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La historia de Juan y Anita (2 de 3)

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La historia de Juan y Anita (2 de 3)

Cuando Anita se encontró con un muy triste Juan Palotes, ella tenía el día entero fuera de la casa, entre su nuevo trabajo y la universidad. Igual lo escuchó con cariño y paciencia.

Sabía que era importante que él se desahogara. Y sabía que quizás ahora Juan estaría más dispuesto a cuestionar, y revisar su relación con el dinero y el crédito.

"Mira, Juan, lo primero que yo hice cuando la asociación de ahorros y préstamos donde tengo la nómina me llamó para ofrecerme una tarjeta de crédito, fue conversar sobre eso con mis padres."

"¿Con tus papás?", se sorprendió el joven de los Palotes. "¿Pero, y por qué? Ya no somos bebés, Anita. ¡Somos grandes!"

"Bájale algo, Juan, bájale mucho. Aunque yo estoy contenta y orgullosa de generar mis propios ingresos, y hasta de contribuir a pagar los gastos del hogar, como soy nueva en esto de los bancos, las finanzas y las tarjetas de crédito, no dudé en ponerle el tema a mi mamá y papá, para ver qué me recomendaban.

"Yo sabía que era buena idea sacar mi propia tarjeta, pero no por las mismas razones que tú. Recordé la columna que nos dedicó a la clase del 2013 un escribidor de Diario Libre, que recomendó, además de estudiar finanzas personales: 'Sacar una tarjeta de crédito, así sea de RD$5,000, y manejarla correctamente.'

"Me parecía interesantísimo: aprender finanzas personales, no sólo en la teoría, sino en la práctica. Eso lo tenía claro, pero quería saber más sobre cómo sacarle mejor provecho a una tarjeta de crédito."

"¡Ay! No me digas nada, Anita. Ahora quien más quiere aprender soy yo, que peor no me puedo sentir por el hoyo en el que, por dejarme llevar, me metí."

Anita trató de calmarlo, pues con tanta angustia y desesperación no iba a poder ayudar a su amigo de infancia.

"Yo te veía de lejos, cuando andabas en tus bonches, y aunque traté decirte que aquellos no eran tus verdaderos amigos, tú ni caso me hacías. ¿Lo recuerdas?"

Juan le confesó: "Sí, Ana. Lo sé. Hasta me llegué a sentir la gran cosa, y por eso te pido perdón. Ahora te valoró más, y aprendí que los amigos que como burbuja surgen, como burbuja desaparecen."

"No te preocupes, Juan. Tranquilo. Pero espero que esta lección te haya quedado más que clara: No podemos gastar y gastar, complaciendo a todo el mundo, todo el tiempo, y pensar que vamos a poder mantener ese estilo de vida de chulería cuando apenas estamos comenzando.

"Yo llegué a hablar con mis padres sobre ti. Y te lo digo para que no te sientas mal: Hablando con ellos, confirmé que lo tuyo era, tristemente, hasta 'normal'. Es fácil dejarnos llevar, con dinero prestado, y pensando que nunca vas a tener que pagar, como si fuera un regalo".

"Es más, hasta mami me confesó que a ella de jovencita le pasó igual que a ti, con su primera tarjeta al inicio de los 1990."

Al Palotes le cambió la expresión. No estaba sólo en sus metidas de pata, y sabía que doña Ana era una mujer muy exitosa, que había logrado superar aquel error.

"Hablamos largo y tendido aquella noche, mami, papi y yo. Sus experiencias y conocimientos me sirvieron de muchísimo pues, más que de las tarjetas de crédito, hablamos de la importancia de uno organizarse financieramente desde joven, priorizando un presupuesto y el ahorro."

"Anita, cuéntame más de cómo te organizaste con la tarjeta para sacarle provecho...", le pidió Juan a su amiga.

