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Identidad musical en crisis (I)

El autor es un destacado saxofonista maeño, que ha formado parte de las orquestas de Millie y los Vecinos, Rafael Solano y Juan Luis Guerra, entre otros grandes. Reside en Nueva York.

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Identidad musical en crisis (I)
Juan Luis Guerra, la figura más internacional. Archivo

Nueva York Hace mucho tiempo que los entendidos en la materia nos vienen alertando acerca del peligro de la desvirtuación a la que ha sido sometido el merengue por los últimos años. ¿Acabarán la inconsciencia y el mercantilismo de matar el merengue tradicional dominicano? El autor afirma que de por sí eso ya ha sucedido, que el merengue tradicional agoniza, y si bien no se opone al llamado "merengue de calle", considera que éste es cualquier cosa menos merengue.

Los pueblos se identifican por su música y su gastronomía. No existe un pueblo que no tenga ambas características. Son dos grandes valores sagrados que heredamos y debemos cuidar con celo.

Hablemos del ritmo musical que identifica a los dominicanos, el merengue. Lo bailamos, lo gozamos, sentimos que es algo nuestro y nos sentimos orgullosos de proclamar a los cuatro vientos que nadie lo toca como nosotros. Y es cierto, nadie lo toca como nosotros.

Sin embargo, nuestra música languidece y va perdiendo vigencia a nivel internacional.

¿Por qué? Porque hemos perdido el sentido de hacer de nuestro ritmo nuestro baluarte. Esto empezó a principios de la famosa época del merengue romántico.

Cuando a un género musical se le cambia su patrón rítmico, ya no debe seguir llamándose como tal.

Nuestro merengue de orquesta muere en el instante que sale el llamado "merengue a lo maco": su patrón rítmico fue cambiado, aunque siguió llamándose merengue. Con el paso de los años siguió cambiando ese nuevo patrón y el patrón original murió.

En nuestro medio, quien tiene dinero para la payola encuentra terreno fértil en una serie de locutores inconscientes que sólo buscan sus beneficios personales sin importarles la gravedad por la que atraviesa nuestro ritmo. Esta gravedad es tan profunda, que al 95% de nuestros artistas merengueros no les importa nuestro ritmo de por sí, sólo les importa el dinero que puedan percibir con su música.

Es cierto, a medida que pasa el tiempo todo evoluciona y así sucede con la música. Pero debemos ser cuidadosos y conservar nuestra identidad musical.

Citemos, como ejemplo, a Puerto Rico, un pueblo extremadamente celoso de su cultura y de su música.

La Plena, ritmo folklórico de ese pueblo hermano, se ha enriquecido en sus líricas, pero sus bailes y patrones rítmicos siguen inalterables; la Danza puertorriqueña también se ha enriquecido con sus intérpretes, pero sus patrones rítmicos son los mismos.

Lo mismo pasa con la Salsa que ha sido tradicionalmente interpretada por artistas puertorriqueños. Grandes intérpretes, desde los "viejos" Ismael Rivera, Cortijo, Andy Montañez, etc., hasta los "jóvenes" Gilberto Santa Rosa, Víctor Manuelle, y Marc Anthony, han engrandecido este género. Sus arreglos musicales son geniales, pero el patrón rítmico, llamado Masacote, es el mismo.

Al salir otros tipos de expresiones musicales, salen nuevos exponentes, pero no le quitan a la Salsa, a la Plena, a la Danza, sus características rítmicas, sino que buscan otro nombre para darles cabida en el amplio mundo del disco. Eso se llama celo y dignidad profesional.

En República Dominicana, por el contrario, hemos sufrido una metamorfosis producto de una inconsciencia y transculturación que nos ha hecho perder el norte de nuestra música.

En el libro Antes de que te vayas, el escritor Chaljub Mejía nos expresa su dolor por la pronta partida y desaparición de la música típica. Con toda la dignidad, integridad y orgullo de ser dominicano, este gran escritor nos narra con dolor el temor de la desaparición de nuestra bandera musical.

Debemos ser celosos con nuestro merengue de orquesta. Es penoso, doloroso, sin embargo, ver cómo otrora grandes arreglistas, exponentes del merengue, defienden el llamado "merengue de calle".

Este último no debe llamarse merengue. Primero, no tiene nada en común con lo conocido como merengue; y, segundo, ninguno de sus exponentes tiene la menor idea de cómo se canta un merengue.

Nuestro merengue tradicional está huérfano y casi desaparecido. Nos quedan muy escasos verdaderos exponentes de merengue en la carrera desenfrenada que llevamos. No existe un programa de radio, TV, que ofrezca, aunque sea una vez a la semana, un programa con los verdaderos intérpretes del merengue tradicional nuestro. Se avergüenzan de los artistas nuestros avanzados en años.

Volvamos a Puerto Rico, y veremos lo opuesto. Artistas de la categoría de Andy Montañez, Cheo Feliciano, etc., son respetados como gigantes de la Salsa.

Vemos artistas como Chucho Avellanet con un excelente espacio donde invita lo más profesional de su música con gran orgullo. Los dominicanos, en cambio, quisiéramos que desaparecieran los viejos intérpretes nuestros.

Se alega que lo que suena es lo que quiere el público. Nada más lejos de la verdad. Se le está dando al público lo que hace ricos a los músicos y empresarios. Todos nuestros baluartes están marginados y su presencia es casi nula.

Se da el caso que en nuestro medio cualquiera es un artista, sólo necesita ser vulgar y decir lo que le venga en gana. Es aceptado como modelo y lo encumbramos por encima de los demás. Sin embargo, su desarrollo como seres humanos y artistas, dejan mucho que desear.

Nuestra identidad musical corre gran peligro porque no tiene defensores: nadie puede expresarse en contra, porque los mercaderes tienen el control de los medios. Se han acabado los periodistas, comentaristas, dueños de programas que tengan amor por nuestra identidad y tengan el coraje de defenderla. Sólo les importa el dinero que acumulen.

Hay algunos intérpretes nuestros que agonizan por hacer algo bien hecho aunque no exteriorizan sus opiniones para no perder de plano el poquito de vigencia que les queda. ¡Qué pena! (Continuará)