclusivo.

Es paradójico que los dardos se dirijan a insinuar que puesto que intentó reelegirse por la vía constitucional, facilitó el ascenso de un caudillo autoritario que convirtió al Estado en su feudo personal, cuando es lo contrario, puesto que al abortarse la posibilidad de continuidad constitucional liberal, lo que surgió fue la tiranía de 31 años.

Lo inverosímil e injusto es que algunos pretendan hacerlo responsable de ese hecho abominable, el acceso al poder del ególatra, cuando solo fue su primera víctima, entre las decenas de miles que hubo después.

La atención se disparó cuando la discusión se enfocó sobre las diferencias políticas que surgieron entre los dos primos hermanos. Y es que en la naturaleza humana no existe nada que obligue a que dos mentes piensen ni tengan intereses iguales. Lo cual es distinto a afirmar que esas diferencias dieron lugar al asesinato del otro. Eso no responde a la verdad de los hechos.

Pero de esa sugerencia maliciosa e incierta surgieron pinzas paralelas encaminadas a desacreditar al prohombre. Una, la del tirano y sus intelectuales, en concierto para eliminarlo moralmente. Y la otra, la de los que convirtieron las intrigas para separar a los primos en un medio de vida y relieve social.

Y qué decir de la reacción de estupor en el público cuando se presentó la foto de aquella casa presidencial ubicada en Tamboril, desvencijada, como evidencia total de irrespeto a lo que fuera un símbolo patrio y de la ineficacia de nuestro Estado que no acierta a resaltar y rescatar del olvido los valores auténticamente liberales y democráticos.

Hubo muchísimo más, pero falta espacio para consignarlo.

¡Ah, si! ¿Será que se me olvidaba? Me refiero al simposio sobre Horacio Vásquez, patrocinado por la Fundación Horacio Vásquez y la Oficina Senatorial de Espaillat, con el apoyo de la Academia Dominicana de la Historia y del Archivo General de la Nación. Los expositores fueron José Rafael Vargas, Eduardo García Michel, Roberto Cassá, Mukieng Sang, Wilfredo Lozano, Eduardo Tejera, Wenceslao Vega, Juan Daniel Balcácer, Adriano Miguel Tejada, y Frank Moya Pons.

TEMAS -