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Tema de siempre

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Tema de siempre

Al despuntar cada otoño, la capital norteamericana recibe una oleada de expertos a propósito de las reuniones anuales de las tres grandes organizaciones con sedes no muy lejos de la Casa Blanca: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Banco Interamericano de Desarrollo. En la continuación de un ritual, hay encuentros para discutir desde los temas del momento hasta las tendencias de las economías pequeñas o grandes en un mundo que constantemente se parece más, por lo menos en términos de políticas, desgracias, vilezas y remedios para construir mejores sociedades que nunca terminan de serlo. Entre estadísticas, pronósticos, pesimismo y optimismo, sapiencia y pretensiones, emerge siempre la desigualdad social como el gran villano.

El final de la polaridad ideológica ha sido también el de las diferencias radicales entre las grandes escuelas del pensamiento económico y de la teoría del desarrollo. No hay receta que se aparte del mercado ni propuesta que no incluya más comercio, apertura aduanal y responsabilidad fiscal. La ley de la oferta y la demanda reina suprema, aunque disfrazada entre doctas disquisiciones que confirman aquella frase feliz: donde se juntan tres economistas, el resultado son cinco opiniones. Deseable aunque imposible, entre ellos y abogados, nunca te veas. Para reducir la brecha entre los que más y menos tienen habrá quienes propongan más o menos Estado -entiéndase más o menos impuestos, más o menos laissez-faire-, pero a nadie, ni siquiera a un chino o vietnamita, se le ocurriría resucitar la abolición de la propiedad privada o resolver la ecuación de la pobreza a partir de la teoría del valor del viejo cascarrabias Carlos Marx. Los signos opuestos no necesariamente suman y restan.

El otoño amable de los uno y mil colores ha desembocado en un invierno ártico monocromático por la tanta nieve, pero el tema de siempre adquiere categoría de mantra en boca del presidente Barack Obama y del papa Francisco. Habrá primavera en marzo cuando esos dos colosos del mundo moderno se unan en oración, por supuesto, pero también en la denuncia de un mal que, sin necesidad de conceptos confusos o erudición, confirma lo que es intrínseco a la relación entre humanos: la desigualdad. Todos participamos en el mercado, pero en condiciones diferentes. Arriba o abajo no es solo una posición física, sino sobre todo social.

Cuando en las reuniones de los sabios economistas el tema de siempre tiene como escenario nuestra América Latina, los guarismos y porcentajes describen con frialdad pero crudeza una realidad apabullante. No me hace gracia alguna la confirmación de que vivimos en una de las regiones del mundo donde el reparto del ingreso es más injusto y con anchura apreciable surge la brecha que separa a ricos de pobres. Destacamos los dominicanos en la injusticia social, amén de que compartimos la isla con el Estado paupérrimo del Continente y donde el per cápita cabe ocho veces en el nuestro, en modo alguno el más elevado. Hablar de quintiles, coeficiente de Gini y otros índices que en la jerigonza académica abundan como la verdolaga en campo abierto estival, lo explica todo y nada. La pobreza la vemos a diario en este rincón del archipiélago caribeño, y también la riqueza desdoblada en el consumo conspicuo de que habló el gran economista-cum-sociólogo Thorstein Veblen. Porque en el siglo XIX, cuando escribía, y mucho más en el subdesarrollo caribeño, la demostración de riqueza es la base del estatus social, una suerte de desequilibrio en la balanza provocada por el peso (entendido también como el signo monetario nacional) pecuniario.

No opino sino informo. En el país que diplomáticamente me acoge, los malos negocios, no arroparse hasta donde alcanza la sábana, la contaminación del plástico (léase abuso de la tarjeta de crédito), las hipotecas o pluralidad de domicilio por infidelidad conyugal distan de ser la causa mayor de bancarrota. Sorpresa, son las facturas médicas. Poco menos de dos millones de norteamericanos se fueron a la quiebra en el 2013 por carecer de medios para sufragar los gastos derivados de problemas de salud; pero, además, el 20 por ciento de la población, o sea 56 millones de adultos entre 19 y 64 años, se las vieron negras para abonar las deudas por iguales razones. En el estudio del NerdWallet de donde extraigo estos datos, se consigna que entre los norteamericanos con seguro médico, diez millones no habrían podido saldar completamente el año pasado las letras que les enviaron desde los hospitales y las oficinas de los facultativos, no en libros desde las eficientes redes de bibliotecas locales. La vida es cara en el norte.

Vigorosas palabras las de Obama en su última rendición de cuentas ante el Congreso: "…la promesa básica de los EE.UU. es que si uno trabajaba duro, podía ganar lo suficiente para criar a su familia, ser dueño de su casa, enviar a sus hijos a la universidad, y ahorrar un poquito para su jubilación.

