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Erotismo
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Dudo que a mejor vida

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Dudo que a mejor vida

Y yo que lo creí eterno, como el erotismo que cultivó en su revista, como la pasión en sus publicitados encuentros sexuales, como el deseo convertido en ley de vida. Pero no, simplemente dejó de existir al igual que nosotros, meros mortales. Ni siquiera murió de placer, casi obligatorio en su caso. Hugh Hefner, el fundador de Playboy y precursor de la revolución sexual que tantas alegrías ha traído al mundo, se murió de viejo, a los 91 años, en el Hollywood donde hizo estrellas y vio estrellitas.

No dan cuenta los medios de si vestía uno de sus legendarios pijamas de seda cuando exhaló el último hálito y si, como el rey David en su senectud o Gandhi en sus atentados contra el estoicismo del que daba fe, a su lado dormía una doncella. O al menos una núbil. Empero, no es de ignorarse su aporte invaluable a la lucha contra el puritanismo, la pacatería, la moralina y todas esas arquitecturas hipócritas con que se ha pretendido reprimir lo irreprimible.

Se jactaba de que se había llevado a la cama más de mil mujeres, empresa nada desdeñable en esas épocas libres de sildenafilo, vardenafilo, tadalafilo y todos esos químicos que dan vigencia al efecto Lázaro. Ya muerto, mejor ignorar aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Pocos años atrás, Hefner sacudió el mundo mediático con el anuncio de que Playboy no publicaría más fotos de mujeres desnudas. Argumentaban los editores que el internet le había robado todo el interés al folio central, donde estamparon sus desnudos las figuras más rutilantes del modelaje, el cine y la televisión.

No era el final de la historia, pero sí de una era en que lo prohibido se escondía en publicaciones para adultos, la pornografía se reservaba para tiendas especializadas y a la sexualidad se asignaban otros valores. En tiempos en que las artistas abandonan en el escenario toda pretensión de estar vestidas; los traseros tan elevados como para servir de trampolín suicida —a lo Kim Kardashian y Jennifer López— son altares para la veneración pública y las celebridades cuelgan rutinariamente en la red vídeos con sus quehaceres sexuales, las fotos del impreso no escandalizaban ni a un monje tibetano. El muy castizo refrán se cumple porque se ha confundido el culo con las témporas.

Playboy y sus fotos desinhibidas fueron más que motivo para la autocomplacencia masculina e inflar la demanda de servicios de cirugía plástica. De las aceras feministas ha surgido una reconsideración de aquella condena, por mucho tiempo inapelable, por explotación de la mujer más la apropiación del cuerpo femenino para fines comerciales. Otra lectura adscribe al envite contra la mojigatería una reivindicación del hedonismo como meta aceptable y deseable. Etiquetada km como revista de entretenimiento masculino, Playboy fue el Caballo de Troya en medio de sociedades aletargadas por convenciones que coartaban la libertad y relegaban la mujer a las consabidas tareas hogareñas. A Hefner corresponde el mérito del artillero que acierta en la santabárbara.

En cada desnudo que poblaba las páginas de la revista que ideó el genio de Chicago había un canto al cuerpo femenino, sí, pero también a la mujer como dueña de su materialidad y en libertad total para disfrutarla, exhibirla, e, incluso, canjearla por amor o interés. Destape, ciertamente; y de paso, empoderamiento de alguien a quien la sociedad y sus normas arrinconaban en la cárcel del vestido, simbolizada así la discriminación y disminución de la mujer que aún continúan.

Hefner, su hijo y demás responsables de la publicación reconsideraron el paso radical y desde hace unos meses los desnudos han vuelto al papel satinado de Playboy, su circulación notablemente reducida en comparación con los tiempos gloriosos en que llegó a tener unos siete millones de lectores.

Hay un cambio de patrones de consumo, incluso de actitudes sociales y de comportamiento en el grupo, a remolque todo por la tecnología. Si la revolución industrial supuso un nuevo modo de producción en que la eficiencia mayor llevaba al abaratamiento de costes y democratización del consumo, este torbellino ascendente de la tecnología implica una redefinición de lo personal y de la belleza, de lo íntimo, y hasta de la solución a las pulsiones.

Despertamos a diario con el anuncio de nuevas técnicas, de nuevas aplicaciones, de nuevas posibilidades. Metamorfosis en los mercados y en la relación humana. La pareja opera bajo otros signos, porque la mujer se ha desembarazado de la etiqueta de objeto y del amuleto de la virginidad para lograr matrimonio. La cama deja de ser coto de caza para el hombre y muta en lugar donde se consumen pasiones compartidas sin reclamos de sumisión, superados los rubores y el tradicional patrón femenino. Devastador el efecto en el colectivo, y solo estamos en los albores.

Avis rara en el mundo editorial, la revista que fundara el legendario Hugh Hefner en 1953 combinaba las fotos endiabladamente sexis con un contenido de altísima calidad. En sus páginas incubaron su herencia los cultores y fundadores del Nuevo Periodismo. Maestros de la escritura como Gabriel García Márquez, Kurt Vonnegut, Jack Kerouac, Ray Bradbury, el Ian Fleming de 007, Margaret Atwood, Norman Mailer y Haruki Murakami colocaron sus firmas a relatos en Playboy. Las entrevistas publicadas pueden servir como texto en las escuelas de comunicación, tanto por su valor intrínseco como por la fama de los entrevistados: Martin Luther King, Henry Kissinger, Jimmy Carter, Malcom X, John Lennon días antes de ser baleado mortalmente, y todo un listado de integrantes de la nomenclatura global.

En el último número antes del hiato sin desnudos, apareció Pamela Anderson, veterana en presentarse tal como nació en la Columbia británica canadiense. Lo había hecho ya en las mismas páginas de Playboy y en campañas a favor de la protección de animales. Exhibirse en cueros sin abalorios concuerda perfectamente con su oposición militante a que la piel de otras especies sirva como abrigo humano.

De ella, y a través de las redes sociales inexistentes cuando en 1953 apareció la revista que la hizo famosa, ha brotado este lamento acompañado de fotos llorosas y que ayuda a redimensionar a Hefner:

“Ahora, me estoy desmoronando. Este sentimiento es tan loco. Está lloviendo en París ahora. Estoy en la ventana. Todo lo que el mundo ama de mí es porque usted me comprendió. Me aceptó y me dio coraje para ser yo misma. Lo amo como a nadie más. Vivir imprudentemente, sin filtros. Dijo que la revista era sobre una niña como yo. Que yo hice corpóreo el espíritu de tu fantasía. Yo era única. Lo dijo. Puedo escucharlo decirlo. Sé valiente. No hay reglas. Vive tu vida. Estoy orgulloso de ti. No hay errores. Y con hombres... disfruta. Tienes al mundo en un puño. Eres una buena chica. Y eres tan amada. No estás loca. Eres salvaje y libre. Mantente fuerte. Sé vulnerable... es la hora de película”.

Revolucionario, visionario, con buen ojo para los negocios, decidido a crear nuevos espacios de expresión sexual y legitimar los adecuadamente llamados placeres mundanos, el creador de Playboy y de una modalidad de hedonismo de alto vuelo deja tras de sí toda una impronta. Suya fue una época y supo cómo adaptarla a una filosofía de vida inscrita en la libertad, en el derecho a ser uno mismo y aprehender su humanidad.

Por los amores que incubó, las cadenas que rompió y una existencia reacia a los moldes, dudas sobradas tengo de que Hefner haya pasado a una vida mejor.

adecarod@aol.com

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