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Pasión por la libertad

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Pasión por la libertad
Rafael Molina Morillo

En mi paso por el ente cultural oficial, dispuse bien temprano una transformación radical en el formato y organización de los premios literarios que concede anualmente el gobierno a través de ese organismo. Uno de esos cambios, por el que habíamos estado propugnando durante muchos años, estableció la división del galardón en el género historiográfico en tres modalidades. Resultaba una injusticia que cada año se galardonase a un solo escritor en esta rama del conocimiento tan importante para el examen de nuestra realidad histórica, pasada y presente, cuando la forma de escribir la historia acoge tres categorías.

A nuestro entender, la historia, como género literario, es ejercicio de tres vertientes: la de la investigación (fundamental para conocer nuevos episodios de la vida histórica o para desentrañar sucesos novedosos no antes vislumbrados), la de la interpretación (que hace la evaluación histórica desde determinados sistemas, principios o métodos) y la del testimonio (que resulta vital para que el protagonista de un hecho histórico, aporte su experiencia viva como actor de primera fila, o como testigo de segunda incluso, en el episodio, acontecimiento o realidad que describa).

Al propiciar un cambio en la valoración, a tres dimensiones, de la Historia dominicana, se lograba atender al mismo tiempo y en iguales condiciones, a esos tres modos de estudiar, valorar y ejercer como testigo del hecho histórico. Los resultados, hasta la fecha, han sido totalmente positivos. No obstante, pocas veces pudieron los jurados completar el veredicto tripartito. Cuando cuestionaba el por qué, me explicaban dos razones sencillas: no hay participación testimonial, o las que participaban no estaban suficientemente calificadas desde el punto de la vista de la escritura. A fin de cuentas, se participa en un certamen literario y por importante que sea un testimonio histórico no debe otorgarse el lauro si no está bien diseñada la propuesta escrita. Son dos hechos comunes, lamentablemente, en el discurrir de la investigación histórica entre nosotros. Muchos -conozco casos directos- no se atreven a escribir sus testimonios de importantes acontecimientos de nuestra historia contemporánea, donde los mismos han sido o protagonistas relevantes o testigos valiosos. Toda memoria es un amasijo de datos, revelaciones, explicaciones conductuales, reconcomios, reclamaciones y puestas de escena que pueden lastimar reputaciones. Pero, esa es la historia, y no conoceremos nunca la impronta real de los acontecimientos si testigos y protagonistas no se arman de valor y ofertan sus testimonios sobre los mismos.

Un testimonio, como memoria de un suceso, aun cuando provenga de uno de sus protagonistas no necesariamente se convierte en Palabra de Dios. Pueden surgir en ellos desmemorias, ajustes de cuentas, desavenencias personales, tergiversaciones interesadas o lapsus muy humanos. Pero, son valiosos en toda su amplia dimensión y han de servir de referencia en la investigación y examen del suceso dado. Y el que tenga algo que decir, debe decirlo, como una contribución al mejor conocimiento y a la más clara evaluación de los hechos históricos.

El otro caso es el de la escritura, que ha demeritado apuestas testimoniales que esperábamos meritorias. Es el producto, tal vez, de la sobreestimación o el desconocimiento del ejercicio de la escritura sobre todo cuando se lleva a la imprenta. Todos entienden correcto lo que escriben, aun cuando no sean escritores de oficio, y no pasan a un corrector su escritura para que sea corregida. En los anaqueles de nuestra biblioteca tenemos varios ejemplos de memorias dominicanas tan mal escritas, o no corregidas, que aun conteniendo revelaciones importantes resulta difícil su lectura y su real valoración testimonial y literaria.

Otro alegato común para no escribir memorias o testimonios históricos, es que ese ejercicio se ha de dejar para cuando los años avancen, porque una memoria tiene olor de despedida. No es cierto. Aunque muchos testimonios de especial trascendencia para el conocimiento de la historia de los pueblos del mundo, se han escrito o dados a conocer casi cuando el testigo está completando el paso de sus páginas vitales, otras muchas se han difundido cuando nada presagia momentos finales en las vidas de los mismos. Pienso ahora, de pronto, en unas memorias que leímos con pasión en 1993 del hombre que coronó su gran ejercicio militar como jefe supremo de las fuerzas aliadas en la guerra del Golfo, el general H. Norman Schwarzkopf. Su "Autobiografía" (por cierto, escrita en colaboración con Peter Petre, que fue sin dudas el verdadero redactor de aquel gran testimonio) fue alentada por los propios familiares de las víctimas de aquella contienda bélica y modelada en base a las "Memorias personales" del general Grant, a quien el propio Schwarzkopf denominase como "la mejor historia militar de nuestra Guerra Civil". El general norteamericano, elogiado estratega, publicó sus memorias apenas dos años después de concluir la guerra del Golfo, y murió casi veinte años más tarde de aquella memorable autobiografía.

