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Alberto Salcedo Ramos: "Es un deber moral darles la oportunidad de hablar a los excluidos"

El periodista colombiano, uno de los más reconocidos cronistas de América Latina, habla sobre su pasión por periodismo narrativo y su puente de encuentro con República Dominicana. 

SANTO DOMINGO. El bullicio y el color del Caribe es un ambiente conocido para el periodista y cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos. Y también sus historias, las que empezó a escuchar desde niño en su natal Barranquilla, Colombia. Por eso parece moverse como pez en el agua, a pesar del sofocante calor, mientras camina por las calles de Santo Domingo, donde regresó 17 años después de su última visita al país como invitado a la recién finalizada Feria Internacional del Libro.

Casi al instante te das cuenta porque es capaz de atrapar las historias que parecen no ser vistas por nadie, o al menos no con el prisma que Salcedo Ramos lo hace y que le han valido no solo su fama de excelente cronista, sino numerosos reconocimientos y premios, entre ellos el Internacional de Periodismo Rey de España, el Ortega y Gasset de Periodismo y el de la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) dos veces.

Camina y observa, camina y saluda, camina y pregunta. Entra al antiguo cementerio de la avenida Independencia y mira a su alrededor. Se acerca a dos empleados del Ayuntamiento del Distrito Nacional. Saluda a uno de ellos con un apretón de manos.

-¿Sabe usted bailar perico ripiao?

-¡Claro! Lo hago muy bien, le responde el sonriente conserje.

Horas después, en la comodidad del hotel en que se alojó durante su estadía en el país, habla con DL sobre su pasión por periodismo narrativo y su puente de encuentro con República Dominicana.

P. Toda pasión, como la escritura y en su caso el periodismo narrativo, tiene un origen, un "big bang". ¿Cuál fue el suyo?

R. En mi caso el origen de todo fue más sencillo de lo que imaginas. Me crie en un pueblo atrasado del Caribe colombiano donde había escasas oportunidades de recreación. Contar historias era una forma de pasarla bien, como podría serlo jugar play station para un niño de estos tiempos. Como pueblo del Caribe, tenía una gran riqueza oral. El servicio de energía se interrumpía con mucha frecuencia, entonces durante los apagones la única opción que nos quedaba era sacar las mecedoras a las terrazas y ponernos a hablar entre nosotros. Yo aprendí a amar la palabra oyendo hablar a los adultos de aquel pueblo.

P. Es un cliché hablar de realismo mágico y Colombia, creo, pero leyendo sus crónicas y la de otros destacados cronistas, como Leila Guerriero, uno ve que este cliché tiene mucho de relato de realidad. ¿Existe una "fina línea" entre el periodismo narrativo y la literatura o ambas están hermanadas?

R. La crónica es periodismo porque cuenta historias reales y es literatura porque tiene ambición estética. Ojo, la literatura no es exclusiva de quienes escriben ficción. Recuerda que también hay literatura de no ficción. El cronista investiga con las armas del reportero y escribe con las del cuentista.

P. Al revisar y hojear los periódicos, se percibe que la crónica es un género casi ausente. ¿Será posible abrir espacios de "respiración" para las crónicas en los periódicos más allá de los libros y las revistas especializadas o hay que desistir ante esta posibilidad?

R. En el periódico El Tiempo, de Bogotá, había un editor que tenía este letrero a la entrada de su oficina: ‘si quiere más espacio, vaya a la NASA'. Muchos reporteros jóvenes veían el letrero y se intimidaban, jamás entraban a esa oficina. Pero otros no se dejaban amilanar: sencillamente entraban a hablar con el editor para decirle que, efectivamente, necesitaban más espacio para escribir crónicas, y que no irían a buscarlo en la NASA sino ahí, en el periódico. Esos fueron los que sobrevivieron. Tú puedes escribir crónicas donde quiera que te encuentres, incluso en un periódico, pero para eso necesitas tener un proyecto individual serio.

P. Leer sus crónicas es darse cuenta que narra desde los marginados, desde aquellos que representan a los vencidos. ¿Es algo que se propuso o que, de lo contrario, se dio en su ejercicio como reportero?

R. Mi predilección por los perdedores fue espontánea durante mucho tiempo. Luego alguien me hizo ver que yo tengo ese gusto, y se me dañó un poco el encanto. De todos modos, creo que en nuestros países, donde se le rinde tanto culto al poder, es un deber moral darles la oportunidad de hablar a los excluidos.

P. ¿Cree que para ser buen periodista, además de ser buena persona como una vez apuntó Ryszard Kapuscinski, también hay que estudiar en una escuela de periodismo?

R. Creo que hay que tener buenos referentes, y estudiar. Ojo: digo estudiar, pero eso es algo que se puede hacer en la escuela o fuera de ella. Conozco muchas escuelas de periodismo en las cuales el alumno se retrata al lado de la piscina pero nunca se tira al agua a nadar. Es necesario que exista una fundamentación académica, sin duda, y que también haya un bagaje ético y humanista. Pero eso se queda corto cuando falta la templanza que da el oficio.

P. Si tuviera de frente a un chico o chica que le expresa su interés por ser periodista, ¿qué le aconsejaría?

R. Le recordaría esta frase de Rilke: si no eres capaz de inmolarte por tu pasión, eres un farsante.

P. ¿Entiende necesaria una transformación de los medios tradicionales en América Latina? ¿Cree que los directivos de estos medios están en sintonía con los cambios tecnológicos y sociales (desde el lector) de la comunicación o se resisten?

R. Ahora todo el mundo discute sobre cómo generar tráfico a través de las redes sociales y hemos ido descuidado la parte humanística del oficio. Si tienes un teléfono celular de alta gama pero jamás te ensucias los zapatos de barro, nunca serás un buen reportero. Así de simple.

El Caribe, una patria cultural

P. Estuvo aquí hace 17 años. ¿Qué recuerda de esa visita?

R. La sensación que sentí cuando vi todo esto y me pareció que estaba en mi casa. El Caribe es una patria cultural que va más allá de los límites que le impone la cartografía política. Cuando estoy en Santo Domingo es como si estuviera en Cartagena: me siento jugando de local.

P. En sus visitas a República Dominicana, me corrige si fue una o dos, entrevisto al poeta Pedro Mir, declarado poeta nacional. ¿Qué memoria guarda de él?

R. Recuerdo que ya estaba muy enfermo. Vivía prácticamente conectado a un tanque de oxígeno. Pedro Mir me dio una de las entrevistas más inteligentes que recuerde. Me dijo que una vez, en el desierto de Arizona, vio la postal de un indio mexicano sentado en el suelo, tapado por un gran sombrero de charro. Según Pedro Mir, debajo del sombrero ese indiecito llevaba cinco siglos llorando. En cambio el negro no llora a pesar de que recibió castigos más duros que el indio, y no llora porque nunca permitió que nadie lo escondiera debajo de un sombrero. A mí esa idea me pareció preciosa.

P. ¿Ha leído a algún autor o autora dominicano?

R. Me encanta la poesía de Frank Báez.

P. ¿A cuál personaje o situación dominicana le gustaría abordar en una de sus crónicas?

R. "Fefita la Grande"

P. En conversaciones con usted he notado su gran interés por el perico ripiao (merengue típico). ¿Por qué le interesa tanto? ¿Le evoca su lazo con el vallenato?

R. Porque el perico ripiao es la música que se suelta el moño y se va a armar desorden en las plazas. Me gusta cómo esta música propone un disturbio de los sentidos sobre la base de desoxidar el cuerpo y dejar salir los sudores aplazados.