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Pedro Henríquez Ureña, según Miguel D. Mena

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Pedro Henríquez Ureña, según Miguel D. Mena

Que recordemos, en República Dominicana se han realizado tres intentos para reunir las obras completas de Pedro Henríquez Ureña, nuestra primerísima figura intelectual. La primera fue labor, encomiable y valiosa desde cualquier punto de vista, de Juan Jacobo de Lara, con el auspicio de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), en diez tomos, que tomó un lustro en completarse, de 1976 a 1980 cuando apareció el volumen que cerraba la serie.

Podría considerarse que la de Lara fue una edición carente de rigor, pero fue el primer gran esfuerzo por tener una edición dominicana de las obras del preclaro humanista y, por tanto, un punto de partida para divulgar y reconocer la extraordinaria labor intelectual del hijo de Francisco Henríquez y Salomé Ureña. Lara hizo la recopilación, prologó cada volumen y aportó la plata para que se llevase a cabo esta necesaria edición. Lara tenía un conocimiento cabal de la obra de Pedro, se preocupó en reunirla y aceptaba en el volumen diez que existía “más material de trabajos escritos y publicados por don Pedro que no poseemos, pero todo lo incluido en estas Obras Completas es lo que hemos podido recoger a través de extensos viajes y de extenso indagar por las Américas”. Lara quiso ofrecer una panorámica de la amplia labor intelectual de Henríquez Ureña y el cometido fue cumplido. Puso su dinero y su empeño en realizar esta labor y hay que reconocer que fue, por muchos años, el referente que teníamos los dominicanos para estudiar la labor citada, y el primer gran esfuerzo en reunirla.

Los intelectuales dominicanos no quedaron conforme con la edición de Juan Jacobo de Lara y la UNPHU, y colocaron muchos reparos a la misma. Empero, a la vista de hoy, treinta y cinco años después, debe admitirse que fue un esfuerzo personal de mucha valía, con méritos suficientes para que se reconozca esa contribución como vehículo original para elevar el conocimiento entre nosotros de la magna obra de don Pedro. Veintitrés años más tarde, en 2003, la entonces Secretaría de Estado de Cultura, dirigida en su primera etapa por el poeta Tony Raful, decidió crear una amplia comisión para ejecutar el proyecto de las obras completas de Pedro Henríquez Ureña, encargando a un intelectual reconocido el estudio preliminar del contenido de cada tomo. El esfuerzo, que contó con el respaldo financiero del Banco de Reservas, no pudo completarse y solo salieron a la luz cinco volúmenes. El primero (Ficción) lo prologaba Diógenes Céspedes; el segundo (Estudios literarios) contenía un estudio de Bruno Rosario Candelier; el tercero (Estudios métricos) trajo presentación de Manuel Matos Moquete; el cuarto (Estudios lingüísticos y filológicos) se encomendó su proemio a Irene Pérez Guerra; y el quinto (Escritos políticos, sociológicos y filosóficos) fue prologado por Manuel Núñez. Se trataba pues de un equipo de grandes ligas en el orden intelectual, pero, lamentablemente, el proyecto no fue completado.

Desde que se inició mi gestión cultural hice esfuerzos para continuar esta colección, siempre bajo el entendido de que debíamos tener los dominicanos una edición propia de la obra de don Pedro. Escritores y lectores extranjeros venían al país y trataban de procurar las obras de PHU sin que pudiesen obtenerlas. Era una vergüenza que debíamos enfrentar. Me reuní con las cabezas del proyecto que eran también mis amigos (Andrés L. Mateo, Soledad Álvarez, Manuel Núñez y Diógenes Céspedes) a fin de retomar y completar el esfuerzo realizado. Por diversas razones no fue posible completar, o reiniciar como era la propuesta de algunos, el proyecto. No parecía fácil poder acoplar las ideas que cada uno tenía sobre cómo debía realizarse la edición. Los proyectos donde entran en juego muchas voces, casi siempre resultan fallidos. Caímos en un limbo y, en verdad, por diversas razones abandoné la idea –que algunos de los invitados a esa reunión compartían- de continuar la labor tal y como había sido concebida.

