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El Patriarca de los Charles

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El Patriarca de los Charles
Marcos Charles

Conocí a Marcos Charles –un prominente galeno dominicano radicado en New York, evocado por Marcio Veloz en sus crónicas memorables de Villa Francisca- gracias a la gentileza de Franklin Lithgow y su esposa Esperancita. Fue uno de esos domingos amables en que comensales interesantes –llámense Maricusa Ornes, Lucía Amelia Cabral o María Marte- suelen ser convocados a degustar los platillos que se fraguan en los fogones mágicos de la anfitriona, una verdadera Máster Chef de clase mundial. En ese ambiente propiciatorio a la amistad, se me quedó grabada la imagen jovial, de locuacidad inteligente, del Dr. Charles, quien rápidamente impuso entre la concurrencia el sello singular de su presencia. Grata fue la sorpresa al encontrarme recientemente en Cuesta del Libro con unas memorias (Destino Inesperado) de su autoría, cargadas de noticias autobiográficas, perfiles de personajes populares como Ciprián -el chinero cultor del canto operático- y rico anecdotario de la urbe que fuera Ciudad Trujillo.

Producto de un barrio populoso surgido en terrenos urbanizados por Juan Alejandro Ibarra e inaugurado en 1910 por Mon Cáceres, Marcos Charles creció en el corazón de Villa Francisca, con su vibrante avenida José Trujillo Valdez dotada de paseo central, la sociabilidad del parque Julia Molina y el Centro Social Obrero, los teatros Julia, Max y Diana –a los que se sumaban Mi Cine y el Atenas-, la bullanga de El Trocadero. La pedagogía rigorista de la Escuela Haití del profesor Glass en la mansión del Padre Andrickson. El Centro de Detallistas, la Librería De La Rosa, los comercios de sirios, libaneses y españoles. La Avenida Mella con los sirenazos de La Nación y del Cuartel de Bomberos. La Escuela Chile, en San Carlos, donde fue a parar, bajo la batuta del buenazo profesor Aliro Paulino. Y como nos sucediera a todos, esa Güibia que nos servía para un refrescante chapuzón y también para “brillar”.

De los múltiples perfiles que encontramos en la obra de Marcos Charles (hijo de higüeyana Santana Valdez, cuya raíz reivindica y rememora en el solaz de sus vacaciones escolares), resalta el que realiza de su progenitor, el patriarca de los Charles en el país, que lo fuera también del reconocido médico militar Clarence Charles Dunlop. Su estampa es cautivante y ratifica el carácter positivo de esta inmigración, matriz de prominentes familias dominicanas con raíces en las Antillas Menores.

“Don Eduardo Maturino Charles Jáquez, conocido por como míster Charles o don Eduardo, nació en la isla de Dominica, en las Antillas Menores, el 22 de agosto de 1889. Era hijo de una madre mezcla de indios Caribe (los que aún existen en Dominica) y franceses. Su padre era de origen africano. También mi padre decía tener sangre árabe, de ahí se puede explicar su facilidad para hablar diferentes idiomas y también la nariz árabe de los Charles. Mi padre era una persona muy inteligente que cursó estudios primarios y secundarios en su isla natal y fue reconocido por los que le rodeaban como una persona muy especial y educada, con una habilidad excepcional para tratar a sus semejantes.

Una vez terminado su bachillerato mi padre le manifestó a mis abuelos que su fe católica era tan pura que había decidió estudiar para sacerdote. Aunque un poco renuentes sus padres accedieron a sus deseos y poco después nuestro padre ingresó a un seminario católico en Inglaterra. Ahí permaneció cerca de seis años y casi al final, próximo a su ordenación como sacerdote, decidió abandonar este seminario por discrepancias entre sus convicciones religiosas y las de la Iglesia Católica. A partir de ahí se autoproclamó un hereje y aunque su filosofía en cuanto a la Iglesia Católica era muy controversial respetó esa religión hasta el momento de su muerte. Mi padre decía: ‘Es verdad que existe un Dios; pero este Dios no se mete con nosotros’.

Subsecuentemente mi padre estudió contabilidad y se graduó de contador público autorizado. El había comenzado a estudiar leyes pero desistió un tiempo después ya que no era muy amigo o partidario de la litigación y también veía a los abogados con cierta sospecha. Durante sus años en el Seminario se les exigía a los futuros sacerdotes aprender varios idiomas ya que no se sabía a qué país serían enviados al ser ordenados. Mi padre, con una facilidad extraordinaria para aprender un idioma diferente, aprendió español, francés, italiano, alemán y latín, al que manejaba a la perfección. Más tarde, viviendo en la República Dominicana, aprendió el árabe especialmente el que hablaban los sirios y los libaneses que vivían en nuestro país.

