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Padres, hijos, nietos

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Padres, hijos, nietos
Ilustración: Ramón L. Sandoval

Con un 50% de los hogares monoparentales, los abuelos juegan un papel cada vez más activo y más importante. ¡Y qué agradecidos estamos! Lo confieso con toda la cara: mis hijas y yo no hubiésemos sobrevivido todos estos años si los abuelos no hubieran metido la mano, la pata, la voz, la conciencia, los consejos...

Por muchos años, cuando las jornadas laborales se extendían más allá del sol, mis hijas, todavía pequeñas, se intercambiaban en las casas de los abuelos para no quedarse solas, ni con extraños.

Ya más grandes, cuando comenzaron las clases vespertinas y los trabajos de ortodoncia, podía dejarlas con tranquilidad, sabiendo que mi madre, que se retiró del trabajo “formal” para ser abuela a medio tiempo, las pasaba a buscar y vigilaba sus tareas. Muchas veces las pasé a buscar exhausta y las encontré cenadas, bañadas y con la tarea revisada. Nunca se me ocurrió que mi madre podía estar más cansada que yo.

Entre el millón de viajes que se hicieron intentando cuadrar una agenda cada vez más difícil, los carros y los abrazos de los abuelos siempre estuvieron disponibles. Posiblemente mis hijas no estén conscientes del tremendo trabajo logístico que eso representó, o del tiempo o amor invertidos, pero yo sí y cada día lo respeto y valoro más.

Porque ellos llegaron cansados a esta tarea que se les “pegó” cuando se supone que habían concluido la suya con cierto nivel de satisfacción. Los hijos se casan con quien quieren, independientemente de los consejos que reciban y, en teoría, deberían cargar con las consecuencias de sus actos. Pero para los abuelos, los nietos no son “consecuencias”, son bendiciones.

El carajito que para el padre es insoportable, para el abuelo es solo “inquieto”, porque parece que los años le agregan paciencia al carácter y son capaces de sacar, como los mejores magos, trucos infalibles para acostarlos, hacerlos comer molondrones o mantenerlos ocupados.

Y los abuelos son incansables: deben llevar sus propias casas, muchos de ellos trabajando todavía y sin posibilidad de dejarlo, tienen tiempo de llevar los “cartones” de la vida de los hijos, sus problemas personales, financieros, amorosos y, muchas veces, sus fracasos como padres. Con sus cabezas blancas por los años y muchas decepciones, esfuerzan su mejor sonrisa para los nietos y agradecen las visitas, cualquier detalle del adolescente rebelde que solo se suaviza ante la dulzura infinita de la abuela.

¿Los consejos? Nunca funcionaron con nosotros, pero a medida que seguimos intentándolo como padres, finalmente nos damos cuenta de su valor, echamos manos de toda la lista y volvemos a decirlos. Es cierto que ahora hay que pasar sobre el ruido de la tecnología, pero los principios siguen ahí, inalterables.

La Biblia dice que honrar a los padres es el único mandamiento que lleva implícita una promesa. Es cierto que muchos no son creyentes, pero de alguna manera honran a sus padres replicando en sus hijos lo mejor de sus respectivas crianzas.

Esta sociedad no termina de extinguirse porque los abuelos han tomado la batuta y vuelto a criar. Han dejado su bien merecido descanso de vejez para ayudar a los hijos con sus hijos y han demostrado, sin lugar a dudas, que merecen toda la honra, todo el respeto, todo el agradecimiento y todo el amor que podamos darles.

Yo, desde luego, lo tengo claro...y mis hijas también.

Ilustración: Ramón L. Sandoval