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Votantes impresionables versus votantes racionales

«Primero, el voto impresionable conlleva un comportamiento en la votación que es distinto del voto racional. Segundo, el voto impresionable pudiera parecer como similar a un ‘voto estratégico’ de un votante racional, y en realidad funciona tan bien, a veces mejor, en la elección de candidatos preferidos, pero el comportamiento electoral con votantes impresionables es, en general, evidentemente diferente al de un votante racional. A pesar de ser diferente de un voto racional, el voto impresionable no vota ‘sinceramente’, por ejemplo, electores simplemente no votan por su candidato ‘preferido’”. Costel Andonie y Daniel Diermeier, AEJ: Microeconomics 2019

Ciertamente, como señalan Andonie y Diermeier, el elector puede tener motivaciones diferentes a la hora de votar por un candidato. Esa decisión puede ser el resultado de procesos muy complejos que, a su vez, han sido el objeto de estudio de diversas disciplinas, incluida la economía política. En general, se considera que el votante es racional y, por lo tanto, tiende a maximizar una función de utilidad. Pero este planteamiento es tan vago que merece algunas precisiones. En particular, es necesario establecer qué tipo de función de utilidad maximiza el elector. El elector al ejercer su derecho al voto pudiera estar motivado exclusivamente por un interés personal, o pudiera hacerlo considerando una función de utilidad social, y ambas motivaciones no tienen, necesariamente, que entrar en conflicto. Pero no siempre el interés individual y el interés social van de la mano.

Por eso, algunos autores plantean que la racionalidad del votante es un mito, pues el voto está condicionado o sesgado por factores que no siempre se corresponden con el interés público. Por ejemplo, un sesgo ideológico puede hacer que un elector vote por un candidato que no tenga los atributos correctos para desempeñar una determinada posición electiva. O simplemente, malas ideas económicas pudieran ser atractivas para electores mal informados o con bajos niveles de educación. De acuerdo con esta literatura, argumentan Andonie y Diermeier, los votantes no solamente carecen de información básica o posiciones políticas coherentes, sino que sus procesos de razonamientos están fuertemente sesgados.

En este contexto, dichos autores definen un tipo de votante, en contraposición con el votante racional, que es susceptible de ser “impresionado” – votantes impresionables –, y que están sujetos a toma de decisiones que se basan en eventos externos irrelevantes, o ignoran informaciones relevantes. Asimismo, otro factor que puede influenciar de manera decisiva puede ser el ‘efecto celebridad’; esto es, un candidato que se presenta ante sus electores montado en la plataforma de su celebridad. Artistas, deportistas y comediantes, entre otros, tienden a lograr el apoyo de electores simplemente por ser celebridades, independientemente de si tienen las condiciones para ejercer una función pública. (No dudamos que entre ellos alguien pueda tener las condiciones para ganar un voto razonado.)

En todo caso, los votantes impresionables parecen ser la mayoría y con frecuencia eligen candidatos sin las condiciones mínimas para ejercer la función pública. Un vistazo a la región puede confirmar esta apreciación. Sin embargo, no nos hagamos muchas ilusiones. La experiencia también muestra que eligiendo políticos profesionales tampoco garantiza que la función pública vaya a ser ejercida con la debida idoneidad.

En mi opinión, dos factores importantes – no los únicos –, en la configuración de un electorado “impresionable”, son la educación y los niveles de pobreza, ambos muy relacionados entre sí. Una educación deficiente, como la nuestra, fomenta un electorado con una muy limitada capacidad para discernir entre las opciones electorales y puede ser manipulado mediáticamente para votar por un candidato que realmente no representa los mejores intereses del país. Algo parecido pasa con los niveles de pobreza. Una comunidad con grandes necesidades materiales no resueltas pudiera elegir un candidato que ostente los mayores recursos, independientemente de que se le reconozcan vínculos con la corrupción o el narcotráfico.

Y es, precisamente, esta vulnerabilidad – causada por una mala educación y altos niveles de pobreza – la que hace muy peligroso el uso de los recursos públicos en los procesos electorales en países como el nuestro, con instituciones débiles y una precaria democracia. Siempre será muy difícil en unas votaciones, en donde el incumbente se repostula, delimitar la frontera entre el uso correcto y abusivo de los recursos públicos. Pero es claro que los recursos públicos pueden ser la diferencia.

En el caso dominicano, ha sido una tradición el uso de los recursos públicos en los procesos electorales. Una posible forma de medir el impacto de dichos recursos en los resultados electorales es comparar los resultados de las votaciones nacionales versus las votaciones en el exterior. La idea es que un gobierno tiene mayor probabilidad de condicionar el voto local que el voto de las comunidades de dominicanos en el exterior. El razonamiento parece obvio: los recursos públicos – en sus distintas envolturas – crean ‘lealtades’ entre el voto de los más pobres, como un mecanismo de instrumentalización de la pobreza. El votante en el exterior, en su mayoría, no depende de la generosidad del gobierno de su país; por tanto, su voto es más crítico.

Como ejemplo, se puede tomar el caso de las elecciones de 2012. Se ha reconocido que durante ese proceso electoral hubo un gran uso de los recursos públicos para hacer posible que el resultado beneficiara a la alianza oficial, en unas elecciones que terminaron siendo muy cerradas. Sin embargo, cuando se analizan los resultados en el exterior se nota que la alianza opositora logró una victoria con un amplio margen. De hecho, en esas elecciones, la alianza opositora ganó ampliamente en el 61.3% de los colegios electorales en el exterior, incluyendo los resultados de Nueva York, que es en el exterior la mayor plaza electoral, con un 88%. Pudiera concluirse que los votantes en el exterior son menos “impresionables” por los recursos públicos que los votantes locales y, por tanto, son más racionales a la hora de votar, o menos sensibles al abuso de los recursos públicos. Es solo una hipótesis...

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