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Una odisea de palabras

Los libros y la literatura son responsables de la creación de mundos extraordinarios poblados de personajes que llegan a convivir con nosotros de igual a igual. Sus nombres propios saltan de la lengua literaria a la cotidiana en un juego de metáforas que los convierte en nombres comunes, a los que llamamos epónimos, y que se escriben con inicial minúscula.

La Odisea, el extraordinario poema de Homero, brincó desde los versos al mundo cotidiano para denominar un viaje largo cargado de aventuras o esa sarta de peripecias que a veces nos toca vivir.

La Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas, publicada en 1499, está protagonizada por Celestina quien, con su personalidad y sus tejemanejes, prestó su nombre a las alcahuetas, dedicadas por oficio o por ocupación a concertar relaciones amorosas.

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, novela anónima de 1554, relata la vida de Lázaro, el pícaro guía de un ciego. Su juventud hacía que lo llamaran Lazarillo, y este nombre, convertido ya en sustantivo común, denomina a las personas que sirven de guías a los ciegos y, por extensión, a las personas o animales que acompañan a quienes necesitan ayuda.

Don Juan Tenorio, fecundo personaje literario, prestó su tratamiento, su nombre de pila e incluso su apellido para que designaran a donjuanes y tenorios, hombres seductores, mujeriegos, frívolos e inconstantes.

En algún caso es el poeta el que presta su apellido, como le sucedió a Francisco de Quevedo y Villegas, a quien tradicionalmente se retrata con unos anteojos redondos que han llegado a denominarse quevedos.

Nuestro protagonista literario más universal, don Quijote de La Mancha, criatura del incomparable Cervantes, cabalga a lomos de Rocinante (rocín antes) y los dos han atravesado la realidad literaria para convertirse en palabras de a pie. Los quijotes valoran sus ideales por encima de su provecho mientras los rocinantes mantienen su condición de jamelgos.

Si somos afortunados nos tocará recorrer esta odisea de la vida guiados por lazarillos (incluso con su poquito de picaresca) y acompañados por quijotes a lomos de rocinantes; sabremos evitar a celestinas y tenorios aunque para saber distinguirlos debamos armarnos de unos perspicaces quevedos.

Twitter: @Letra_zeta

Envíe sus comentarios y/o preguntas a la Academia Dominicana de la Lengua en esta dirección: consultas@academia.org.do