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Entre Lucas y Juan Mejía

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Entre Lucas y Juan Mejía

Hablábamos la semana pasada de refranes, de cuántos han sobrevivido a través de los siglos en la lengua literaria y, sobre todo, en la popular. Siguen ayudándonos a condensar en pocas palabras lo que, sin ellos, nos costaría mucho explicar.

Como tantas cosas, los refranes también han tenido que adaptarse al medio para sobrevivir. Los hablantes han ido tiñéndolos de sabor local para que engarzaran sin esfuerzo en la lengua diaria, como solo saben hacerlo nuestras frases proverbiales. Por tierras españolas decimos “A falta de pan, buenas son tortas”; por estas islas, en cambio, “A falta de pan, casabe”. No hay mejor ejemplo. En una frase castellana se cuela por derecho propio uno de los primeros indigenismos adoptados por el español en tierras antillanas.

“El que fue a Sevilla perdió su silla”. Como, para mi desgracia, Sevilla nos pilla un poco a trasmano, los hablantes se apoderan del refrán tradicional dominicanizándolo: “El que fue a Villa perdió su silla”.

Y es que no hay nada como acercarnos. Sabrán que Pinto y Valdemoro son dos pueblos de la provincia de Madrid, separados por un arroyo. Se cuenta de un borracho que intentó cruzar el arroyuelo y perdió la noción de la orilla en la que estaba. De antaño es la expresión para referirnos a algo que está indefinido o indeciso: “Estar entre Pinto y Valdemoro”. Lo curioso es que los dominicanos lo hemos adoptado y adaptado hasta convertirlo en “Estar entre Luca(s) y Juan Mejía”, dizque dos parajes de El Seibo, separados casualmente también por un arroyo.

Ahora tendríamos que echar mano de un filólogo que nos ayudara a desentrañar la historia de esta singular expresión y de sus idas y venidas para dejar de estar entre Luca(s) y Juan Mejía.

Twitter: @Letra_zeta