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Limpiavidrios

La muerte por disparo de un limpiavidrios en el centro de la capital sorprendió doblemente. Primero, por la tragedia de una muerte violenta. Segundo, por los reveladores comentarios que circularon en las redes sociales: nadie parecía sorprendido y pocos lo lamentaban.

Es triste pero obvio: hay una agresividad palpable en la calle, una inseguridad que se siente. Demasiadas pistolas en manos de personas que claramente no deben andar armadas. Demasiada pobreza en cada semáforo. Demasiada mendicidad, a veces agresiva.

La ciudad es un entorno antipático, agreste para el peatón y para el conductor. Es sucia y peligrosa, está rota y abigarrada.

La convivencia ciudadana se deteriora a la vista de todos. Las autoridades parecen incapaces de controlar basura, ruido e invasiones. Eso incluye ya los parques.

Quien mató al limpiavidrios, obviamente y en justicia, irá a la cárcel. Ha acabado con la vida de una persona y arruinado la suya.

¿Qué hacemos ahora? ¿Es impensable que se repita? ¿A quién podemos exigir que ordene la situación en los semáforos? ¿Se ha terminado con la explotación de los menores obligados a mendigar? ¿Cómo pueden los conductores protegerse de parqueadores con palo y lavavidrios agresivos? ¿Y cuánto tardará un peatón en darle una pedrada a un carro que se le tira encima para parquear en la acera? ¿Qué autoridad se siente aludida o responsable?

Vivimos la indetenible arrabalización de la ciudad y somos una sociedad armada. No es difícil adivinar un futuro triste.

IAizpun@diariolibre.com