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Los 60 de Payán

Fue en 1956 cuando abrió sus puertas en la 30 de Marzo con San Juan Bosco la Barra Payán. Un punto que pronto se convirtió en referencia obligada para los moradores de los barrios del entorno (San Carlos, San Juan Bosco, Villa Consuelo) y para aquellos mortales que transitaban por una de las vías troncales de Ciudad Trujillo, que al traspasar la Braulio Álvarez (actual Teniente Amado García Guerrero) adoptaba el nombre de avenida San Martín. En ella se alojaban las principales empresas distribuidoras de vehículos, equipos médicos (Caribbean Medical Supply), la Compañía Dominicana de Teléfonos, ferreterías tal El Gallo, cines como el Nuevo Ramfis, hoteles como el Presidente.

Tiendas de repuestos y herramientas, dos fábricas de refrescos, almacenes de provisiones, cafeterías y hoteles de chinos, farmacias, dispensarios médicos. El complejo tele radio difusor La Voz Dominicana, lo máximo de la época en cuanto a oferta artístico cultural. Y el siniestro Servicio de Inteligencia Militar (SIM), adjunto al Palacio Nacional, a dos esquinas de Payán.

Para mí y los compañeros de barrio (San Carlos y San Juan Bosco), la apertura de la Barra Payán fue una verdadera bendición, al acercarnos servicios que procurábamos en el establecimiento de Meng el Chino frente al Parque Independencia, en Los Imperiales de la Hostos, en el Bar América frente al Hospital Padre Billini. Yo andaba por los 9 años cuando fui por vez primera a degustar las ofertas más solicitadas del momento: leche batida –con mucha espuma pedían unos y canela espolvoreada en el tope-, morir soñando –leche con jugo de naranja y abundante hielo-, batidas de lechosa y zapote con leche, granadillo.

En la línea de los emparedados se destacaban el derretido de queso tipo Patrón de Oro (el cheddar criollo) con tomate, muy demandado por bueno y barato. El de mortadela y queso, que seguía al anterior en rango de precio, caracterizándose entonces la mortadela de fabricación nacional por su calidad, en especial la elaborada por CAMI, moderna empresa de la familia Trujillo, y por los judíos de Sosúa que producían mantequilla, quesos y embutidos cárnicos. Otro apetecido era el sándwich de pierna de cerdo, que yo prefería con pepinillo. Y lo máximo era el completo: pierna, mortadela, jamón, queso, tomate. Una verdadera bomba nutricional. El pan que se empleaba para preparar estas exquisiteces era y es pan de agua de primera, especial por su mayor tamaño respecto al estándar que se detalla al público.

A mi madre Fefita –residente a dos cuadras del establecimiento en la Martín Puche- le encantaba el derretido de queso y la lechosa batida. Luego, al ampliarse la gama de emparedados, se inclinó por el de pollo, uno de los mejores logros de estos artífices de comida rápida de buen gusto. Una predilección que yo perpetúo en reconocimiento a mi madre y a la calidad del producto.

En aquellos años era tal la demanda de los sándwiches de Payán, tanto para consumir en la barra como en el servicio a los autos a cargo del amable Monchín y para llevar, que obligaba al personal, con Manolo a la cabeza –junto a su hermano Juan Frías Payán, propietario gerente del negocio- a prepararlos de antemano, acumulándolos en tramos adosados a la pared y en muebles de madera y cristal diseñados al efecto. A la espera de su despacho en las horas pico.

Cuando el dinero no alcanzaba para realizar un consumo individual, la muchachada del barrio hacía un “serrucho” y compartía los manjares que servía esta emblemática barra.

El punto desarrollado por Juan Payán –el Frías se lo volaba la gente- no operaba en solitario. En la esquina de enfrente tenía fuerte competencia. Se trataba del Palacio de los Sándwiches, popularmente conocido como Barra Asturias, operado por un atento español bajito y regordete auxiliado por su hermana, quienes residían en la segunda planta del local junto a la madre. Su carta de presentación era atractiva, particularmente inmejorable el sándwich de pierna, siempre la carne fresca horneada con esmero. Además ofrecía queso manchego, jamón serrano, algunas bebidas, con un perfil diferente a Payán al integrar otras opciones.

A pocos pasos más arriba de Payán y Asturias, se hallaban dos negocios complementarios de esta oferta gastronómica. ¡Oh qué bueno! Helados Café, operado por otro amable peninsular, con helados exquisitos y un café expreso aromático de primera clase. Abierta la barra en L hacia la calle, era uno de mis destinos favoritos, que luego se trasladó a otro local frente a la residencia de Petán Trujillo en la avenida San Martín. Allí encontré en plena revolución de abril del 65 al poeta nacional Pedro Mir con disfraz de billetero, evadiendo así a los sabuesos que lo enlistaron entre los comunistas más buscados por la marinería americana y el FBI.

La otra opción en cuanto a un sándwich meritorio la encontrábamos en el Colmado Ritz, donde se empleaba un pan de molde cuadrado de manufactura artesanal, de masa gruesa, con jamón planchado y buen queso como ingredientes. Único en ese contorno, asequible al bolsillo medio.

La eficiencia en el servicio y la óptima relación calidad-precio, así como el horario extendido, fueron convirtiendo a Payán en un negocio prácticamente sin competencia real en una ciudad que ampliaba su radio. Dumbo, frente al Parque Independencia, era lo más cercano. La Cafetera en El Conde, El Emperador en la Tiradentes de Naco, Barra Uno de William Read en la Lope de Vega, fueron alternativas en su momento aventajadas por la proximidad residencial. Salida de la propia matriz Payanística, surgió la Barra Manolo, en la Barahona cerca de Dulcera Dominicana, con horario de borracho y una nutritiva batida de zapote con Carnation que neutralizaba los efectos devastadores del alcohol. Una suerte de póliza de seguro para evitar la resaca.

Por seis décadas gloriosas la Barra ha sido testigo de la historia. Vio a Trujillo en el apogeo de su Era y registró su trágica caída, con calieses clientes incluidos, como Cholo Villeta. Participó del renacer de la esperanza, la difícil transición, el breve sueño democrático de Bosch, el golpe triunviralicio, la revolución de abril y impronta de la bota yanqui. Los 12 añitos del Dr., Guzmán, Salvador y de nuevo Balaguer. La Era del PLD con interregno hipolitista. Amantes embriagados de gusto de motel, parejas adolescentes enfebrecidas, guardias y policías de patrulla, políticos en campaña, bugarrones y putas hacendosas, burócratas acicalados, curas y poetas, han desfilado por este boulevard del placer gastronómico modesto.

Levantada esta Barra proverbial hoy multiplicada por su progenitor Juan Payán, hombre visionario, trabajador incansable, de trajinar sin pausa, casi eléctrico en su discurrir discreto. Con el concurso laborioso de familia y empleados. Y la fidelidad de una clientela solícita y consecuente. Entre ellos Felipe Acosta, mi querido Gladiolo, quien vino desde New York a establecerse en apartamento frente a ella, como para rendirle tributo a los buenos viejos tiempos, cuando el barrio era el barrio, antes del Diluvio de los días salvajes. Antes de abandonar silencioso este mundo, en un repentino abrir y cerrar de ojos, mirando hacia el Mar Caribe. Convertido en marinero mercante con carnet de sindicato y en marine americano condecorado en el Golfo.

Hoy Payán, con 7 sucursales, nos sigue dando de comer. Bueno y barato. Aprovechemos la ganga.