"Juan: igual que tú, yo también saqué mi tarjeta de crédito, pues quiero ir cultivando, desde ahora, mi historial de crédito. Eso ayudará para cuando, en unos años, busque el apoyo de mi asociación A&P, primero para un vehículo, y luego para un apartamento que me gustaría tener antes de casarme." Juan asintió.

"Lo que ocurre", continuó Anita, "es que yo, la tarjeta de crédito que saqué, la tengo guardada en mi cartera, y está nuevecita. La uso sólo para unos gastos que tengo planificados y programados."

"¿Como cuáles?", le preguntó Juan P., recordando, resacado nada más de pensar en todos los galones de gasolina, invitaciones a cenar y regalitos a Yuly en los que despilfarraba hasta hace poco.

"Juan: si yo saco una tarjeta para ir a un restaurante, o a una tienda, lo más probable es que gaste más de la cuenta. Leí que si uno paga con tarjeta de crédito, gasta hasta 30% más que si pagaras con tarjeta de débito o con efectivo."

"Eso sí es verdad...", suspiró Juan.

"Por eso yo soy cuidadosa y planificada con el gasto. Mejor no me lo pudo explicar papá: 'Mi hija, si uno no se organiza, cuando vienes a ver, el dinero vuela, y con el paso del tiempo miras hacia atrás, y no solamente gastaste todo lo que trabajaste, sino que hasta acumulaste una deuda que, como le pasó a tu mamá, puede tomarte años y años para saldar.'"

"¿Que cómo me organicé? Decidí que la tarjeta solamente sería para pagar mis gastos de teléfono y la factura de electricidad de casa, que es el aporte que yo le hago a mis padres todos los meses.

Los cargos son fáciles de programar, y por lo de las fechas de corte, hasta tengo un crédito gratuito de 50 días que me da el banco sin ningún costo… ¡Un palo!"

Sorprendido, Juan encaró a Anita: "Pero, pero, pero… ¿No usas la tarjeta de crédito para más nada? ¿En serio?"

"Por ahora no, admitió. Claro, la llevo conmigo, pero sólo para emergencias. En seis meses que tengo con ella, no ha surgido nada, pues de mi sueldo siempre dejo 10% en mi cuenta de ahorro, y he logrado un colchón que me ha servido un par de veces por imprevistos que surgieron."

"¿Me estás diciendo que te manejas con efectivo, entonces?"

"¡No, no! Como está la inseguridad, ni loca, Juan. Me manejo con mi tarjeta de débito. En la asociación donde tengo esa cuenta, además de pagarme algo de interés por mis ahorros, me emitieron ese plástico sin costo. Lo utilizo hasta para comprar por internet, y pienso llevármelo conmigo al viaje que estoy planificando para el año que viene.

"Lo que más me gusta de esa tarjeta de débito (mírala que linda, igualita a un plástico de crédito), es que puedo darle seguimiento a todos mis consumos para cotejar mi presupuesto por la web.

"También me permiten participar en el programa de lealtad de la asociación y que, con los puntos de mi tarjeta de crédito, pagarán el boleto mi viaje en 2015."

Anita hablaba con una seguridad que sorprendió a Juan. Lo que más le impresionó es lo claras que tenía sus prioridades, y lo responsable que era, no sólo al gastar, sino al ahorrar y planificarse.

Se lo dijo. Anita se sonrojó, y algo tímida le constestó: "Es que lo importante no es ni el viaje, ni el carro, ni nada material."

"Mi tranquilidad no me la quita nadie, mucho menos el afán del medio o de un pedazo de plástico que otros quieren que yo abuse de él. Yo me arropo hasta donde me alcance la sábana. Además, si todo a su tiempo, llega, ¿Cuál es la prisa?".

"Todo eso que dices, Anita, es como el anuncio aquel: ¡No tiene precio!"

"Algo tiene que cambiar para restaurar una relación sana entre los jóvenes adultos y el crédito… Y no podemos dejárselo solo a ellos el resolver este problema." Prof. Lucia Dunn | Ohio State University (2012)  

@Argentarium / info@Argentarium.net

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