Una vez terminados sus estudios de contabilidad le fue ofrecido un empleo en una de las compañías azucareras de Cuba como jefe de contabilidad y personal, ya que mi padre hablaba español. Sin embargo, según él nos narró, el barco en el cual viajaba hacia la isla de Cuba sufrió averías y también mal tiempo, por lo cual fue desviado hacia el puerto de San Pedro de Macorís. Una vez en esa ciudad se hospedó en un hotel hasta que el barco fuera reparado. En una conversación informal con el gerente del hotel se le informó que en los ingenios de San Pedro de Macorís, no recuerdo si Consuelo, Quisqueya o Porvenir, tenían posiciones para personas con estudios administrativos a nivel universitario. Mi padre solicitó una posición en uno de estos ingenios y fue nombrado poco después director de personal y ahí comenzó su ilustre trayectoria en la República Dominicana. Al recibir tan buena acogida decidió residir permanentemente en el país y con posterioridad se hizo ciudadano.

Poco después de haber llegado a nuestro país contrajo matrimonio con la señora Alicia Dunlop. De esta unión nacieron tres hijos: Clarence Eduardo, Víctor Máximo y Silvia Estela. Esta última contrajo matrimonio con un ingeniero de nombre Manuel Gautier y tuvieron una hija llamada Lourdes. Mi hermana Silvia quien obtuvo un doctorado en Farmacia de la Universidad de Santo Domingo, partió a los Estados Unidos en 1952 y ha residido en ese país desde entonces.”

Conforme este relato, durante la intervención norteamericana de 1916 al 1924, el manejo del alemán le habría causado problemas a míster Charles y al Dr. Horacio Read –especializado en Alemania-, al coincidir con la Primera Guerra Mundial. Ya que la inteligencia americana andaba tras la caza de espías pro germanos en el país.

Míster Charles, tras trabajar en la industria azucarera, ingresó como agente comprador a la Casa Armenteros de Macorís. Un viaje a Nueva York le sugirió la idea de exportar frutos tropicales a EEUU, negocio que emprendió con éxito, al grado de poseer cuatro embarcaciones a esos fines. A final de los 30 un emisario de Petán Trujillo lo conminó a venderle, despojándolo de su empresa. Sin amilanarse, se movió al ramo de importación de telas para la confección, instalándose en Duarte con Luperón, en sociedad con un señor Mora, importador de manzanas y uvas que abastecía a la Casa Velázquez y a Vitienes. El grueso de los clientes de Charles era de origen árabe. E incluían familias radicadas en la Avenida Mella como los Mauad, Fued con La Flor del Líbano y su hermano Yuad con La Libanesa, así como los Alma y los Selman.

Marcos Charles recuerda la amistad de su padre con el bondadoso Fued Mauad, con tienda en Trujillo Valdez y Mella, quien enviaba a su hogar semanalmente “una docena de quipes, tan sabrosos que los devorábamos en minutos”. Refiere el local de Laíto Ventura, quien “tenía la tienda de vender guineos más grande del área, aparte de unos ricos emparedados y su legendario café con leche del cual se hacía eco en sus comerciales el inolvidable locutor Max Reynoso: ‘Laíto Ventura vende café, sólo café con leche, café sin leche y leche sin café’. “

En su evocación del progenitor y mentor, nuestro autor apunta algunos rasgos característicos de la vida de entonces. En cuanto a la empresa de su padre, Eduardo Charles y Compañía, operaba facilitándole el catálogo o muestras a sus clientes para que ellos ordenaran los materiales deseados. “Entonces se hacía el pedido ya fuera a los Estados Unidos o Inglaterra por lo que recibía de esa venta un 10 porciento de comisión”. Dada la facilidad para aprender idiomas de míster Charles, se propuso conversar en su propia lengua con los clientes sirios y libaneses, algo que le llenaba de satisfacción.

Los hábitos del padre quedan retratados al detalle. Salía del hogar a las 8 de la mañana y se dirigía a pie a la oficina, recorrido que hacía en 20 minutos. Retornaba a las 12 del mediodía. Almorzaba junto a la familia y dormía una hora de siesta. Regresaba a su oficina a las 3 de la tarde y volvía a las 6 a la casa. Los sábados iba de compras al Mercado Modelo de la Avenida Mella y a otros almacenes circundantes, acudiendo a la Casa Velázquez y a Vitienes. Los domingos alquilaba un Plymouth modelo 1946 y paseaba con la familia por la ciudad y pueblos aledaños, empleando a un chofer. Almorzaban en un restaurante diferente cada domingo y terminaban disfrutando de una copa de helado en una heladería. Este paseo era anhelado por todos. En ocasiones contaban con invitados que almorzaban los domingos en la casa. Comerciantes amigos que degustaban pollo guisado, arroz blanco y habichuelas rojas o locrio de pollo, ensalada mixta, tostones o plátano maduro al caldero, y aguacate en el verano. Y nunca faltaba el whisky.

“Las caminatas diarias de mi padre por la avenida eran legendarias. Siempre iba vestido formalmente y era amigo de casi todos los vecinos, los cuales lo saludaban por su nombre (algunos de Mr. Charles y otros de don Eduardo) y siempre contestaba con una sonrisa y ‘un pase un buen día’. Ningún vecino lo notó enojado o preocupado aun cuando a mediados de los años 50 sus negocios no andaban muy bien... Mi padre era una persona muy caritativa por lo que tanto a nuestra casa como a su oficina acudían personas pobres y necesitadas.” Y así va marcando Marcos, la huella del Patriarca de los Charles.

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