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Valor histórico del discurso político

El 8 de mayo de 1966, sobre las 11 de la mañana, Joaquín Balaguer llegó al parque La Victoria, de Moca, para encabezar una manifestación con sus partidarios y simpatizantes, como parte de la campaña para las elecciones que debían celebrarse el 1 de junio, o sea menos de un mes después.

Yo era entonces un imberbe, sin edad para votar, pero presidía la Juventud Revolucionaria Dominicana, que era el apéndice juvenil del PRD, en mi comunidad. Estábamos seguros que Juan Bosch ganaría esos comicios y, bajo la dirección de Winston Arnaud un grupo de jóvenes nos movilizábamos por los campos de la provincia Espaillat para promover el voto por el candidato del partido blanco. Como el parque quedaba próximo a mi casa, quise por cuenta propia observar de cerca la manifestación y escuchar el discurso del viejo funcionario trujillista, de quien creíamos no tenía ninguna posibilidad de ganar los comicios. El mitin no pasó de una hora, tal vez, y pronto todos los concurrentes se dispersaron.

El Partido Reformista y Joaquín Balaguer no lograron una buena asistencia al acto. Parecía una candidatura fracasada. Balaguer habló poco. Sus palabras, sin papel por delante, poseían las claves de la doctrina política que estaba creando y tratando de introducir ante la población. Primero, hacía una referencia a la población que visitaba y sus mejores atributos, en el caso de Moca: la de un “pueblo adicto a sus libertades públicas y a sus prerrogativas ciudadanas” y la de “factor de orden, dotado de extraordinaria fuerza civilizadora: la devoción por el trabajo”. Segundo, el peligro comunista. Tercero, la necesidad de instaurar la paz en un país dividido a causa de la revolución de abril de 1965, destacando las dos opciones sobre las cuales se decidiría, bajo su juicio, el destino de la República el 1 de junio: “democracia sin libertinaje” o “democracia en permanente rebeldía contra el principio de autoridad”. Cuarto, llamaba a todos los partidos a arriar sus banderas y a unirse en la lucha contra la instauración del comunismo que él encabezaba. Quinto, atacaba ferozmente a los grupos de poder que “no se fruncen ni se les encoge el corazón por el hecho de que un gobierno de fisonomía oligárquica, presidido por un grupo de negociantes de manga ancha, haya dilapidado en menos de cinco años la fabulosa suma de mil millones de pesos”. Era el anuncio de su venganza contra el Consejo de Estado y el Triunvirato. Finalmente, Balaguer remataba su discurso con algunas imprecaciones y su promesa de cambio si ganase las elecciones.

Pocos de los asistentes pusieron atención al discurso del candidato del Partido Reformista. Yo lo escuché atento, cautivado por el dominio de la palabra de aquel prestidigitador de la política que sabía a la perfección que estaba recibiendo una nueva oportunidad para obtener la jefatura del Estado y estaba recorriendo toda la geografía nacional con una arenga que cambiaba de matices según fuese la comunidad que visitase: una capital de provincia, un poblado rural, un lejano pueblo fronterizo, pero que a su vez tenía las mismas características esenciales con la que él deseaba mostrar sus razones para que le otorgasen el favor del voto. Aún así, seguía pareciéndome más interesante la plática política de Juan Bosch, al filo del mediodía, en una cadena radial. Bosch, empero, nunca llegó a Moca para conocer a sus partidarios y promover su candidatura. Redujo su presencia electoral al discurso radiofónico con reflexiones muy profundas y, a su vez, prácticas, sobre el ejercicio político y el futuro del país. Los resultados ya los conocemos.

Yo no recordaba ni la fecha ni las características y temas del discurso de Balaguer hasta que lo leí en uno de los libros que recoge sus arengas electorales de aquella campaña de 1966 en todo el país. Los discursos eran grabados en cintas magnetofónicas y luego transcritos. El autor los revisaba y corregía antes de que se difundiesen en el periódico “El reformista” que es donde fueron publicados todos sus mensajes de campaña. Quien lee esos discursos, a la vuelta de cincuenta años, así como los posteriores a esa etapa política del gobernante que por veintidós años dirigió el país, puede conocer su pensamiento, enjuiciar sus reflexiones y situar sus criterios dentro del marco histórico que corresponde. Conservar para la posteridad los discursos de los grandes líderes de nuestra historia, como los de cualquier otro enclave geográfico tiene un valor incalculable para investigadores y lectores interesados en ahondar en el pensamiento político, los alcances de la retórica y la semántica, la base cultural y el sentido de oportunidad en cada momento histórico, que me parecen ser los elementos fundamentales de cualquier discurso de este orden.

Los discursos, charlas y alocuciones radiales de Juan Bosch, también han sido recogidos en varios volúmenes, lo que permite estudiar las reflexiones boschianas en su contexto histórico, al margen de la forma cómo determinados estamentos de la crítica literaria examinan su intertextualidad y su transtextualidad. Manuel Matos Moquete, que introduce la edición de los discursos de Bosch, sugiere una lectura no lineal de los mismos –discurso por discurso, libro por libro- sino con “una estrategia de lectura reflexiva, integradora y sintetizadora”. Me detengo solo en el valor histórico de todo texto producido por un líder político, desde el escenario opositor o desde el podio gubernativo. Su conocimiento nos permite evaluar, al cabo de los años, los alcances, la dimensión y la contribución que alcanzan los mismos en el estudio de determinadas aristas históricas y en la evaluación de los protagonismos de acontecimientos que sellaron ese liderazgo en el marco de una realidad específica. Leyendo los discursos de grandes líderes uno alcanza a reconocer los vuelos de sus respectivos ejercicios políticos y la trascendencia de su pensamiento en las acciones que emprendieron al mismo tiempo o posteriormente. Peña Gómez, por ejemplo. Tribuno de imponente presencia en el escenario político de su tiempo, construyó un discurso de variadas composiciones y con finalidades diferentes, pero con un estilo siempre impetuoso, con exhibición de conocimientos culturales y de gran inteligencia política, pero sobre todo nunca ajeno a los verdaderos objetivos de la arenga partidaria. Conocía la técnica y poseía material abundante para enfrentar las contingencias del género.

Leonel Fernández acaba de publicar en cuatro volúmenes los discursos que pronunciara como gobernante durante los períodos 1996-2000, 2004-2008 y 2008-2012. Se trata de una contribución notable a la valoración histórica de su ejercicio gubernativo durante los períodos citados, en tanto permite examinar su pensamiento, su dominio de la palabra, la construcción de las premisas centrales de su acción política, junto a la dimensión de sus ideas, el entramado culto de las mismas (culto, en tanto los conocimientos adquiridos le permiten exhibir con claridad y propiedad un conjunto de ideas propias sobre el devenir del país), el carácter situacional de sus arengas y evaluaciones de la realidad nacional, los niveles de contenido, el estilo y el lenguaje de sus composiciones oratorias. Estos volúmenes son esenciales pues para examinar la trayectoria de Leonel Fernández desde su ejercicio gubernativo y comprender y valorar su trascendencia histórica. No se compilan estos discursos para alimentar nombradías, como erróneamente creen algunos, sino con el propósito de recomponer la palabra escrita para ser dicha y mostrar sus alcances y su valor en el entramado de las contiendas cívicas nacionales. Esto lo convierte pues en un libro imprescindible.

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