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El necesario escape de la historia

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El necesario escape de la historia

Abandono mi línea habitual y digo otras cosas. Esta vez ya dichas en un intercambio en Washington sobre mi país y el vecino.

Las relaciones entre Haití y la República Dominicana, o por lo menos el análisis de las mismas, han estado por demasiado tiempo signadas por el pasado. Ha llegado el momento en que obviar la historia, disminuir su protagonismo, constituye una condición sine qua non para las acciones inmediatas que requiere el presente si en verdad queremos un futuro halagüeño.

Se necesita una visión renovada, no de lo que nos separa, sino de lo que nos une. Es esa la base firme para superar los atavismos y establecer unas relaciones sólidas, mutuamente beneficiosas.

Hace casi veinte años, André Corten e Isis Duarte ejemplificaban la inconveniencia de la historia:

"El Sistema de poder en ambos países se basa en incentivar los sentimientos anti-haitianos y anti-dominicanos. El antagonismo en una isla compartida por dos países ha sido convenientemente manipulado... La antipatía haitiana se sostiene por la memoria del carácter esclavista y regresivo del vecino cuando Haití se proclamó la primera república negra en 1804. Y en Santo Domingo, las heridas infligidas por la ocupación haitiana encabezada por Jean-Pierre Boyer (1822-1843) son sistemáticamente reabiertas". Añádanse la descontextualización de la matanza de varios miles de haitianos en 1937 ejecutada por la dictadura de Rafael Trujillo, el discurso sobre los alegados planes expansionistas haitianos y el controvertido tema del tratamiento de la población haitiana sin estatus migratorio en territorio dominicano.

Hurgar en el pasado es, en el caso, un ejercicio fútil que nos distancia y procrea frustración y fracasos. Hay una realidad acuciante, problemas de envergadura cuya solución no admite más vacilaciones. Deshacernos de los mitos, prescindir de la ficción y asumir con entereza un liderazgo que solo corresponde a Haití y la República Dominicana en la formulación y ejecución de la agenda bilateral resumen, a mi juicio, la tarea del momento.

Dentro de esta perspectiva de reformulación de las relaciones domínico-haitianas se inscribe el nuevo diálogo entre nuestros dos países, que lleva ya dos ediciones con el exitoso encuentro de Jimaní, y ha sido precedido y acompañado, además, por cuatro reuniones de gran importancia entre nuestras elites empresariales, con apoyo oficial de ambos lados.

Estos encuentros han servido para compenetrarnos mejor y definir tareas comunes pero, sobre todo, para convencernos de cuán importante es fomentar la confianza mutua, y de que, como vecinos, no podemos vivir de espaldas unos a los otros. El resultado inmediato de las reuniones de empresarios ha sido la creación de un espacio formal de diálogo y cooperación: el Consejo Económico Binacional Quisqueya.

El desarrollo de Haití, el fortalecimiento de sus instituciones y el avance de la democracia son cuestiones de capital importancia para la República Dominicana. Me atrevería a afirmar que se trata de un asunto de seguridad nacional para nuestro país. La Española es la única isla en el mundo con dos estados. En un territorio de apenas 29,500 millas cuadradas, vivirán 40 millones de personas dentro de 20 años. De hecho, ocupa el décimo lugar entre las islas más pobladas del mundo y su densidad poblacional es la más alta en las Américas.

Haití ocupa un área ligeramente mayor que la mitad de la República Dominicana; sin embargo, tiene el doble de la densidad poblacional y la tasa de natalidad más alta en todo el Continente. Algunas diferencias y similitudes entre ambas naciones aparecen descritas en un informe del Banco Mundial de hace apenas año y medio:

"En 1960, la República Dominicana y Haití tenían un producto interno bruto (PIB) per cápita similar. Desde entonces, el PIB de la República Dominicana ha aumentado al 5% anual, la mayor tasa de crecimiento de América Latina, y el PIB per cápita se ha cuadruplicado. En Haití, el PIB ha crecido a una tasa anual de sólo el 1%, la menor de América Latina, y el PIB per cápita se ha reducido a la mitad (véase el gráfico 1). Desde los años sesenta la década de los noventa, el crecimiento de la productividad fue marcadamente negativo en Haití, mientras que en la República Dominicana fue positivo en la mayor parte del período. En Haití, tanto el porcentaje de la población en situación de pobreza extrema como la tasa de analfabetismo y la proporción de la fuerza laboral dedicada a la agricultura son de aproximadamente el 50%. En la República Dominicana, sólo el 4,3% de la población vive en condiciones de pobreza extrema, mientras que la tasa de analfabetismo y la proporción de empleo en el sector agrícola se sitúan en el 18%".

La abrumadora disparidad en términos de desarrollo relativo confirma mi afirmación anterior sobre la importancia para República Dominicana de que Haití mejore substancialmente tanto en lo político como en lo económico. Lo contrario también es una verdad incuestionable: el futuro de Haití transita por el desarrollo dominicano. Preciso es reconocer que, aunque transido por una serie de dificultades que aún determinan la presencia de tropas extranjeras en su territorio, Haití es un país soberano, y las decisiones sobre cómo salir del marasmo corresponden primordialmente a los haitianos.

Igualmente importante, República Dominicana es una democracia que, aunque imperfecta, ha avanzado hacia un estado de derecho y cuenta con un impresionante récord de desarrollo económico pese a la persistencia de una desigualdad social alarmante y que las autoridades se esfuerzan en combatir. Somos dos países marcadamente diferentes y no solo en lo económico, lo que provee a La Española de una diversidad insular quizás única en el mundo.

