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De todos modos, votemos

Este domingo decidiremos quién nos gobernará durante los próximos cuatro años

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De todos modos, votemos (ARCHIVO/DIARIO LIBRE)

Este domingo decidiremos quién nos gobernará durante los próximos cuatro años. No parece ser enigma, ni siquiera interrogante, dados los consistentes resultados de las encuestas a favor de la reelección de Luis Abinader.

Aun siendo instantáneas de un ánimo circunstancial, como se las describe, los porcentajes atribuidos por las encuestas al presidente no auguran otra cosa que su triunfo. Tampoco hay razones para el sorpasso que, en comprensible aliento de sus posibilidades, vaticinan Leonel Fernández y Abel Martínez porque, contrario a los sondeos, nuestra chatura política y social sí hace predictibles a las urnas.

El temor que gravita sobre las elecciones es la abstención, menor siempre en las presidenciales que en las municipales, pero progresiva. Una abstención que traduce el desapego ciudadano de la política y que, puesto en perspectiva, erosiona el sistema democrático.

A esta campaña se le criticó su orfandad de emociones, pecado mortal en un mundo de pulsiones. Nostalgia de esos viejos rifirrafes carentes de trascendencia, pero apasionados. Si llegara a ocurrir, no será esta la causa fundamental de la abstención. Lo será una sociedad que no pide nada a nadie, que no cuestiona las ofertas ni los discursos de candidatos en busca de votos, no de adeptos; que se sienta tranquila a ver el mundo pasar.

De ahí que me parezca irrazonable achacar solo a los partidos la ausencia de propuestas disruptivas que perfilen una nueva realidad política. Las mismas encuestas que distribuyen porcentajes, documentan desde hace más de treinta años la inalterabilidad de las «preocupaciones» ciudadanas sobre cuestiones distintas de lo electoral.

Cedemos con demasiada frecuencia a la tentación de atribuir esta vuelta incesante a la noria a la corporatización de la política por los partidos, rehuyendo la responsabilidad individual en la marcha de la sociedad, camuflando nuestro sopor cívico con las insolvencias del sistema partidista.

En el 2010, Stéphane Hessel, un resistente antifascista de 93 años, publicó ¡Indignaos!, un manifiesto contra la indiferencia política y social que tuvo la virtud de movilizar la conciencia joven en Europa y sustentar un vigoroso movimiento social. En él, Hessel propugnaba la insurrección pacífica impulsada por la indignación frente a las injusticias de toda laya.

«[...] en este mundo hay cosas insoportables. Para verlas, hace falta observar con atención, buscar. Les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir "yo no puedo hacer nada, yo me las apaño". Al comportaros así, perdéis uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano. Uno de sus componentes indispensables: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella», escribe Hessel.

Es esa incapacidad para la indignación la que alimenta la inmovilidad de nuestra cultura política y de nuestra democracia. La corresponsabilidad que se niega a favor del victimismo, cómodo pero improductivo.

De todos modos, el domingo, votemos. Por lo menos eso.

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.