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Las cocineras que son socias del ámbar dominicano

En la pequeña minería del ámbar los trabajadores se asocian e incluyen en el grupo a una persona que les cocina el almuerzo. Generalmente son mujeres, quienes se instalan en cocinas improvisadas en el terreno minero o preparan los alimentos en sus casas para luego hacerlos llegar a los trabajadores.

Por Mariela Mejía

Miriam de los Santos se lamenta de que esa mañana, mientras iba a la mina de ámbar Siete Cañadas, se cayó y se desparramaron las habichuelas que llevaba en una olla. Tuvo que proveerle a los amberos –como se le dice a los mineros– solamente arroz con cerdo para almorzar.

Sobre una mesa maltrecha tenía los platos ya servidos que los trabajadores tomaban con sus cuerpos enlodados. A su lado, aun permanecía el fogón encendido, instalado debajo de una caseta de zinc y madera.

Ella vive a pocos kilómetros de la mina, en una comunidad rural llamada Loma del Cuatro. Se traslada cada mañana, de lunes a viernes, a donde están los mineros. En una cocina improvisada prepara los alimentos para 23 hombres que pasan gran parte de la jornada laboral debajo de la tierra en El Valle, Hato Mayor, excavando para encontrar ámbar, una resina que data de millones de años, valorada en la industria de la joyería y la artesanía.

–Yo trabajaba en otro hoyo– recuerda De los Santos.

Ella lleva casi dos años cocinado a los hambrientos amberos, quienes la incluyen como socia de las ganancias que obtienen.

–Uno consigue a veces. Si hallan ámbar cobro y si no no cobro; la cosa está floja ahora. En otro hoyo yo he conseguido 10 (mil pesos) en un momento– dice.

Soltera, de 23 años, sin hijos, era la única mujer que trabajaba ese día con más de dos docenas de varones. Comienza a las 8:00 de la mañana y termina a la 1:00 de la tarde.

Su cocina no es la única de las minas de ámbar. Es un patrón que se repite donde se extrae el material: que una mujer o varias se asocien con los amberos para cocinarles y recibir parte de las ganancias.

En 2016, la Dirección General de Minería realizó un censo en El Valle. Se censaron 909 trabajadores en las diferentes cuadrillas que pueden aumentar en 20% para 1,090 mineros artesanales. De estos 48 son mujeres, que representan 4.4%.

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–Hay que trabajar con la barriga llena– afirma Yina Manzanillo mientras limpia los trastos en que sirvió arroz, habichuelas y carne a nueve amberos. Tenía solo una semana afanando en una improvisada cocina protegida con zinc y pedazos de lona.

Llegó desde las Lagunas de Nisibón, una comunidad ubicada a más de 100 kilómetros de distancia, en la provincia La Altagracia.

–Vine de visita y, como la amiga mía trabaja para acá también, me dijeron que viniera a cocinar. Me quedaré aquí hasta que termine (la temporada)– dice.

La ganancia es incierta y tiene cuatro hijos que mantener.

–¿Cuánto le darán esta semana?– se le interroga.

–Buena pregunta– dice y se ríe.

–Eso depende, mientras están bajando el hoyo dan 1,000, dan 1,500 pesos– responde a continuación.

La pequeña minería del ámbar provee empleo a dominicanos y extranjeros. Edelin Sossoa es esposa de un ambero haitiano y consiguió trabajo como cocinera en un hoyo en el que tenían dos semanas buscando ámbar cuando Diario Libre lo visitó. Ese día la mujer descansaba tras haber servido un moro de habichuelas con cerdo.

–Si tocamos 5,000 (pesos), eso mismo le toca a ella, porque ella es socia– dice su esposo.

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Las cocineras también están en la zona norte del país, como es el caso de Santiago, otro territorio de explotación de ámbar. Pero en vez de ser en espacios improvisados, las mujeres lo hacen en sus casas por cuestiones de comodidad e higiene.

Ese mediodía, Ana Hilario terminaba de recoger la loza sucia que quedaba en su cocina. Hace poco había enviado arroz, habichuelas y berenjena guisada como almuerzo a un grupo de cinco amberos que trabajan en una mina en La Cumbre, propiedad de su esposo y los hermanos de este.

Ella tiene cuatro años trabajando en el oficio. Su paga depende de si los mineros encuentran ámbar, por lo que puede pasar hasta meses sin cobrar.

–Tú coges el trabajo según ellos produzcan o ganen– dice.

Antes de que tuviera la responsabilidad de atender a su hija, Hilario duró casi tres años llevando la comida a la mina, caminando bajo el sol candente del mediodía.

–No se me hace difícil porque a mi me gusta cocinar, y no es mala (la comida), es buena– dice mientras se ríe y ofrece un poco al equipo de Diario Libre.

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Aunque la preparación de los alimentos para los amberos es una ocupación más llamativa para las mujeres, las circunstancias hacen que en algunas minas hombres también se encarguen.

–Tengo 40 años y pico cocinando y como minero– dice Fabián de Jesús mientras mueve las habichuelas que hierven en un caldero colocado en un fogón preparado en una caseta de madera construida por su patrono cerca de la mina en La Cumbre.

–¿Por qué una mujer no les prepara el almuerzo?– se le pregunta.

–Porque hay que pagarles y nosotros hacemos el mismo trabajo. Yo hago pollo, sancocho, asopao, sopa, todo lo que sea de cocina yo lo sé hacer– dice orgulloso.

Este 2017 De Jesús cumplirá 65 años.

–¿Cuándo se piensa retirar?

–Cuando no pueda más– responde entre risas.

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