Nosotros, todos, en ‘Nosotras, las de entonces’
Vicios, virtudes, vacilaciones, traiciones, maquinaciones, vileza, amores y desamores, odio, violencia e instintos bajos conviven en un mundo de ficción exagerada, a veces, pero no tan distante de la historia real de este y otros siglos.
Momentos hay que marcan la vida y se escurren por el subconsciente hasta convertirse en motivos que de una manera u otra influencian lo que somos. Tanto así, que con toda propiedad puede hablarse de un antes y un después. En Nosotras, las de entonces, Margarita Cordero ha construido un mundo íntimo cargado de remembranzas, nostalgias, pesares y observaciones sociales y políticas punzantes.
Es su mundo, y también parte del nuestro. Con génesis en abril del 1965, su relato se adentra en episodios relevantes de nuestra historia como fueron la guerra civil e intervención militar norteamericana. Anudados con prosa impecable, aparecen desdibujados los hechos trágicos de un acontecimiento que ha influido el derrotero dominicano en todos los órdenes dado el calado de las consecuencias.
No estamos, sin embargo, ante un libro sobre la revolución de abril. Lo que se nos ofrece en bandeja de tinta y papel, y en mi caso digital, es una reflexión profunda sobre la vida de una mujer, de varias, a partir de su ingreso en la etapa adulta: una suerte de repaso existencial sin espacio para la ingenuidad propia de la edad, una meditada autocrítica de la que no hay escape porque el baremo es la madurez, atalaya desde la cual la autora lanza la mirada retrospectiva.
Que sea la autora quien lo diga: “Pero debo confesarte que recordar abril ha desencadenado una vuelta atrás de mí misma que ahora no logro refrenar. Es catártico. Todo viene en tropel y a veces temo que me aplaste, incapaz de contener la regresión de la memoria y el descenso al fondo de mi historia personal”.
Es esta propiamente la primera incursión literaria de Margarita Cordero, a quien, sin embargo, acompaña como sombra inseparable que la cubre y descubre, un quehacer periodístico que se cuenta en décadas y que le ha merecido el Premio Nacional de Periodismo entre otros reconocimientos. Ya en su periodismo de altura, riguroso, exigente y bien articulado, había atisbos de escritora de talla. De ello puedo dar fe, porque coincidimos en tramos de mi andadura periodística, juntos embestimos molinos de viento e invertimos crédito profesional en un ejercicio del que podemos sentirnos humildemente orgullosos.
No será la primera periodista en acometer la literatura con impronta. Ambos géneros, periodismo y literatura, se tocan y sobran los ejemplos de buenos periodistas que han devenido escritores exitosos: Vargas Llosa, Isabel Allende, Vásquez Montalbán, Pérez Reverte y García Márquez, por ejemplo. No me ha sorprendido, pues, que esta primera novela acuse maestría en el manejo del idioma y desde ya quede inscrita en el corto listado de los títulos dominicanos excelentes que han aparecido en los últimos años.
Nosotras, las de entonces, se aleja del patrón tradicional del relato lineal. En medio de las reflexiones de Mujer uno, Mujer dos y Mujer tres, a veces en modo epistolar, la autora inserta en capítulos separados acontecimientos de abril narrados a partir de su experiencia personal. En esa versión particular está el ojo agudo de la periodista veterana. Por supuesto, la autora admite la subjetividad, que es otra manera de personalizar el abril del 1965. Vale citar cómo lo hace:
“En verdad, no es solo el recuerdo de abril. Es todo, lo de antes, lo de ahora; es esta confusión que se hace cada vez más tupida. Cuando abro los ojos cada mañana, mi primera pregunta es cómo llenaré las horas del día. Jubilada, el ocio improductivo me carcome. Y la soledad, pero de eso hablaremos en otro momento”.
Se vale de esa confusión, ese todo que confía al lector con cuidado esmero, para una crítica demoledora sobre la actualidad y que nos deja con la impresión de que entre el pasado y el presente no hay fronteras y que la intención político-social de abril de 1965 mantiene vigencia plena porque tuvo mucho de realidad estéril.
