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Otras voces, otros protagonistas

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Otras voces, otros protagonistas

Antes clamaban en el desierto, se apagaban en la esterilidad del barullo o se extinguían asordinadas por los intereses. La tecnología lo ha revolucionado todo; y esas voces, fortalecidas, más otras nuevas amplificadas por el eco de las redes sociales y la redefinición de los mass media, perfilan un liderazgo alejado de las convenciones tradicionales. Otros son los protagonistas, otras las tendencias, otras las perspectivas y consecuencias. Pese al Poder y su capacidad para determinar el orden de las cosas, emergen con fuerza volcánica contracorrientes y convocatorias a una participación de connotación liberal diferente, con particular relevancia de la llamada sociedad civil.

Los colectivos se han reconstituido impulsados por una atmósfera más abierta y una insospechada extensión de la franquicia ciudadana. En las sociedades desarrolladas, por ejemplo, las grandes empresas han mutado en dínamo que mueve la rueda de los cambios. De repente, la base del capitalismo ha compaginado con sectores sociales otrora menospreciados. Así, la trompeta corporativa ha derribado muros de exclusión y devenido factor positivo en la incorporación de núcleos castigados duramente por ese mismo modo de producción.

Uno de esos colectivos, el LGBT, abre un camino que de rosa solo tiene el color de su bandera. Discriminar en razón de la preferencia sexual es políticamente incorrecto: se paga con daños en la cuenta de resultados y el éxodo de capitales. Lo saben bien los norteamericanos, en varios de cuyos estados se han tomado acciones públicas que sutilmente aparcan a quienes por elección propia o razones biológicas se inclinan por otras modalidades de vida. Al cobijo de una ley de “libertad religiosa”, como en Georgia, o del uso de los baños de acuerdo al sexo, tal el caso de Carolina del Norte, el conservadurismo planta cara a la realización de que ser diferente es legal y socialmente aceptable. Cuatrocientas ochenta empresas en Atlanta, la gigantesca CocaCola incluida, han subrayado las consecuencias al igual que, por ejemplo, American Airlines y el gigantesco banco Wells Fargo, en el otro estado.

Disney, con su gigantismo empresarial en la franja del entretenimiento, ejemplifica un patrón aleccionador. Sujeto a interpretaciones variopintas, muchos de sus personajes y filmes encajan la consabida etiqueta gay. Lejos de las especulaciones y atención freudiana, el imperio que forjó aquel dibujante ilustrado exhibe una hoja impresionante de defensa de los homosexuales, no obstante el manto de inocencia original que arropa su oferta de diversión fílmica y sus parques temáticos. Que el fundador fuese homo como se ha dicho, importa poco. Cuando la mancha gay no remitía 20 años atrás, Disney patrocinaba ya una política inclusiva con la concesión del seguro de salud a la pareja del mismo sexo. Los desfiles del orgullo gay tienen un antecedente poderoso en las ya famosas y multitudinarias celebraciones en Disneyworld. “Disney y Marvel son compañías inclusivas y aunque nuestra experiencia de filmación en Georgia ha sido excelente, planeamos trasladar nuestros negocios a otro lado si se aprueba cualquier legislación que permita prácticas discriminatorias”. Pocahontas podría encontrar un nuevo hogar.

Edad de un solo guarismo, sin reparar en mi presencia infantil un grupo de adolescentes escuchaba el relato detallado de una primera visita al prostíbulo. Aspaventoso, el gañán mostraba con ademanes cómo había “disciplinado” a la infeliz meretriz antes de pagar por el servicio. No atiné a explicarme el porqué de la bofetada, si le habían provisto el placer buscado al precio convenido. Sólo años después descifré los símbolos de la cultura machista, hoy en vías del desprestigio total, con escasa tolerancia social para esos atruena oídos a quienes llaman artistas urbanos y que nos soliviantan de tiempo en tiempo, además, con los estrépitos de su conducta débil frente al otro género. En marcha, pues, una regeneración cultural que nos toca de cerca pero que también engloba sociedades más avanzadas, la española, verbigracia, donde las campañas contra la violencia de género son continuas. Ha habido un cambio, positivo sin dudas pese a errores inocultables. El colectivo femenino ha conquistado altura y aunque dista aún de la cota masculina, cuestión de tiempo será. Avanza una contracultura que enfrenta comportamientos como el que recuerdo todavía con disgusto porque a mi escasa imaginación escapaba que se pudiese golpear a alguien indefenso en abono a un “hay que comportarse como un hombre”. La hombría tiene otros cauces allende el dormitorio y el terreno de lo íntimo: la buena ciudadanía.

