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Renovación y vida

El ser se llena de satisfacción y se embriaga de emoción contemplando la majestad de lo bello en su desnudez, carente de artificios. Una mujer, una flor, un árbol.

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Renovación y vida

Tengo la dicha de estar rodeado de familiares y amigos extraordinarios. Han ido creando la buena costumbre de reunirse, compartir y obsequiar cosas sencillas, tanto en esta época como en todo el año.

Suelen regalar un libro, que por lo general es muy bueno porque lo seleccionan ellos. O una matita de fruta, o de ornamento, o de especie rara, o aquellas que se utilizan para engalanar y nutrir la cocina, como es el caso de la albahaca, lechuga, tomates, orégano.

También es posible que se aparezcan con un arbolito de guanábana, que tanto sirve para degustar la fruta como para preparar tisanas, poniendo sus hojas en agua caliente hasta que desprendan su esencia.

Son regalos de gran valor subjetivo, que constituyen un simple detalle y sirven para reforzar sentimientos de amistad.

Uno de esos amigos, casi hermano, me convenció de las extraordinarias cualidades del jengibre. Siempre supe que de ese tubérculo se hacía una buena tisana, muy digestiva, de excelente sabor, que entona el ánimo. Insuperable sobre todo cuando las mañanas son frescas, y mejor aun cuando son frías.

En mi pueblo de Moca, cuando yo era un muchacho, en esta estación del año se celebraban las alboradas y en las casas del vecindario se convidaba a los vecinos a compartir, después de la misa de madrugada, galletitas dulces y con suspiro de Martin Cruz y galletas de manteca, acompañadas con un aromático y humeante jengibre.

Lo que desconocía es que ese tubérculo también sirve para aliviar la pena en las zonas con dolor y reducir la inflamación.

Pero, ¡cuidado! A estos fines se elabora como ungüento, poniendo a hervir jengibre amargo y jengibre tradicional en cantidades iguales y por largo rato. El líquido resultante se aplica a la parte del cuerpo afectada. Es decir, se unta aplicando una pequeña fricción.

Tengo amigos muy queridos que son maniáticos con la siembra de árboles de especies raras, a modo compulsivo, cuya satisfacción es tener la colección de árboles en su amplia diversidad, aunque no necesariamente rindan frutos comestibles ni comercializables. Han creado un entorno plácido, reconfortante.

Ellos, y otros, me han regalado, a lo largo del tiempo, matas para sembrar, sobre todo frutales pero también especies exóticas, que quizás no encuentran sitio adecuado en mi terreno.

Ocurre que a veces siembro las matas sin anotar su nombre o especie, y luego no recuerdo lo que sembré. Me gusta ver y probar el fruto de cada una de ellas. Y tengo un sentido utilitario de las cosas, de modo que árbol que no da fruto o no son buenos, tiendo a reemplazarlo por el que si los da con calidad.

Pero en todo hay excepciones. El ser se llena de satisfacción y se embriaga de emoción contemplando la majestad de lo bello en su desnudez, carente de artificios. Una mujer, una flor, un árbol. Siendo así, combinar lo utilitario con lo que produce placer visual, es una magnifica idea.

En los últimos tiempos me han ocurrido dos casos, que me han servido de enseñanza.

Hace un tiempo veía crecer en el patio una mata que tendía a parecerse a un arbusto grande. Crecía sin dar frutos ni ofrecer esplendor visual. No recordaba qué especie era, ni para qué servía, ni quién me la regaló. Pensé cortarla y así lo expresé en voz alta frente a quien realiza labores de mantenimiento en el terreno.

Para mi sorpresa, al poco tiempo y antes de cumplir con mi amenaza, al arbusto comenzaron a brotarle unos pequeños frutos de color rojo que luego se oscurecían en la medida en que maduraban. Ahora me siento feliz, pues la mata de arándano está dando sus sabrosos y saludables frutos. Y quiero reproducirla para seguir cosechando en mayor cantidad.

Algo parecido me acaba de suceder con otro arbusto que me regaló un vecino. Estos últimos tres años se los ha pasado echando ramas pero con pocas hojas, que luego se les caen.

Cansado de esperar dije al encargado lo mismo que en la ocasión anterior, que la iba a cortar. Y, ¡oh sorpresa! El cerezo japonés del patio de mi casa que estaba muy feo, como si estuviera en trance de muerte, ha renacido con bríos y esplendor, esparciendo sus espectaculares botones con singular belleza. Ahora quizás me ponga a reproducir sus ramas para sembrar otras matas y obsequiarlas a los amigos.

Y es que la ilusión y la vida nunca terminan; se renuevan permanentemente en cada detalle, pétalo o suspiro. Feliz Navidad y un 2018 con salud y prosperidad.

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