Aunque con retos que trascienden la frontera física, la idiosincrasia y soberanía de nuestros pueblos no están ni pueden estar en discusión. A los problemas de Haití, pues, hay que buscarles solución en Haití, no en la República Dominicana. Si bien la realidad isleña nos convierte en el primer interesado en el desarrollo haitiano, en modo alguno se trata de una competencia exclusiva; y dado que la República Dominicana apenas acaba de ingresar al club de países de ingresos medios, corresponde en gran medida, esa responsabilidad, a la comunidad internacional, tanto por solidaridad como por conveniencia geopolítica.

Lo que conspira contra unas relaciones armoniosas entre Haití y la República Dominicana no es el tema migratorio, como falsamente se ha planteado, sino el desbalance social, económico y político entre ambos países. La migración resultante siempre acarrea complejidad y genera tensiones indeseables, quizás, pero inevitables no importa cuán asentado sea el estado de derecho en el país receptor. Resaltar o exagerar indebidamente esas tensiones contribuye a empeorar la situación de los migrantes, acentuar su vulnerabilidad y disminuir la eficacia de la acción oficial para remediar males inaceptables en una democracia.

En el desarrollo de nuestros vecinos está, pues, la clave para una mejor convivencia. La política dominicana vis-à-vis Haití en los últimos años se ha concentrado, primero, en llamar la atención de la comunidad internacional para que no olvide su compromiso con la parte occidental de la isla, sobre todo después del terremoto del 2010. Y, en segundo lugar, en la implementación de políticas que cierren la brecha entre haitianos y dominicanos, no limitada a la frontera, a partir de la identificación de espacios de interés común. Callada, pero con la orientación correcta, por ejemplo, la parte dominicana de la Comisión Bilateral Mixta ha estado trabajando en una serie de proyectos de infraestructura, identificando fuentes de financiamiento e insistiendo con su contraparte en la necesidad de apresurar los planes ante el evidente cansancio de los donantes.

Más allá de las desavenencias en las que tanto se insiste, hay una cooperación vigorosa entre los dos países y que avanzará más rápidamente, esperamos, a partir del diálogo en que estamos enfrascados. Hay planes sanitarios comunes, los alcaldes de las poblaciones a lo largo de la frontera mantienen una comunicación efectiva, se trabaja en proyectos de infraestructura beneficiosos para los dos países, los puertos dominicanos han estado abiertos para las importaciones haitianas y, aunque en suspenso, existe el diseño de planes de complementariedad en lo tocante al turismo.

Hay millones de plantas dominicanas donadas a Haití para la necesaria y, hace poco, por ejemplo, se anunciaba que un plan común de siembra de cocos, que ya ha sobrepasado el millón de unidades, subirá a cinco millones con el apoyo de la Unión Europea.

En la reunión del 7 de enero en Haití, los dos países trataron el tema de migración, ciertamente, pero también cómo hacer más funcionales las aduanas en la frontera, la concreción de un acuerdo para organizar y regular los mercados binacionales, e impulsar medidas de reciprocidad comercial para permitir el ingreso "sin demora" de productos en ambos países. Ante una petición de Haití, se simplificó el trámite para dotar de visado a los trabajadores haitianos con contratos laborales formales y se extendió el plazo de los permisos migratorios para los estudiantes.

También se ha decidido ampliar la colaboración en materia de medio ambiente, sobre todo en la frontera, al igual que afinar los esfuerzos binacionales de seguridad para combatir el crimen organizado, la delincuencia internacional y el narcotráfico. A todos estos temas se les buscó salida práctica en la recién reunión en Jimaní.

La estructura fronteriza necesita con urgencia un plan de inversiones públicas. La seguridad en el área dista de adecuada y se ha constituido en una fuente de amenazas para el comercio y la tranquilidad ciudadana. Sin dudas, la seguridad del comercio y de los procedimientos comerciales se presenta como otro de los desafíos para la facilitación del intercambio transfronterizo.

Los obstáculos son salvables si no permitimos que la frontera sea mental. Asistimos a un momento estelar de las relaciones, con un sentido claro de hacia dónde deben marchar y cuáles son los retos. Nos satisfacen, particularmente, los esfuerzos del primer ministro Laurent Lamothe y del presidente Michel Martelly para atraer inversión extranjera y poner menos énfasis en la ayuda internacional.

Igualmente celebramos el regreso de los capitales extranjeros al sector turístico haitiano y vemos con alegría los anuncios de nuevas infraestructuras, hoteles, aeropuertos y carreteras. Insisto: el desarrollo de Haití es la base para unas relaciones más equilibradas y satisfactorias entre nuestros países.

No hay un estancamiento en la imprescindible renovación de nuestros lazos, al margen del lastre de la historia y los análisis acomodaticios de las relaciones entre dos naciones hermanas que comparten Quisqueya. Contar con interlocutores más asertivos y conscientes de sus intereses no plantea dificultad alguna para la conversación fluida entre haitianos y dominicanos, tanto en público como en privado.

Los retos y las oportunidades son muchos. Circunscribirlos al tema de la migración carece de sentido cuando la misma es consecuencia, no causa, de factores cuya responsabilidad recae mayormente sobre Haití, pero cuya solución necesita del apoyo de toda la comunidad internacional y también de la República Dominicana.

Desaprovechar el momento equivaldría a enredarnos de nuevo en la historia de la cual estamos forzados a escapar.

Los retos y las oportunidades son muchos.

Circunscribirlos al tema de la migración carece de sentido cuando la misma es consecuencia, no causa, de factores cuya responsabilidad recae mayormente sobre Haití, pero cuya solución necesita del apoyo de toda la comunidad internacional y también de la República Dominicana.