Pasó el tiempo y en el ínterin, entre 2008 y 2012, hice publicar la “Obra y Apuntes” de Max Henríquez Ureña, en 28 tomos, uno de los legados más trascendentes en la historia intelectual de nuestro país, gracias a la labor de investigación que había realizado el historiador cubano Luis Felipe Céspedes en los archivos del Instituto de Literatura y Lingüística y en otras instituciones de Cuba. Reuníamos primero las obras de Max que las de Pedro. No obstante, tenía siempre la pena y la insatisfacción de que terminaría mi gestión sin poder lograr el objetivo de hacer la gran primera edición dominicana de las obras completas de Pedro Henríquez Ureña, proeza que figuraba desde hacía años en el catálogo del Fondo de Cultura Económica, de México. UNESCO, en coedición con Galaxia Gutemberg y Círculo de Lectores, había publicado en 1998, con reedición en 2000, dentro de su Colección Archivos, solo los ensayos de PHU, en una edición crítica en la que tomaron parte Soledad Alvarez y Guillermo Piña-Contreras.

Entonces, llegó a mi despacho Miguel D. Mena. Traía en sus alforjas el proyecto completo. Había dedicado años a la labor de compilar las obras de PHU y me solicitaba apoyo para poder llevar a cabo la tarea, que habría de implicar visitas a México, Argentina, Estados Unidos, a los lugares donde vivió y laboró intelectualmente don Pedro, a fin de bucear en archivos y bibliotecas para encontrar nuevos hallazgos o consolidar lo que ya nuestro reconocido escritor y editor tenía consigo. Yo creí encontrar la solución a la insatisfacción que sentía de no poder cumplir con la meta de realizar esta edición dominicana. No vacilé, aunque no pocos me advirtieron de un posible fracaso. Confié en Miguel y en lo que me planteaba. No tenía otra opción y quería terminar mi labor en la regencia de la cultura oficial publicando las obras completas de don Pedro. El tiempo avanzó y aunque Miguel cumplió entregando los siete primeros tomos no pude ver publicados los mismos porque ya no hubo tiempo para hacerlo, pero el día que entregué el mando a mi sucesor dejé esos siete volúmenes en sus manos, listos para ser publicados.

Dejando de lado contratiempos que resulta innecesario relatar, esos siete primeros volúmenes de las Obras Completas de Pedro Henríquez Ureña fueron finalmente publicados en 2013, y otros siete más para completar la tarea acordada acaban de ser entregados al público en el presente año. Por fin, luego de treinta y nueve años de que Juan Jacobo de Lara pusiese la primera piedra, y doce años después del intento loable, pero frustrado, del grupo de intelectuales que emprendió la misión de esta compilación, podemos decir que los dominicanos tenemos una edición propia y muy digna de las obras completas de la máxima figura de nuestras letras, que lo es también de todo el Continente, respetado y admirado por las más grandes personalidades de la intelectualidad de la América Hispana.

Como la de Juan Jacobo de Lara tuvo su sello personal, por igual la tiene esta de Miguel D. Mena, guardando distancias. Cada cabeza es un mundo y es probable que encontremos voces entre nuestros escritores que no estén de acuerdo con esta edición. Los prejuicios y las malquerencias son pan cotidiano en la vida intelectual de nuestro país. Pero, si nos despojáramos de ellos, deberíamos aplaudir la labor titánica y de altos méritos de Miguel D. Mena que con pasión asumió esta tarea inconclusa de nuestra historia literaria y la llevó a cabo con éxito, entregando al país cultural dominicano 14 volúmenes, todos debidamente prologados, que reúnen la trayectoria de pensamiento, evaluación y reflexiones del más grande intelectual nuestro. A lo mejor tendrá Miguel que seguir aumentando la colección, pues de don Pedro siguen apareciendo materiales importantes, como el epistolario que acaba de recopilar Bernardo Vega, sacado de los papeles del archivo de don Emilio Rodríguez Demorizi. Pero, la tarea fundamental está ya completada.

Y digo más. La edición está muy bien concebida, pero si yo estuviese cerca del Presidente de la República le sugeriría realizar otra edición, de lujo, con caracteres y cubierta de mayor dimensión, a fin de que el primero entre sus pares lo enviase como regalo a cada uno de los mandatarios de la región y a notables figuras de la intelectualidad hispanoamericana, y lo tuviese siempre a mano para obsequiar a visitantes distinguidos, como muestra de veneración a don Pedro y como legado fundamental de la historia cultural dominicana.