“¿Estoy siendo cargante? No me molestaría si lo piensas. También yo, cada vez con mayor frecuencia, pienso de mí misma que soy una anomalía en mi entorno. Lo digo en sentido estrictamente gramatical. Contemporizo conmigo misma cuando uso esa palabra, “anomalía”, que tiene resonancias menos graves que “patología”. Si soy lo primero, simplemente discrepo de las reglas en uso; si lo segundo, sería el síntoma de una enfermedad social, probablemente la mía propia porque, ¿sabes?, me siento enferma, una enfermedad que ignora mi cuerpo para tragarse vorazmente las ganas de estar viva, de salir a la calle y sonreírle a la gente, de deleitarme con la luz de la mañana o del atardecer, de enfurecerme de manera sincera, no emotiva, con el caos de la ciudad y con esa falta de urbanidad del dominicano que ha logrado alcanzar cotas insólitas. ¡Oh, Dios, cómo son de torcidos tus renglones! Comencé hablándote de mí cuando era niña, arrimada a la mesa para cumplir con una tarea escolar, y termino haciéndolo de lo mucho que me escuece esta obligación de lidiar cada día, para poder sobrevivir, con el despelote nacional, con esta rotunda mierda en que nos hemos convertido.”
La verdadera anomalía es que Margarita Cordero se haya reservado su indiscutible talento y nos haya privado de una producción literaria que debería ya sumar varios títulos. No comparto su pesimismo, empero. En múltiples ocasiones hemos debatido sin ponernos de acuerdo sobre cuán terminal es la desgracia social dominicana, si de veras tiene remedio o viviremos en ese pantano que la autora llama con sorna no contenida “despelote nacional”. Hemos avanzado, y mucho, desde ese abril de 1965 cuando la libertad y los derechos humanos formaban parte del desiderátum nacional. No existe ya, y cito a la autora, “ese miedo que nos impuso el terror de la dictadura hasta convertir a la sociedad en una gigantesca tumba”. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Y si el comportamiento merdoso nos identifica con ese mundo en desarrollo al cual queremos superar, prefiero verlo como una etapa de recorrido corto y que será un día mera historia, como lo son ya tantos acontecimientos y normas que embridaban el espíritu dominicano.
Nosotras, las de entonces, es una radiografía sin concesiones de un instante nacional, alimentada inteligentemente con cogitaciones que dan un toque atemporal a este regalo de Margarita Cordero que tuve a bien presentar en una tarde madrileña. El resultado es una obra literaria dinámica en la que pasado, presente y futuro se avienen pero también se distancian en un ejercicio dialéctico que arrastra un infinito de posibilidades.
Sobresale la nota autobiográfica que, en la ocasión, rompe el molde de la individualidad. Y sí, en las de entonces está Margarita Cordero, pero también en las de ahora y en las de mañana. Porque, y he aquí lo que me ha impresionado sobremanera aparte de ese estilo elegante, refinado y preciso como un buen reloj suizo: la obra da voz al colectivo. Nosotras, las de entonces, es un espejo en el que el ideario feminista se refleja y, de paso, la insatisfacción y frustración de la mujer a la que ni siquiera en el fragor de los pretendidos cambios de abril del 1965 se le reconoció protagonismo.
Debo resaltar el ajuste de cuentas con la izquierda dominicana. A golpes certeros de textos inobjetables, se echa abajo el mito de esos revolucionarios que por años se vendieron como la conciencia nacional. E incluso, la autora arremete contra otro componente importante de la sabiduría convencional dominicana, y es el gobierno sietemesino de Juan Bosch, al que acusa de lanzar un flotador a los tutumpotes sobrevivientes del naufragio trujillista.
Quiero pensar que mi querida amiga ha desembocado en otra vocación de la que no intentará librarse, y que Nosotras, las de entonces diste de un debut y despedida literarios.