Concluí hace poco tiempo la lectura de las memorias del político español José Bono, titulada "Les voy a contar". Bono tuvo una muy activa vida política como dirigente del Partido Socialista Popular que luego se uniría al PSOE. Fue Ministro de Defensa del primer gobierno de Rodríguez Zapatero y finalizó su carrera siendo presidente del Congreso de los Diputados. Durante varios lustros, llevó un diario de su trajinar político, y el resultado han sido unas memorias -que él prefiere llamar diarios- que todo político de nuestro tiempo, de cualquier latitud, debe conocer a fondo. Y Bono es un hombre de apenas sesenta y dos años, no ha tenido que esperar la vejez insumisa para contar todo, de todo y de todos, como reza la propaganda del libro que adquirí en Madrid justo en la fecha en que Bono lo presentaba al público el año pasado.

Y toda esta historia a cuento de una obra testimonial de enorme trascendencia para la fijación de conocimientos y realidades de nuestra historia más reciente, la que va desde la Era de Trujillo hasta nuestros días, dada a conocer hace pocas semanas por una de las más sólidas columnas del periodismo dominicano, Rafael Molina Morillo. Rehuye, como Bono, llamarla memorias, sino recuerdos, pero el género no lo decide el autor sino la preceptiva, si para este caso vale el término. Son memorias imborrables, recuerdos que relatan un ejercicio periodístico, una conducta ética y una andadura humana y profesional desde cualquier punto de vista testimonialmente conmovedora, inestimable y enérgica. Los adjetivos con los cuales el lector desee calificar ese acto valiente y valioso de dar curso al conocimiento general de una biografía sacudida por los riesgos innumerables de la pasión periodística y las virulencias de los aconteceres ingratos.

He leído en dos lecturas nocturnas este libro fundamental. Y confieso mi arrobamiento por lo que cada capítulo me iba ofertando en conocimiento y tasación de los hechos históricos que en ellos narra. En trazos breves, al modo de la escritura que le ha dado nombre, sin asaltar al lector con narraciones sobreabundantes, correcto en la forma, preciso en el contenido, Molina Morillo hace el recorrido por su historia de vida y su historia profesional explicando los recovecos de sucesos en los que cumplió roles protagónicos. Los orígenes familiares, la esposa que ha acompañado toda su trayectoria, el reportero de la Era que cubrió el encuentro de los Generalísimos en la España de los cincuenta, los dioses tutelares de su profesión (Ornes, Herrera), su militancia en la Unión Cívica Nacional como director de su medio periodístico, su presencia en El Caribe, el surgimiento de la revista Ahora, la voladura de sus instalaciones y el nacimiento de El Nacional de Ahora, la presidencia de la SIP, sus difíciles relaciones con Juan Bosch (quien fuera colaborador asiduo de la revista Ahora), su oposición al golpe de 1963, Anselmo Paulino, Orlando Martínez, Francisco Alberto Caamaño Deñó, su ejercicio político pasajero junto a Jacobo Majluta, la vida diplomática, la venta de sus medios a Pepín Corripio, la huelga en su contra, el Listín Diario. Todo, unido a calumnias, a proyectos fallidos, a la presencia de los "cuervos" que le advirtiera Pepín, a las trapisondas de colegas y la mala racha. Allí y acá, la tragedia rondando su esquina, mientras bajo toda circunstancia plasmaba en pasión por la libertad su lucha por el respeto a la libre expresión del pensamiento.

Molina Morillo salva del olvido sus recuerdos imborrables. Las suyas son memorias que hablan de persistencia, de fuerza de voluntad, de valentía, de agravios y acechanzas múltiples, y sobre todo de valores éticos que siguen dominando su vida de aportes invaluables a la sociedad dominicana y a un ejercicio periodístico que sigue vigente décadas después de una larga, ancha y afirmada historia. Leer las memorias de Molina es, sin reparos, un ejercicio obligado de todo periodista, político, forjador de opinión, estudioso de la historia o simple literato. Es la mejor lectura que he tenido en las últimas semanas.

Molina Morillo salva del olvido sus recuerdos imborrables. Las suyas son memorias que hablan de persistencia, de fuerza de voluntad, de valentía, de agravios y acechanzas múltiples, y sobre todo de valores éticos que siguen dominando su vida.