"El tema clave de nuestros tiempos es cómo mantener viva esa promesa. Ningún otro problema es más urgente; ningún debate es más importante. Podemos conformarnos con un país donde un número cada vez menor de gente tiene mucho éxito, mientras que más estadounidenses apenas cubren sus gastos, o podemos crear una nación donde todos tengan una oportunidad justa, y donde todos hagan lo que les corresponde, y todos se rijan por las mismas reglas". Ya se adelanta que Obama abordará el mismo tópico cuando en este enero vuelva a Capitol Hill para hablar sobre el estado de la Unión.

Francisco y Barack tendrán mucho de qué hablar cuando aborden la desigualdad en el mundo. Coincidía con la celebración del nacimiento de Martin Luther King, el lunes último, un informe de Oxfam, la oenegé británica, que se apoya en cifras de un banco suizo para afirmar que las 85 personas más ricas del mundo valían más -en términos de riqueza material, me apresuro a aclarar- que las tres mil quinientas millones más pobres. En un país donde a menudo oigo decir que un millón de pesos, alrededor de US$28,000 no es nada, sirva de tranquilizante racional este dato: US$4,000 colocan a una persona en la mitad de la población más rica del mundo; US$75,000, en el 10 por ciento y bienes superiores a US$753,00, en el 1 por ciento de la pirámide. Riqueza no es igual que ingreso, pero en el camino de desigualdad ambos van de la mano. A mayor riqueza, lo demostraba una información reciente con gráficos alarmantes en el Washington Post, más amplia la avenida al éxito en la vida al frisar los tempranos 26 años.

Decía que las estadísticas lo dicen todo y nada, si interpretadas antojadiza o incorrectamente. Por lo que implica, más que de redistribución del ingreso es más pertinente hablar de ampliación de oportunidades, a donde se llega con mayor rapidez por vía de la acción responsable del Estado, punto de divergencias profundas en la discusión del tema de siempre. Decisiones y programas aparentemente insuficientes dada la complejidad envuelta en el ataque a la pobreza, la distribución desigual del ingreso y la injusticia social, en la práctica tienen un efecto revolucionario en la vida de las personas. Como créditos a pequeñas productoras, centros de formación práctica, disminución de la brecha digital, becas a estudiantes pobres, escuelas y hospitales en la zona rural y barrios urbanos marginados, transferencias sociales incluyentes y, en fin, un serial de emprendimientos con la meta clara de abrir el abanico de oportunidades. Porque eso, no otra cosa, es la construcción de una sociedad más justa en esta etapa del término socialismo como interjección grosera.

En esa onda de redefinición del combate contra la desigualdad, celebro mi asistencia el año pasado a un acto aparentemente protocolar cuyo significado profundo comparten todas las personas con que he conversado, sin importar militancia partidista o posición social: la apertura del Centro de Atención Integral para la Discapacidad, una iniciativa de la psicóloga Cándida Montilla de Medina, con ahorro del otro título. Inconsciente estaba de una gran injusticia en nuestro país producto en gran medida de la desigualdad económica. Las familias pobres con hijos discapacitados sufren la doble condena de la exclusión social, por un lado, y de la imposibilidad de brindar a sus vástagos la educación apropiada y por tanto, abrirles el abanico de la oportunidad. Definición acertada la que escuché en aquel discurso que me escaldó el espíritu y disipó mi ignorancia: un espacio de amor con el propósito de fortalecer las capacidades de esas víctimas de una genética selectiva, de manera que la realización personal e inserción en las actividades sociales, educativas, laborales y culturales no sean un imposible. Porque, ¿quién de ingresos menguados puede en nuestro país de verano sin remisión solventar los gastos de una educación especial? ¿No es una iniciativa como esta, conectada directamente a la persona humana y que se reproducirá en cinco lugares del país, una fórmula eficiente en la gran tarea que ocupa a sabios y tontos, a presidentes y gentes del montón?

A grandes males, ciertamente, grandes remedios. Sin embargo, aún no he aprendido una lección mejor sobre la economía y el desarrollo que aquella en mi prehistoria de estudiante de ambas materias cuando leí Small is beautiful: Economics as if People Mattered (Lo pequeño es hermoso: la economía como si la gente importara), de E. F. Schumacher, en el que el objeto y el sujeto del desarrollo asoma con protagonismo decisivo. La sustancia del hombre no se mide a partir del producto nacional bruto y toda riqueza proviene de la mente humana porque es allí donde reside la fuente de la sabiduría. "El hombre es pequeño, y, por lo tanto, lo pequeño es hermoso".

adecarod@aol.com

Coincidía con la celebracióndel nacimiento de Martin Luther King, el lunes último, un informe de Oxfam, la oenegé británica, que se apoya en cifras de un banco suizo para afirmar que las 85 personas más ricas del mundo valían más -en términos de riqueza material, me apresuro a aclarar- que las tres mil quinientas millones más pobres. En un país donde a menudo oigo decir que un millón de pesos, alrededor de US$28,000 no es nada, sirva de tranquilizante racional este dato: US$4,000 colocan a una persona en la mitad de la población más rica del mundo...