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La mayor batalla política en la vida de Hillary Clinton

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La mayor batalla política en la vida de Hillary Clinton
La candidata a la presidencia de los Estados Unidos por el partido Demócrata Hillary Clinton. (EFE.)

Si opta por la política de siempre contra el Sr. Trump, a quien le encanta acaparar titulares, prepárense para una elección cerrada.

Para comenzar: Donald Trump podría vencer a Hillary Clinton. Para muchos estadounidenses, simplemente hablar del tema es absurdo. Deberían acostumbrarse. Es probable que en algún momento el Sr. Trump tenga una ventaja en las encuestas. Podría durar dos días o semanas. Los estadounidenses liberales deberían armarse de valor. Como dijo la autora Nancy Isenberg: “Cuando una elección se convierte en un circo de tres pistas, siempre hay posibilidades de que gane el oso bailarín”.

Por otro lado, es posible que la Sra. Clinton dilapide su ventaja inherente. Pase lo que pase en la convención demócrata en Filadelfia esta semana, los próximos tres meses serán la batalla de su vida.

¿Qué debería preocuparles más a las fuerzas anti-Trump? El mayor obstáculo para la Sra. Clinton es el odio que siente por ella gran parte de la población estadounidense. Personalmente, siempre me ha sido difícil comprender la Hillaryfobia. Como primera dama en la década de 1990, Hillary fue odiada por su supuesto feminismo radical y por sus esfuerzos por promulgar una reforma de salud izquierdista. Actualmente es vilipendiada por razones opuestas.

La Hillary Clinton de 2016 personifica los valores de Wall Street y de una élite mundial privilegiada. La opinión común es que cada movimiento que hace tiene la intención de obtener beneficios políticos. Nada es auténtico. Incluso el género de la Sra. Clinton es una especie de ardid calculado.

La mayoría de los extranjeros — y muchos estadounidenses — podrían encogerse de hombros. Las elecciones se tratan de tomar de decisiones. Si esto fuera una simple contienda entre una política de carrera y un demagogo, no debería ser una competencia difícil. El problema es que grandes porciones del electorado estadounidense, posiblemente la gran mayoría, consideran que tanto la Sra. Clinton como el Sr. Trump tienen grandes defectos. “Los dos son corruptos, así que bien podríamos apostarle a quien no pertenece al sistema político”, es algo que se escucha a menudo en boca de los votantes de todo el país.

Si la Sra. Clinton pierde en noviembre, será porque no logró superar esta equivalencia letal. Sólo ayuda hasta cierto punto señalar que la Sra. Clinton es la persona más calificada en años en una contienda presidencial, como ha dicho correctamente el Sr. Obama. Sin embargo, para muchos votantes, la palabra “calificada” es motivo de descalificación.

Tampoco es suficiente intimidar a la gente sobre los riesgos de un triunfo del Sr. Trump. Ciertamente sería una negligencia no explicar lo que podría suceder. Todavía es difícil digerir que el Partido Republicano de EEUU haya aclamado con delirio a un promotor inmobiliario de 70 años de edad, quien cree que él sólo puede solucionar los problemas estadounidenses. Sin embargo, más de un año de burlas bien merecidas no le han hecho al Sr. Trump daño alguno. Sólo lo han fortalecido.

Efectivamente, el Sr. Trump deja entrever rasgos de un megalómano político. No tolera la discrepancia, considera irrelevantes los hechos, y presenta la voluntad de poder como su mejor argumento para llegar a la Casa Blanca. Su líder extranjero preferido es el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Sin embargo, un hombre fuerte es lo que muchos estadounidenses dicen querer. Un príncipe debe ser temido, dice Maquiavelo. Intentar asustar a los votantes (la Sra. Clinton ha advertido que el Sr. Trump es el jinete del caballo blanco) incluso puede servir a los propósitos del Sr. Trump.

¿Entonces, cómo debe responder la Sra. Clinton? La primera regla es no hacer daño. Su selección de Tim Kaine como compañero de fórmula fue una opción sólida y segura. El Sr. Kaine proviene de una familia de clase obrera, sabe cómo ganar en un estado republicano — como lo era Virginia la primera vez que se presentó a las elecciones — y tiene la experiencia para asumir el control si es necesario. Es una de las únicas 20 personas en la historia de EEUU en haber sido alcalde, gobernador y senador. A veces lo aburrido es bueno. Lo amable también. “Estoy intentando escribir por qué odio a Tim Kaine”, escribió Jeff Flake, el senador republicano de Arizona. “Dejo el papel en blanco. Felicidades a un buen hombre y un buen amigo”. En el ambiente polarizado actual eso vale mucho. Además, el discurso bilingüe del Sr. Kaine — en inglés y español — fue cualquier cosa menos aburrido.

La segunda regla es tener argumentos sólidos para gobernar. La mayor ovación para el Sr. Trump en Cleveland fue cuando dijo: “No soy políticamente correcto”. Es difícil eludir la sospecha de que la Sra. Clinton les apuesta a las minorías étnicas para ganar en noviembre. La dependencia de coaliciones étnicas es una forma perezosa de ejercer la política y siempre es vulnerable al formulismo.

Lo que se encuentra obviamente ausente de su campaña es un mensaje económico indeleble para los votantes. Es un misterio por qué la Sra. Clinton no monta una sesión de fotos todas las semanas frente a alguna estructura deteriorada y promete arreglarla cuando sea elegida. La gente recordaría eso. Incluso sería mejor si organizara un evento junto a los cercados bloques de apartamentos del Sr. Trump. “Miren: él puede construir un muro alrededor de sus condominios de lujo”, podría decir. “Pero él no se preocupa en lo absoluto por nuestros caminos y puentes”.

Tal vez la convención de Filadelfia reanimará una campaña que hasta ahora ha sido apática. Podemos estar seguros de que el Sr. Trump escribirá en Twitter lo que sea necesario para robarle publicidad a la Sra. Clinton. Acaparar titulares es su habilidad básica. ¿Cuál es la de la Sra. Clinton? Si es la política de siempre, debemos prepararnos para una elección muy apretada.

Jugar a lo seguro será su instinto natural. Pero en estos tiempos ése es el enfoque más arriesgado. Si hay algo que une a la mayoría de los estadounidenses es un desprecio visceral por el status quo.

Por Edward Luce (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved