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Reformas de mentirijillas

Habrá mejor país cuando cada ayuntamiento esté en capacidad de enfrentar con solvencia las necesidades de su comunidad y cuando los líderes locales lo sean de verdad, sin que deban su cargo al influjo y efluvios del poder central.

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Reformas de mentirijillas

El Dr. Cristóbal Rodríguez acaba de proponer un pacto para hacer más difícil futuras modificaciones de la Constitución con respecto al sistema de reelección presidencial y acabar con la mala costumbre de hacer trajes constitucionales a la medida de la ambición de cada gobernante.

A esos fines, sugiere: a) incrementar el régimen de mayoría a dos terceras partes (incluso a tres cuartas partes) de la matrícula de la Asamblea Nacional Revisora, y b) obligar a que la reforma sea sometida a un referendo aprobatorio, y que obtenga, al menos, la mitad más uno de los votos.

Pero iría más lejos: la mitad más uno de los votos debería ser calculada con respecto a la matrícula total de votantes registrada en la Junta Central Electoral, y no en relación con los votantes efectivos.

Como ejercicio intelectual esta propuesta es un buen aporte.

No obstante, lo más aconsejable sería que cualquier reforma constitucional, aun la de intenciones más nobles, se pospusiera por un intervalo largo de tiempo antes que someterla a nuevos desvaríos de quienes aspiran a perpetuarse en la dirección de la cosa pública.

En realidad, si lo pensaran bien, lo que más convendría a cualquier líder que esté inhabilitado por razones constitucionales para continuar ejerciendo el poder, es desdibujarse del foco mediático y estar ausente en la casilla de futuros competidores por la silla de alfileres.

Eso le daría tranquilidad, sosiego y respeto en su retiro de la primera fila de la política activa, y desviaría los ataques crueles y despiadados hacia los nuevos aspirantes.

Si esos líderes reflexionaran sobre su propia conveniencia, llegarían a la conclusión de que no es poca ventaja salir del poder sin tener que enfrentar los rencores acumulados por actuaciones realizadas en el pasado, lejano o reciente, y sin recibir las acometidas furiosas de aquellos que luchan por alcanzar, cueste lo que cueste, las alturas de la primera magistratura.

Y descansarían en su afán de modificar la constitución para preparar el terreno de un regreso conturbador.

El doctor Cristóbal Rodríguez también propone que el país se aboque “a un proceso para unificar las elecciones municipales, presidenciales y legislativas para las elecciones del 2020.”

No estoy de acuerdo con esa propuesta. Cualquier modificación habría que hacerla luego de que hayan pasado las elecciones previstas en 2020, de modo de no contaminar el proceso con el barullo de intereses vigentes.

El argumento del costo de estas elecciones municipales y el embrollo administrativo que comporta, son males menores, asumibles, comparado con el estropicio que surgiría si se abriera la llave del averno para que los comensales se sentaran a degustar sus menús constitucionales preferidos.

En todo caso, lo apropiado sería volver a lo establecido en 1994, ocasión en que se dispuso la separación de esas elecciones, de manera que las congresuales y municipales se celebraran dos años después de las presidenciales; o sea, a mitad del período presidencial.

Con la separación a medio término de estas elecciones se buscaba diluir el fenómeno del arrastre impuesto por la fuerza de la candidatura presidencial, cuya consecuencia es el debilitamiento del liderazgo local.

Este país necesita el surgimiento de un liderazgo auténtico en los municipios y provincias, que se deba y vibre por sus comunidades, no dependiente de los caudillos de turno.

Este país requiere despojarse del mesianismo que viene del Gobierno central y comenzar a verse retratado en el ombligo ancho de sus municipios y pueblos y en su conjunto provincial.

Bajo ese mismo prisma, es imprescindible dotar de autonomía presupuestaria a los ayuntamientos, y asignarles recursos suficientes. Habría que transferirles desde ya el 10% de los ingresos tributarios del Estado en proporción a la población de cada municipio, hasta llegar gradualmente a, por lo menos, el 20% en 10 años.

Paralelo a lo anterior, habría que identificar fuentes propias de los ayuntamientos para que cobren y utilicen esos tributos en nombre del Estado, a la par que se transfieren responsabilidades de gastos y se fortalecen los mecanismos de control financiero para evitar escapes indeseados.

Habrá mejor país cuando cada ayuntamiento esté en capacidad de enfrentar con solvencia las necesidades de su comunidad y cuando los líderes locales lo sean de verdad, sin que deban su cargo al influjo y efluvios del poder central.

Hay que dejarse de reformas de mentirijillas y abocarse a reformas de verdad, que den a la gente condiciones de vida más llevadera. Menos acomodos para disfrutar del poder y más competencias locales para hacer lo que se requiere.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.