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Un mundo de caballeros ladrones (I de II)

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Un mundo de caballeros ladrones (I de II)
Los magnates de los ferrocarriles estadounidenses utilizaban su poder de monopolio para alejar a los competidores.

Las empresas y el Estado. La relación entre los negocios y los gobiernos se está tornando cada vez más antagónica, dice Philip Coggan. Pero ambos lados no deben excederse: se necesitan mutuamente 

En la edad media el Rin era la vía fluvial comercial más importante de Europa. Al igual que muchas autopistas modernas, era una ruta que pagaba peaje. Los puestos de peaje se suponía debían ser aprobados por el Santo Emperador Romano, pero los terratenientes locales con frecuencia cobraban por el tráfico que cruzaba. Estos "caballeros ladrones", como eran conocidos, eran un grave impedimento al comercio y las fuerzas imperiales se vieron obligadas a adoptar una costosa acción punitiva para eliminarlos.

La relación entre los negocios y el Estado tiene cierto parecido con esta lucha medieval. Al igual que los balseros del Rin, las empresas que operan dentro de los límites nacionales deben pagar algo por el costo de dar apoyo al comercio, pero si el peaje es excesivo, el comercio sufre. Por lo menos algunos de los 200 o más países del mundo estarán tentados a actuar como los caballeros ladrones, cobrando el equivalente a dinero de protección a las empresas con que tratan.

Algunas personas de la izquierda argumentarían que la designación debería ser aplicada en la dirección opuesta. A finales del siglo XIX el término "caballeros ladrones" hacía referencia a los magnates de los ferrocarriles estadounidenses que utilizaban su poder de monopolio para alejar a los competidores. Políticos tales como los presidentes rompe monopolios Theodore Roosevelt y William Howard Taft hicieron campaña en contra de ese poder corporativo.

Desde entonces ese estado de ánimo en contra de las corporaciones nunca se ha disipado por completo. Las multinacionales modernas en ocasiones son retratadas como todopoderosas, que utilizan su riqueza para subvertir a políticos mediante sus contribuciones a la campaña y su poder de cabildeo y para evadir su responsabilidad social.

Mucha retórica política del espectro sugiere que la relación entre las empresas y el Estado en esencia es antagónica. Los de la derecha arguyen que el gobierno interfiere demasiado en el proceso de generación de riqueza y entorpece en lugar de ayudar al comercio. Los de la izquierda describen los negocios como un depredador voraz que los gobiernos deben controlar, explotan a los trabajadores y a los consumidores y evaden el pago de impuestos.

Toda esa charla combativa hizo más difícil la respuesta a la crisis bancaria del 2007-08. El colapso del mercado de hipotecas de alto riesgo y el subsiguiente rescate del sector bancario creó un sentimiento de ira hacia la elite financiera que se convirtió en una frustración más grande con el mundo empresarial. La crisis condujo a una caída de los ingresos fiscales y a un aumento drástico de los déficits presupuestarios, provocando a los gobiernos a establecer programas de austeridad que impusieron aumentos de impuestos sobre la clase media y recortó los beneficios de los de menor ingreso. Ese clima genera resentimiento contra las empresas que se supone no pagan su cuota justa de impuestos o que explotan su poder para fijar precios de monopolio.

La respuesta de los gobiernos ha sido introducir nueva regulación más estricta, especialmente para los bancos, y buscan tomar medidas enérgicas contra el uso de los paraísos fiscales. Pero también han reconocido que no pueden darse el lujo de ahuyentar a los negocios multinacionales. Algunos países, incluyendo a Gran Bretaña, han recortado sus tasas de impuestos con el fin de atraer nuevos negocios del extranjero. John Cridland, el director general de la Confederación de Industrias de Gran Bretaña dice que "los países tienen que verse a sí mismos como un atractivo escaparate para la inversión multinacional". Hasta el presidente francés, François Hollande, quien en el 2012 asumió la presidencia en una ola de retórica anticapitalista, el mes pasado anunció un recorte de €30 mil millones ($41 mil millones) en impuestos a las empresas en un intento por revivir una economía estancada.

A pesar de todas sus diferencias los dos lados se necesitan mutuamente. Los gobiernos dependen de los negocios para empujar el crecimiento económico, crear empleo y generar exportaciones para asegurar que su país pueda pagar su trayectoria en el mundo. Especialmente importantes son las multinacionales, dice Ted Moran del Instituto Peterson para Economía Internacional, un centro de reflexión estadounidense: ellas pagan salarios más altos que otras empresas, exportan más y tienen un record superior en investigación y desarrollo. Y no sería sabio de los países creer que las multinacionales se quedarán no importa que: WPP, un grupo de publicidad y mercadeo, trasladó su sede de Londres a Dublín en el 2008 después de una disputa acerca de impuestos sobre los beneficios en el extranjero, regresó después que las reglas fueron cambiadas. Con el crecimiento en los mercados emergentes mucho más rápido que en el mundo desarrollado, lugares tales como Singapur y Dubái se están haciendo muy atractivos.

© 2014 The Economist Newspaper Limited. All rights reserved. De The Economist, traducido por Diario Libre y publicado bajo licencia. El artículo original en inglés puede ser encontrado en www.economist.com