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Enrique Armenteros, in memoriam

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Enrique Armenteros, in memoriam
Enrique Armenteros Rius (MARVIN DEL CID)

Pudo ser indiferente, pero se negó a serlo.

Tuvo todas las condiciones para esconderse, acomodarse, disfrutar y permanecer distante, pero se negó a aceptar el regalo de la molicie que le obsequió la fortuna heredada.

Dedicó su vida a contribuir, en lo posible, con el entendimiento y solución de conflictos sociales realmente trascendentes.

Sentirse copartícipe del dolor humano, contribuir en la solución de los reales conflictos sociales, era y es una característica familiar que, gracias a Dios, conserva la mayoría de sus parientes.

Le tocó vivir un período de riesgos insoslayables de la historia dominicana que impuso definiciones a cada individuo y se negó a ser indiferente.

Cuando los restos de la dictadura de Rafael Trujillo se negaban a morir, todo parecía indicar que estallaría una guerra fratricida. Entonces se propuso desde aquellos lares un original mecanismo de resistencia o de desobediencia civil que forzaría la muerte de aquel régimen. Fue este el plan que forzó el retiro de las monedas de circulación corriente (el dinero fraccionario) con el que se paralizó la economía de una manera más efectiva que una huelga general que se fomentaba o con la pretendida aniquilación de culpables o supuestos culpables que todavía conservaban mucho poder. En aquellas circunstancias había muy pocos capaces de empuñar o querer lanzar la primera piedra. Así que la solución debía encontrarse en una acción concertada efectiva que impidiera el conflicto sangriento de alto costo.

Fue así como desde los albores de la esperanza que creaba el sistema democrático tras la Dictadura, Enrique Armenteros se inscribió en la idea de promovía la participación en la vida económica de los menos favorecidos. Fue de los promotores y fundadores de la primera asociación de ahorros y préstamos para la vivienda con lo que atraía a la inversión al pequeño y al gran ahorrista. Desde allí se fomentó el ahorro con objetivos a largo plazo y el financiamiento de vivienda para los grupos sociales menos favorecidos y se indujo en las grandes mayorías la aspiración, ahora alcanzable, del techo propio. Este primer impulso fue la semilla que desarrolló la pujante banca hipotecaria de nuestros días.

Aprovechó los vínculos comerciales que heredó la empresa familiar, de sus abuelos, padres y familiares, para fomentar numerosas empresas industriales que daban empleo a miles de dominicanos.

Nunca fue indiferente a la suerte de sus congéneres y buscó siempre promover la superación educativa, cultural y económica de cuanto lo rodeaban.

Recuerdo cuando se involucró en la Fundación Progressio, a través de la cual fomentó la creación de una educación para fomentar el amor al bosque y al árbol en un momento en que habíamos perdido la esperanza de recuperar estos recursos y parecíamos incapaces de llegar a entender su trascendencia. Sostuvo, con sus propios fondos, el desarrollo de la Reserva Científica Ébano Verde, en la cordillera Central y a partir de ella introdujo la idea de crear la reserva Madre de las Aguas que encierra las principales cuencas acuíferas de la isla.

A partir de esta experiencia insistió en convertir al bosque en un productor de riquezas aprovechables para los habitantes de la ruralía dominicana y un conservador de las fuentes de agua. A partir de este concepto introdujo cultivos de árboles maderables y frutales de gran valor económico y los propagó por todo el país a través de fincas demostrativas que sostenía con sus recursos.

Fue un consistente practicante de deportes que de una u otra manera se vinculaban con recursos naturales y la vida silvestre. Fue de los fundadores del Club Náutico de Santo Domingo y se involucró en la creación de los famosos torneos de pesca de Márlin Azul y el de Cabeza de Toro, cuando todavía no existían vías de comunicación ni hospedajes en las maravillosas playas del extremo oriental.

Era un español macorisano. Hijo de españoles nacido en San Pedro de Macorís y como tal quiso ser beisbolista, cosa que nunca se le permitió. Muy temprano su familia lo envió a España a educarse junto a su hermano José Manuel, donde regresaron casados ambos y profesionales. Trajeron del suelo español incrustado en sus lenguajes el seseo (o mejor, en criollo domincano, zezeo) característico de los nativos de la Península, el cual nunca han podido borrar.

Hay muchas cosas más que podría agregar porque José Enrique Armenteros Rius fue un hombre de muchas facetas y accionar positivos. Muchos lo identificaban con el éxito económico, pero esta característica, que sin dudas la tenía, nunca la quiso exhibir. La modestia fue una de sus dones más notables.

José Enrique Armenteros fue rodeado de todas las condiciones sociales y personales para ser indiferente a la pobreza, la falta de salud, la destrucción del medio ambiente y los conflictos sociales, pero se negó a serlo.

Lo recuerdo con su pose característica cuando se detenía a observar algunos sucesos que le despertaban interés. Era capaz de mantenerse con una atención inusitada, con la mirada inquieta, sobre el objeto o la persona que era motivo de su atención, mientras se mantenía de pie, con el brazo derecho doblado sobre la espalda, mientras con la mano derecha asía el codo del brazo izquierdo. Me llamaba la atención porque era capaz de permanecer así, en esta pose que consideraba yo incómoda, por largo rato.

Su principal don fue el de la amistad. Tenía amigos en todos lados y trataba amistad con personas de todos los niveles y condición económica. Nadie le fue indiferente.

Sin duda muchos recordarán algunas cosas que quisieran reprocharle, a mí, gracias a Dios no me retrotrae la memoria ninguna.

Dios lo compensará, sin que me quede ninguna duda, en su nueva existencia. Espero que nos siga promoviendo cosas buenas para todos como siempre pensó que podía hacerlo.

¡Que Dios le conceda la paz eterna!

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