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Altares diferentes

Los dominicanos hemos construido un altar en el que por consenso hemos colocado un objeto de veneración. Aunque el altar es virtual, con presencia en medios de prensa, escritos técnicos, ponencias académicas y declaraciones de funcionarios, los efectos de la veneración son muy tangibles, expresados en medidas concretas guiadas por criterios específicos. Ese objeto tan apreciado es la estabilidad macroeconómica, piedra angular de nuestra política monetaria, y reconocida ampliamente como uno de los mayores logros alcanzados por el país en los últimos años.

En el contexto latinoamericano, la estabilidad ha sido un bien escaso. Aunque ya han quedado en el pasado, salvo ahora en Venezuela, las superinflaciones que años atrás aquejaron a Chile y otras naciones, existe todavía en la región una gran vulnerabilidad a los vaivenes de los mercados internacionales, pues las exportaciones dependen en muchos casos de unos pocos bienes básicos, dando origen a un efecto de magnificación que incide sobre el valor de las monedas y los índices de precios. No es extraño, dada esa situación y experiencia, que haya un culto a la estabilidad como un objetivo clave.

Vista de ese modo, la estabilidad se concibe como un requisito para el crecimiento económico, pues crea condiciones propicias para la inversión y las actividades productivas. Pero en otros contextos, como en Japón, donde predominan expectativas deflacionarias, la estabilidad implica la continuación del estancamiento. De hecho, las políticas que han venido siendo aplicadas allá, sin mucho éxito hasta ahora, persiguen en cierta forma romper esa estabilidad, alterando los esquemas de rendimiento de las inversiones, el valor de la moneda y los niveles esperados de precios. Podría describirse como un intento de desestabilización virtuosa, a fin de sacar la economía de su actual letargo.

Los altares, y los objetos de veneración, no siempre son los mismos.

gvolmar@diariolibre.com

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