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El brazo implacable y largo del Generalísimo

El presidente guatemalteco Carlos Castillo Armas, quien gobernara su país de 1954 a 1957, fue taimado, incumplidor de acuerdos y promesas, no tenía arraigo en las fuerzas armadas ni lograba concitar las simpatías populares. Había dirigido un plan de insurgencia que derribó el gobierno del presidente Jacobo Árbenz que había llegado al poder en su patria en 1951 con un amplio respaldo. En estricto sentido, Árbenz se vio obligado a renunciar ante las presiones que recibió durante todo su mandato acusado persistentemente de ser comunista (Jacobo el rojo, le llamaban) y la puesta en marcha de una reforma agraria que la entonces poderosa United Fruit Company consideró que afectaba sus intereses.

Las acciones sediciosas del coronel Castillo Armas empujaron el derribo del gobierno de Árbenz, contando con el respaldo del gobierno norteamericano del presidente Dwight D. Eisenhower, la CIA, Trujillo y Somoza. Ya instalado en el poder, Castillo Armas se abanderó con las posiciones anticomunistas, persiguió a los dirigentes de izquierda, arremetió contra los sindicatos, centros académicos, intelectuales, partidos y congresistas, medidas sin dudas que recibieron el beneplácito de los enclaves estadounidenses que le habían facilitado su entrada triunfal en la capital guatemalteca al frente de los liberacionistas que era el grupo político que comandaba. Pero, cometió un error que tal vez nunca sospechó resultaría tan vital: después de haber obtenido el apoyo del dictador dominicano para sus propósitos políticos, le dio la espalda una vez se instaló en la casa presidencial. No atendió determinadas solicitudes que le hiciera el mandamás criollo; se resistió a perseguir a los exiliados dominicanos y solo apresó al general Miguel Ángel Ramírez Alcántara, pero no se lo entregó a Trujillo sino que finalmente lo liberó y dejó que otros combatientes antitrujillistas se refugiaran en las legaciones diplomáticas; se burlaba de Trujillo en convites sociales y no le otorgó la Orden del Quetzal, la más alta distinción del gobierno guatemalteco, a un hombre que apreciaba tanto medallas y condecoraciones.

Guatemala había sido asiento de un conglomerado muy activo de exiliados antitrujillistas y de allí había salido la expedición de Luperón, en 1949, que contó con el respaldo activo de otro importante militar de Guatemala, el coronel Francisco Javier Arana quien formaba parte de los luchadores democráticos contra las dictaduras de la zona caribeña y centroamericana. Por esa razón, Trujillo estaba obsesionado con ese país, había penetrado estamentos civiles y militares y, lo fundamental, envió a Johnny Abbes García a dirigir el proceso que concluyó con el asesinato de Castillo Armas en plena sede presidencial. Fue la “ceremonia de graduación” de Abbes como jefe de inteligencia de Trujillo y como inmediato coordinador y ejecutor de las acciones homicidas ordenadas por el dictador.

Toda la compleja maraña de este asesinato, ocurrido el 26 de julio de 1957, la desenrolla y analiza con documentos a mano Tony Raful, en un texto que hace la narrativa del acontecimiento con pormenores que fijan, definitivamente, el liderazgo de Trujillo en el magnicidio. Por largas décadas se aseguró que el dictador dominicano dirigió aquel operativo. A raíz de su ajusticiamiento, ha de recordarse que este hecho se incluía como uno de sus múltiples desarreglos criminosos. Pero, la mención era planteada como una posibilidad. Raful ha investigado por varios años el suceso y ha dejado escrita la constatación de que la muerte de Castillo Armas fue obra de Abbes García en contubernio con el coronel Enrique Trinidad Oliva, del entorno del presidente guatemalteco. En consecuencia, obra de Trujillo.

Pero, el libro de Raful contiene hallazgos de mucho valor para el estudio del siempre inconcluso periodo del trujillato. Como modesto escudriñador de los acontecimientos históricos contemporáneos, debo resaltar que las revelaciones de este minucioso relato van más allá de los detalles de la conjura que terminó con la vida del mandatario guatemalteco hace sesenta años. Unido a ese episodio, surgen otros que crean también asombro y concitan al examen de las realidades humanas y políticas de los actores de aquel momento en la geografía política cubierta, en gran medida, por el brazo largo e implacable de Trujillo, como lo define el autor.

