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El Oriente de contrastes

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El Oriente de contrastes (ILUSTRACIÓN: RAMÓN L. SANDOVAL)

Cipango fue ya descubierto y la Ruta de la Seda, recorrida una y mil veces. La novedad de las especias se agotó tiempo ha, tras expandirse su cultivo, con igual intensidad de sabor y capacidad de aderezar, en rincones nuevos del mundo enriquecidos por la bondad natural de los trópicos y en comunicación directa con el clima abrasador y fecundo. El Oriente como arcano, fuente de leyendas míticas y atractivo insatisfecho de la curiosidad humana, se difumina a fuer de la globalización en su tarea de acercar culturas y allanar el camino al mercado.

Si antes el Oriente atraía por lo exótico y la fuerza de filosofías milenarias que activaban conductas y tradiciones con raíces asentadas en la Antigüedad, en esta etapa de avances tecnológicos insospechados y auge comercial inimaginable para Marco Polo, continúa como un imán al que se rinde la pretensión etnocéntrica.

Aparentemente, los grandes cambios recientes se han producido allí sin fracturas sociales de envergadura. La historia enseña, sin embargo, que la resolución de las contradicciones desemboca siempre en transformaciones con perdedores y ganadores. Esos países arrimados al Pacífico que arrulla el sol poniente no son la excepción, pero en ellos se han combinado el pasado y la actualidad en un diseño de futuro que deja ya una estela luminosa de éxitos y evolución acorde con la demanda de los tiempos.

Aunque persisten reductos anclados en el atraso, en el este asiático acontece una revolución del consumo y de las convenciones. La innovación en los diferentes campos del conocimiento revela una elite creciente, con formación excelente, moderna en sus actitudes y comportamiento. El resultado inmediato ha sido un Oriente retador, asertivo y confiado en esa alquimia que de lo viejo y lo nuevo ha generado una aleación de resistencia y dinamismo indetenibles.

El Transpacífico se ha abierto al mundo y el mundo, al Transpacífico. La influencia simbiótica apunta hacia un nuevo estadio de civilización, con manifestaciones culturales harto evidentes en innúmeros campos del quehacer humano. Las concepciones filosóficas orientales han revitalizado el pensamiento occidental y modelado conductas más cercanas a un ideal de convivencia armoniosa y de cultivo constante del espíritu, permeados estos convencimientos por una aproximación a la naturaleza más consciente de un equilibrio indispensable entre la satisfacción de necesidades inmediatas y la preservación del medio ambiente, con la mirada puesta en generaciones embriónicas. A la sociedad de consumo egoísta se han opuesto otras opciones, menos materialistas y dogmáticas. El mimo del cuerpo no tiene por qué guardar obediencia ciega al hedonismo: es también cuestión de disciplina y de acceso a la perfección en más de un orden.

Los antípodas políticos se despeñaron, afortunadamente. Persisten restos en un ensamblaje de Adam Smith y Carlos Marx cercano al presupuesto trotskista sobre el capitalismo de Estado. La supremacía del grupo sobre el individuo, empero, se destaca como el emblema cierto de pueblos que reclaman un papel más protagónico en esta segunda década del siglo XXI que algunos pensadores argumentan ya tendrá un sello oriental definitivo. No sobrevive, asegura la teoría evolucionista, el más fuerte sino el que mejor se adapta. En ningún otro lugar como en las sociedades orientales se verifica esta verdad. Adaptarse no ya para sobrevivir sino para triunfar, es el mantra que nos llega de esa geografía asiática que alberga a los países con mayores concentraciones humanas.

El acercamiento de China al Occidente se aprecia con claridad en el apetito por la formación en universidades extranjeras. Cada año, miles de jóvenes cruzan la frontera para tomar en Hong Kong el SAT (prueba de aptitud académica, por sus siglas en inglés), y no el Gaokao local, como se le llama al examen de admisión universitaria en la República Popular. Los famosos internados británicos y norteamericanos cuentan en sus matrículas con buena representación asiática. En una repetición anual, se llevan los primeros premios en matemáticas.

Se calcula que más de medio millón de estudiantes chinos buscarán educarse en el exterior en el otoño. La masiva irrupción de tantos estudiantes orientales en los mejores centros universitarios del Occidente marca una tendencia que se desarrolla con intensidad desde hace por lo menos veinticinco años.

Se complementa este fenómeno con la apertura de sucursales de las universidades más prestigiosas de Europa y de los Estados Unidos en los diferentes países asiáticos, el mundo árabe incluido. En menor o mayor escala, el regreso de estos contingentes de jóvenes expuestos durante varios años a otra cultura y métodos de enseñanza, más la huella propia que habrán dejado, contribuirá a cerrar la brecha entre dos mundos históricamente contrapuestos.

A su vez, China exporta sus valores y lengua. Los institutos Confucio patrocinados por el Estado, que abarcan un programa de suministro de profesores a las escuelas de cualquier parte del mundo, se multiplican en el extranjero. En la España que nos legó la lengua que hoy nos comunica, se enseña mandarín en colegios de primaria. Hay reservas, sin dudas, y los remanentes de la Guerra Fría y los prejuicios alimentan sospechas, pese a la apoliticidad de esos maestros de idiomas, a quienes las mentalidades cerradas ven como un injerto extraño, comprobación del “peligro amarillo”.

De recuperar el ritmo de crecimiento ralentizado por la baja demanda de bienes terminados en el mundo desarrollado que emerge de la recesión, se calcula que la economía china sobrepasará la norteamericana quizás para la próxima década. La debilidad manifiesta en la dependencia del exterior no se limita a los alimentos, sino también a las materias primas que nutren sus industrias. Cada día debe importar cinco millones y medio de barriles de petróleo y toneladas de cemento, cobre, hierro y otros minerales. Después de los Estados Unidos y Rusia, China es el único país que ha logrado colocar hombres en el espacio. Ni hablar de su poderío militar, con armamentos altamente sofisticados y casi tres millones de efectivos en el Ejército Popular.

Sin embargo, enfrenta serias contradicciones internas que podrían generar tensiones sociales cataclísmicas. El ingreso per cápita es más bajo que el dominicano. Literalmente, millones de chinos viven en la miseria. Pese a sus enormes avances, China aún acampa en el subdesarrollo. Si bien la economía se encamina a superar a la norteamericana, la fiereza con que se ejecuta convictos, se persigue la corrupción y se acalla la disidencia, sugiere un déficit democrático preocupante. Paralelamente, el coloso asiático extiende sus zonas de influencia y se inventa islas para erigir una muralla marítima que molesta a los países vecinos y levanta dudas sobre si flotan a contracorriente del derecho internacional.

El Lejano Oriente, cautivador y emocionante, presenta retos y oportunidades. Abraza espacios de libertades modélicos y dictaduras espeluznantes. Tierra de contrastes físicos, sociales y políticos, todo un mundo viejo que sin embargo es también nuevo.

Inevitable que nos preguntemos si el sol se levanta por el oriente y se duerme por el occidente por razones que aún están por verse. Y aprehenderse en toda su dimensión.

(adecarod@aol.com)