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Adiós al amigo Carlos Coll

En horas de la noche se nos fue Carlos. Catalán, monárquico y liberal en extremo, fue en vida una combinación explosiva que a nadie dejaba indiferente. Franqueza, ingenio, cultura y buen humor compartimos por quince años. Lo conocí en los tiempos en que este periódico comenzaba a innovar en el ámbito digital. Con él y Avi Harel, conformamos una alianza para llevar los periódicos dominicanos al mundo global a través de la web. Carlos en ese momento comenzaba el desarrollo de sus portales Supercasas y Supercarros y quien escribe se había hecho cargo de la versión on line de Diario Libre. Lo que comenzó como una relación de trabajo fue paso a paso convirtiéndose en sólida amistad.

Vino desde Barcelona con estudios de leyes en los años 80, pero su espíritu de comerciante fue más fuerte. Importó todo tipo de productos desde su tierra, los cuales vendía a las multi tiendas que en esos momentos comenzaban a crecer. Pero fue en los bienes raíces donde descolló, manteniendo y desarrollando por años la franquicia Remax. Sus colegas de entonces entienden que en la historia inmobiliaria del país hay un antes y un después de Carlos Coll. Poco ortodoxos fueron sus métodos de promoción, todavía hay quienes le recuerdan con el pelo teñido de rubio en afiches que colocó por la ciudad.

Y es que Carlos tenía el raro don de reírse de sí mismo, de tomar la vida como una fiesta o milagro permanente. Claro, sus vecinos no lo apreciaban de igual manera, en especial cuando después de cumplir 50 decidió cambiar de oficio y se transformó en músico electrónico, bajo el pseudónimo de Rapután. Dedicó entonces sus esfuerzos a producir música y a promover jóvenes talentos venidos de distintas latitudes. Entendía a la música electrónica como el último reducto de la creación artística sin ataduras.

Como pocos, tenía especial interés en la cultura y sobre todo en la historia y la teología. Católico por herencia cultural como solía decir, tenía por heroína de todos los tiempos a la Reina Isabel de España, sin ella el mundo no sería lo que hoy es, me decía.

Con sus problemas y conflictos, amaba la República Dominicana con fervor. Carlos entendía el alma popular dominicana y supo ganarse el corazón de muchos con su sencillez y bonhomía. El “tigueraje” era para él un misterio en constante desarrollo. El modo de ser, el habla y los gestos del pueblo le fascinaban y era capaz de reproducirlos con fidelidad.

Largas eran nuestras sobremesas precedidas de suculentos platos siempre bien regados. En su casa acogió a todo tipo de personajes, algunos frecuentes y otros ocasionales. Desde curas hasta reguetoneros, no hacía distinción de ninguna especie, fue un liberal de pensamiento pero fundamentalmente de acción cotidiana.

Empresario en el pleno sentido de la palabra y por sobre todo un soñador de tomo y lomo, Carlos Coll se marchó con su música a otra parte, a alegrar la vida en otros territorios. Nos queda la sensación de que la vida ya no será lo mismo de entretenida sin su presencia. Hasta pronto amigo querido.