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De nuevo en la Madre y Maestra

No me gusta decir la PUCAMAYMA, pues me suena a una mala palabra (ja, ja, ja... perdón). Pero la Madre y Maestra, que fue parte importante de mi vida, al visitarla allá y aquí, me hace ser muy feliz. Reunirnos con los que nos graduamos de abogados hace 50 años y reencontrarnos con algunos profesores que todavía tienen vida y Monseñor Agripino, fue para mí vivir hora a hora, día a día, semana a semana, año tras año, un regalo del cielo.

Y para colmo de alegría, los de la Madre y Maestra de aquí, de Santo Domingo me invitaron a que hablara de mis cuentos y novelas y para saber cómo, cuándo y por qué había escrito con erotismo. Hasta de política hablamos. Hubo muchas preguntas, risas y acuerdos con lo que yo decía. Una no se imagina cuándo y porqué llega la felicidad.

Ha pasado tanto tiempo que volver a la casa de estudio, la que nos dio la manera y forma de trabajar, es como un milagro. ¿Por qué ser abogado? ¿Por qué ser juez? ¿Por qué ser fiscal? ¿Y otras tantas cosas en la vida? Es una pregunta que nos lleva a hacernos preguntas. Yo recuerdo que siendo niña, sentada en la puerta de mi casa, frente a mí pasó un guardia dándole macanazos a un hombre que llevaba con las manos amarradas y sin saber las consecuencias, le pregunté: ¿y porque le da tanto si lo lleva amarrado? Y el militar después de decirme que era un borracho que decía malas palabras, le dije entonces: Pero no le dé golpes, y me contestó con cuchucientas malas palabras. Mire usted. Por eso desde niña pensé en estudiar para defender a los “esclavos” maltratados.

Ahora, jubilada, lejos de las leyes, aunque ya no ejerza mi estudiada profesión, sigo pensando en lo cruel e inexplicable que resulta torturar a un preso, sea lo que sea que haya hecho. La prisión es un “pecado”, sean los días o los años que lleve en su cabeza. Aunque ahora hay algunos a los que no se han golpeado, pero viven en su prisión con aire acondicionado, cómodas camas, comidas sabrosas y visitas a cada instante.

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