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Zona fronteriza
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Nuestro grave problema fronterizo: una solución

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Nuestro grave problema fronterizo: una solución

En la isla La Española coexisten dos naciones: la República Dominicana y la República de Haití; con enormes diferencias culturales, raciales, religiosas, históricas. Tienen en común que están repletas de seres humanos con sueños y deseos de ser felices, de vivir en paz dentro de su escenario, en su núcleo de afectos.

El territorio dominicano ocupa 48, 670 kilómetros cuadrados, con alrededor de once millones de habitantes; la mayoría mulata, católica, domina el idioma español. Los gobiernos han hecho esfuerzos para institucionalizarla, para que funcione el sistema democrático, para sembrar sanos valores y disciplina, buscando el desarrollo armónico, equilibrado, humano en lo económico, social y cultural. Con árboles y ríos por doquier, tiene una infraestructura funcional.

El territorio haitiano, ocupa 27,750 kilómetros cuadrados, con una población de alrededor de ocho millones de habitantes; hablan francés, cróele, practican vudú. Son laboriosos, pero todo parece indicar que sus gobernantes, no hacen el esfuerzo requerido para institucionalizar el país. La mayoría vive en la miseria, depredando la naturaleza, quemando árboles para sobrevivir, escasea el agua. Su sueño es cruzar la frontera y entrar a República Dominicana a trabajar, comer y parir sus hijos.

Cada vez que visito Haití, lloro. El pueblo es noble y trabajador, anhela una vida digna, que sus hijos tengan un futuro mejor, pero no han tenido un gobierno, que, con firmeza y coraje, los ayude a levantarse. Tampoco los organismos internacionales. Enarbolan banderas de comprensión y deseos de ayudar, pero terminan desinflándose. Países que antes usufructuaron las riquezas de Haití, tampoco hoy alivian su remordimiento de conciencia, volcando su ayuda humanitaria para la sobrevivencia de este pueblo que, desesperado, busca qué comer en el exprimido bagazo que les dejaron.

República Dominicana es más productor, Haití mas consumidor. Mientras en Haití la población muere de hambre, hay pocas fuentes de producción, no hay orden, en República Dominicana el pueblo se educa, organiza, la infraestructura ha mejorado, se respetan más los valores y las leyes. Naturalmente, las dos naciones tienen intercambios diplomáticos, comerciales, de toda índole.

En República Dominicana, los sectores agropecuarios y de la construcción, etc, están llenos de mano de obra ilegal haitiana, barata, pues, aceptan cualquier salario para sobrevivir. Los haitianos han ido filtrándose ilegalmente, en el territorio dominicano, bajo la mirada cómplice de autoridades. Parecería que para complacer empresarios, negociantes, militares y fortalecer sus bolsillos, no tienen interés en poner controles efectivos, ni en delimitar la frontera debidamente.

El problema de los inmigrantes ilegales se ha agravado. República Dominicana está prácticamente, invadida de haitianos. Hay pinceladas de choques culturales, sangre y violencia. Por complacer empresarios se pone en riesgo la soberanía. Algunos, pensando en sus negocios, proponen establecer un “muro de empresas” y hasta escuelas y hospitales en la frontera. Solo piensan en tener cerca mano de obra barata y en no perder el mercado haitiano.

La solución al problema, parecería que se le escapa de las manos al gobierno. Luce aturdido. El presidente Danilo Medina dijo, recientemente, que reforzará la vigilancia en la frontera “por aire, mar y tierra”. El mecanismo utilizado puede provocar una crisis mayor. No se controla con aparataje, sellándola con soldados, lanchas, drones, vehículos, saltamontes, helicópteros, cámaras, etc. ni fomentando empresas en ella ni dándole todo tipo de servicios a los haitianos, son gastos innecesarios, que fortalecen la mafia, agravan el problema.

Como sucede en cualquier edificio, no basta tener guardianes en la puerta con escopetas, se necesita la verja, que delimite el área, que indique que es privada, “que tiene un dueño”. Eso facilita la labor, evita que entren desconocidos; y si entran, alguien va a hacer valer sus derechos.

Abogo por un muro alto, tan alto como sea necesario, entre ambas naciones. “El muro no es ni será la solución, pero no hay solución sin el muro”, dijo un talentoso ingeniero. Estoy de acuerdo. El muro, al menos permite saber de qué lado estoy, sin tener que usar como referencia la matita de mango del recodo; hace más difícil el paso; reducirá los millonarios recursos que mensualmente invierte el gobierno; necesitarán menos equipos y guardias en la frontera; dificulta la entrada de ilegales.

No es justo que, por complacer un grupo, pongamos en peligro la soberanía. Los empresarios dominicanos pueden abrir sus empresas en Haití, no en la frontera. Rechazamos su intención de estar “ni aquí ni allá”. Eso se presta al contrabando; preferimos el muro de concreto; aduanas formales, donde todo esté controlado como debe ser.

Nos beneficia que Haití progrese, que los haitianos sean felices en su escenario. Lo mismo que los dominicanos. Un muro de concreto será efectivo, útil, simbólico, hermoso, significativo y ¡las dos banderas ondeando señoriales!, marcando la diferencia entre dos “hermanas, con las cuentas claras”

La otra alternativa es que el Congreso Nacional declare, oficialmente, la isla, como “una e indivisible”, para que los dominicanos, evocando el 1844, comencemos a repetir nuestra tarea.

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