La conversación pública asume otros giros y el evangelio proviene de cuarteles inesperados. El fundador de Apple, ido con su forja revolucionaria en plena actividad, representa la estampa de esta hornada de héroes modernos, lejos de la política, las controversias vanas y asidos a un espíritu emprendedor que levanta adeptos por doquier. Cuando murió hace ya cinco años, el presidente Barack Obama resumió a la perfección la presencia histórica de un inmortal: “valentía suficiente para pensar diferente, bastante atrevido para creer que podía cambiar el mundo, y talento sobrado para hacerlo”. La hazaña de Steve Jobs no se circunscribe a la mutación de Apple en una de las primeras y más ricas empresas del mundo; interesa cómo lo logró a base de productos innovadores, retadores, de diseño sorprendente y al mismo tiempo amistoso, con un toque de humanidad como marca de la compañía: una manzana a medio morder. Aceptado el símbolo de la tentación, en demostración práctica de aquel viejo refrán de que hay que tomar riesgos para cruzar el mar. Un verdadero gambito resuelto con maestría, un ejemplo de dedicación, de entrega a una causa que a nadie deja indiferente. Nada de darwinismo empresarial, sino de misión concebida como un propósito de vida y una satisfacción casi etérea, sublime. Porque a Jobs no lo movía el dinero sino la motivación que constituye la competencia consigo mismo, de aprovechar al máximo las habilidades propias y ajenas; en fin, de alcanzar una excelencia que en cierta medida replica a Sísifo. Alcanzada la cumbre, recomenzar para ascender más alto. Tarea inacabable, ciclópea, solo apta para animales de galaxia como Jobs.

Como dios de la innovación, Jobs trasciende fronteras hasta alcanzar la universalidad, me atrevería a apuntar. Como filosofía, Apple se presta a incomprensiones, más bien es un acicate que tensiona la naturaleza humana. En el idioma común, el emprendimiento está definido con una acepción simple que igual apela al individuo o al colectivo. Se corresponde con la ideología de este siglo, la que ha invadido las cátedras y facultades universitarias para ganar estatus de moneda de curso. La novedad reside en cuán incontrovertible ha resultado Jobs como verdad para el desarrollo humano y la creatividad.

Otros dos gigantes de la revolución tecnológica aportan insumos a la conversación pública en la que todos participamos de una manera u otra: Mark Elliot Zuckerberg y William Henry -Bill- Gates III, este último nacido el mismo año que Jobs y con quien ambos comparten la humildad y filantropía como ejes definitorios. Esperaba el cruce del cortejo presidencial en medio de la multitud frente a la sede de la ONU en Nueva York en ocasión de una de las asambleas generales y mi acompañante me susurró al oído que mirara a mi lado. Ahí estaba el magnate de Microsoft como cualquier ciudadano de a pie y adiviné que el fortachón detrás suyo debía ser un guardaespaldas. Cero ostentación y el anonimato como recompensa. Cuando uno de ellos habla, se le escucha. Poco ha, el fundador de Facebook se refería a los atentados terroristas en Europa y advertía sobre el peligro del aislamiento y el fanatismo. Su receta es música para los oídos de los millones que se comunican gracias a su invención prodigiosa y que yo no uso pese a reconocer la importancia que tiene en la hermandad cibernética. Simplemente, crear un mundo en que todos nos sintamos atendidos y amados. Toque hippy y que quizás unos pocos años atrás sonaría discordante. El “all we need is love” resuena nuevamente, pero la voz de este profeta llega más lejos que los Beatles, sin necesidad de LSD, visita a la India o el extremismo de pasar semanas en cama como protesta.

Otras voces resuenan, no solo las que se originan en Silicon Valley o provienen del mundo de las celebridades del espectáculo, como Bono y su cruzada a favor de los países en vías de desarrollo. O Sean Penn ensimismado en Haití, pero con tiempo para entrevistar al Chapo Guzmán de las manos adorables de Kate del Castillo, ¿o la Reina del Sur? El papa Francisco es figura obligada, emisor de un mensaje y estilo que ganan adeptos en todas las confesiones y entre quienes, como yo, entretenemos las neuronas en menesteres diversos, no necesariamente la fe. Le pertenecen el verbo aguerrido, el lamento estremecedor, un aldabonazo en las conciencias adormecidas y una reconsideración de dogmas que habían colocado al catolicismo de espaldas a la modernidad. Radical en oportunidades, conciliador en otras, el pontífice argentino ha hecho historia en pocos años al asumir causas perdidas e impulsar otras rezagadas.

Profeta de su tiempo, protagoniza la advertencia severa sobre la desolación de la naturaleza como subproducto de la explotación exagerada. El papa Francisco ha colocado el perdón en un nuevo apartado y devuelto la esperanza a millones de divorciados, por ejemplo, y a quienes una ortodoxia mal entendida había apartado de la comunidad católica. Ha monopolizado el látigo de la palabra contra la dureza del Occidente civilizado que rechaza a los refugiados víctimas del juego geopolítico de las potencias mundiales y para quienes la misericordia no les está reservada en esta tierra. Ha abrazado al pecador y exorcizado el demonio de los vacilantes en el cumplimiento estricto de no mirar la paja en el ojo ajeno. Su desvelo de pastor es genuino, su amor por el prójimo trasciende los límites del catecismo y sus calzados pisan firme porque ya no están hechos del terciopelo y oropel que habían debilitado al Vaticano.

Asistimos a la revalorización de la palabra. La tecnología, enhorabuena, nos permite disfrutarla en todo su esplendor.

(adecarod@aol.com)