Veamos. El rol del personaje de película que es Gloria Bolaños, Miss Guatemala, para el tiempo de los hechos que aquí se narran una hermosa mujer de 23 años de edad, amante de Castillo Armas, protegida de Trujillo, huyendo hacia Santo Domingo en brazos de Abbes García y el sicario cubano Carlos Gacel, sindicada como agente de la CIA y aún hoy una activa anticomunista con un portal en internet./ Debilidades en decisiones y juicios del presidente Juan José Arévalo, como afirma Raful el “mandatario más solidario y comprometido con la lucha por la democracia en Santo Domingo”. / El deterioro ético en la conducta histórica del presidente costarricense José Figueres, que tanto ayudó a la causa dominicana, quien terminó confesando que había sido agente de la CIA y cuya traición a la Legión del Caribe aplazaría los aprestos para terminar con las dictaduras de Somoza y Trujillo. / La decisión de Castillo Armas una vez llegó a la presidencia de Guatemala de escoger como lema de su agrupación política la frase duartiana central de nuestro escudo, Dios, Patria y Libertad. / El hecho insólito de que las armas utilizadas en la expedición de Cayo Confites, según el presidente Arévalo, fueron adquiridas con dinero dominicano al presidente Perón, quien había sido acogido por Trujillo luego de su derrocamiento./ Cómo el general Miguel Idígoras Fuentes, con la “copiosa ayuda económica” de Trujillo, termina siendo el beneficiario del asesinato de Castillo Armas al lograr ascender a la presidencia de Guatemala./ La presencia entonces de funcionarios norteamericanos que luego incidirían negativamente en la historia dominicana posdictadura: William Tapley Bennet y Thomas Mann./ La localización de las armas no empleadas en Cayo Confites, que procuraba el coronel Arana, que sirvió de motivo engañoso para ultimarlo./ La “galleta” que le propinó Gloria Bolaños a Héctor B. Trujillo en pleno Palacio Nacional cuando este la acosó sexualmente./ La conversación entre el embajador norteamericano Joseph Farland y Trujillo, contada por el periodista Tim Weiner, donde el dictador llamó “hijo de puta” a Eisenhower, y Farland le respondió cara a cara que él no era más que “un dictador de tres al cuarto” y nuestro país “una cagada de mosca en un mapa”./ La relevante trayectoria del general Miguel Ángel Ramírez Alcántara en la lucha no solo contra Trujillo sino también a favor de Figueres en Costa Rica, así como su asesoría a Fidel Castro y su posterior encarcelamiento en Cuba./ Como se conocieron Ramírez Alcántara y Augusto Pinochet en un centro militar en Ecuador donde compartieron estudios y el dato increíble de que el general antitrujillista y el futuro dictador chileno discutieran estrategias militares que fueron enviadas como recomendaciones a Fidel en la Sierra Maestra./ La muerte en Haití de Johnny Abbes, ordenada por dos reconocidos militares balagueristas, utilizando como intermediarios a un coronel y a un legislador haitianos./ Y la posibilidad de que Johnny Abbes, convertido en agente de la CIA, no muriese en Haití y viviera por largos años entre Estados Unidos y México, según Gloria Bolaños, con su rostro transformado, aseveración que Raful considera que “no debe ser desechada totalmente”.

El libro de Raful está enriquecido pues, por varias revelaciones importantes, al margen de las documentaciones que lo llevan a la conclusión de que Trujillo estuvo detrás de la muerte de Castillo Armas, mostrando como ese brazo largo del dictador dominicano no sólo trazó las coordenadas para eliminar a sus contrarios en el país, sino a nacionales y extranjeros en Guatemala, Venezuela, New York, México, Haití, Costa Rica (donde envió sicarios a matar a Figueres) y en Cuba (cuando creyendo utilizar a los comandantes William Morgan y Eloy Gutiérrez Menoyo, intentó introducirse por Trinidad para destronar a Castro). En algunas falló, en otras salió ganancioso.

Guatemala descubrió que Trujillo fue el autor del crimen contra su mandatario en pleno palacio presidencial, “la mano que meció la cuna”, pero “la dinámica de los acontecimientos en Guatemala obligó a colocar en un segundo plano” el magnicidio y la condena al dictador. El brazo largo de Trujillo llegó en momento oportuno cuando Castillo Armas no contaba ya con simpatía alguna y las cosas terminaron dejándose así. Quizá valga decir: Guatemala silenció este hecho hasta hoy cuando Tony Raful con documentos, apreciaciones, interrogantes múltiples y su teoría del azar en movimiento volvió a ponerlo sobre la alfombra de la historia.

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