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La que se nos avecina

La lengua coloquial, siempre tan creativa, ha acuñado el término bebiembre para referirse a diciembre, sustituyendo la raíz dici- (el decem latino, ‘diez’) por una que nos evoca una temporada de ciertos excesos etílicos. Pero hasta para beber hay que dominar la ortografía.

Con nuestro extraordinario ron no hay problemas. Su origen inglés se difumina con su castellanización. El criollo mabí es tan patrimonial como la misma bebida. Con otros licores empiezan las dudas. Para referirnos al whisky, o whiskey, debemos usar la cursiva, que lo distinga como extranjerismo (del gaélico uisce beatha, ‘agua de vida), o preferir el sustantivo adaptado güisqui, que, por raro que nos pareciera al principio, va calando en el uso y se escribe en redonda.

Otro préstamo con tradición es coñac, adaptación del francés cognac, por referencia a su origen en la ciudad francesa de Cognac. Si, en cambio, nos referimos a las variedades de este licor que se elaboran fuera de Francia, el término correcto es brandy, palabra que el inglés tomó del neerlandés brandewijn, ‘vino quemado’.

Algo similar le sucede a champán, sustantivo que adapta al español la procedencia del vino espumoso de la comarca francesa de Champaña. A este vino espumoso cuando se elabora en España lo conocemos como cava (del latín cava, ‘zanja, cueva’). Por cierto, el vino tiene género masculino (brindamos con un cava) mientras que la cueva donde se elabora lo tiene femenino (las reputadas cavas catalanas).

Adaptar el topónimo de origen es un método habitual para formar el nombre de la bebida; así pasa con el jerez (vino blanco originario de la ciudad andaluza de Jerez de la Frontera) o el oporto (vino dulce procedente de la ciudad portuguesa de Oporto).

Otro miembro de esta singular familia de palabras, el orujo, tiene unas relaciones familiares singulares que les prometo tratar en una próxima “Eñe”. Sirva esta de hoy como mi particular brindis para la temporada que se nos avecina.

Twitter: @Letra_zeta