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Pobreza
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Maimón, un pueblo que espera ver al progreso desembarcar de los cruceros

A las 8:45 de una candente mañana de octubre la mayoría de las casas de Don Gregorio – en Maimón - tiene las puertas y las persianas cerradas y sus calles pedregosas están desiertas. De uno de los hogares salen una niña y un chiquillo de menos de dos años, desnudo, a jugar en la terraza; la pequeña cuenta que su madre está “viajando” en Argentina y ahora sus abuelos, con quienes dice que viven, no están. A unos 100 metros Alejandro Delgado está sentado sobre una tabla en la galería de una casita de madera, solo. Tiene 23 años, un par de aretes brillando en las orejas, una gorra de pico plano y un iPhone color naranja en las manos. El muchacho espera a un amigo para ir a la Bahía de Maimón, adonde han ido los habitantes de la zona porque a las 4:00 de la madrugada de ese 6 de octubre atracó allí el barco Carnival Victory, estrenando el puerto Amber Cove. Como el otro joven no llega, Alejandro se va con nosotros por la senda descuidada, sin asfalto, pasando por la desembocadura del río Maimón en el mar hasta llegar a la bahía de arena grisácea y abarrotada por lugareños mirando en dirección al muelle, donde todavía a las 9:09 de la mañana los cruceristas seguían bajando, desde una hora antes.

-Yo le recomendaría a la juventud que si le gusta un idioma o algo lo estudie para que pueda un día andar en un crucero, de guía, camarero, no sé, pero trabajo-, dice Alejandro, también con la vista dirigida hacia el Carnival Victory. Desde hace dos meses, él acude a un instituto de Puerto Plata para mejorar su “inglés de muelle”, como le llama al que ha aprendido de los turistas.

Maimón -un distrito municipal de Puerto Plata donde habitan 21,712 personas, de las que el 37.6% vive en la pobreza y el 9.1% en la extrema- depende del mar. Si hay atractivos de Maimón harto conocidos en el país son sus pescaderías, como lo son los dulces de Baní, las galletas de manteca y la yuca de Moca o los chivos del noroeste. En una de ellas, en la Pescadería Joan, trabajan Segunda Peña, su hijo José Alfredo González (29 años) y su nuera María Vásquez (28 años). José Alfredo ha trabajado como “bartender” en hotelería, en un todo incluido de la localidad que ha cerrado. Ahora lleva siete meses en la pescadería, propiedad de un familiar, donde María acude varios días a la semana como camarera. Como todos, José Alfredo y María esperan que los cruceros lleven “progreso” a Maimón... pero ¿tienen la certeza de que a ellos también? La vieja mata de mangos bajo la cual están sentados, detrás de su casa, atenúa el calor de la tarde mientras los jóvenes - padres de tres niños de 10, 6 y 5 años que corretean en el patio - ven la oportunidad de la llegada de turistas de crucero como remota: no saben inglés y consideran que para lograr un buen empleo necesitan, además, contactos, como muchos en ese lugar y en el país.

Para llegar a la playa Teco de Maimón hay que transitar por unos terrenos más bien desolados, un camino sin asfalto al que se asoma una puerca con sus marranitos -pero no hileras de viviendas- y tras las empalizadas que lo bordean se ven reses pastando. La arena está forrada de almendros, de plantas de uvas de playa, y hay allí un grupo de jóvenes refrescándose en el agua. Luis Humberto Martínez acaba de salir del mar y lleva un recipiente con parras. Tiene 29 años y trabajó seis meses en carpintería en la construcción del Amber Cove.

-Y ahora ¿a qué te estás dedicando?-.

-Ahora mismo estoy comiendo uvas, no hay nada que hacer-, afirma Humberto provocando risas entre sus amigos. Como hace dos meses que terminó su trabajo está viviendo del mar, vendiendo peces y langostinos a las pescaderías de Maimón.

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Infografía
Bienvenida Rosario tiene una tienda de artesanías. (MARVIN DEL CID)

Era una tarde tan sudorosa la de la víspera del atraque del crucero que Bienvenida Rosario, una señora de 62 años dueña de una tienda de souvenirs, se había mojado la cabeza y medio amarrado unas cuatro trenzas en el pelo -negro y con escasas canas- para ir a sentarse a un banco en el patio de unos vecinos, con el móvil en el bolso esperando la llamada de una hija que vive en el extranjero.

-Yo fui una que comencé a decirle a la gente de aquí y a la juventud: “pónganse a estudiar idiomas”, y aquí a la mayoría de gente les dije: “vayan poniendo negocitos pequeños”-, dice doña Bienva como quien evoca una profecía cumplida. La mujer recuerda que de niña acompañaba a su madre a Puerto Plata a vender botellas de vinagre, “cuando los caminos eran caminos, esto era un lodazal”. Pero después hicieron la carretera Santiago-Puerto Plata y llegaron los hoteles Riú -una cadena internacional con sede en Palma de Mallorca que aterrizó en el país en la década de los 90 por Punta Cana-. Así que pasó de lavar, planchar y vender pan en las calles a tener una tienda de artesanías para mantener a sus tres hijos, que hoy viven en Estados Unidos -el varón- y en Argentina -las hembras-.

Doña Bienva es una negra robusta de nariz chata y ojos vivaces que recuerda que en los años dorados del turismo llegaban cerca de 30 autobuses con visitantes para una ruta de playa, pero luego dejaron de asistir. Ahora proyecta el futuro del pueblo con esperanza; del puerto -asegura- le han ofrecido un espacio en alquiler para que venda allí sus artículos a los cruceristas.

-Están bonitos los negocios, están bonitos, me gustó-.

Entre los truenos que amenazan con un aguacero que al final no caerá y la tos de una gripe, doña Bienva sentencia que la llegada de los turistas al puerto Amber Cove llevará el progreso a Maimón.

-Aquí se acabó la necesidad para el que quiera trabajar-.

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Infografía
La meta de Alejandro Delgado es aprender bien el inglés para entenderse mejor con los turistas. (MARVIN DEL CID)

Cuando Alejandro Delgado rondaba los 10 años y vivía en Santo Domingo con su padre, un tío se lo llevó al pueblo natal al estimar que allí haría de él un mejor hombre. El niño le ayudaba entonces haciendo excursiones a caballo para los turistas, bordeando la playa y recogiendo cangrejos por unos terrenos que recuerda frondosos pero hoy tienen pocos árboles. Alejandro trabajó unos meses como camarero en un hotel de Puerto Plata pero ahora está con el tío en una tienda de artesanías y con ese ingreso paga sus clases de inglés. El negocio estaba en la playa antes de que construyeran el puerto, mas los desalojaron y ahora está instalado en el patio de la casa en la que vive, en un cuarto de tablas azules, de palma y de zinc. Desde la bahía atestada de lugareños que contemplan a lo lejos a los visitantes bajando del Carnival Victory para ir a sus excursiones en Puerto Plata o Santiago, Alejandro cuenta que la tienda de su tío tiene un espacio en el Amber Cove. Quiere estar allí dentro, vendiendo souvenirs o como empleado del puerto. Y claro, aprender bien el inglés para entenderse con los turistas.

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