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Cumbre sostenible

El momento no es propicio para el desarrollo sostenible.

La premisa básica que dio origen a ese concepto fue que la expansión de las actividades económicas estaba atentando contra el medio ambiente, amenazando la supervivencia de especies animales y vegetales, agotando recursos no renovables y utilizando tecnologías perjudiciales para el equilibrio ecológico del planeta. Dada esa situación, era perentorio reorientar esas actividades, aunque ello implicara reducir el crecimiento económico.

Pero ahora, cuando lo que predomina es el temor a la recesión, al desempleo, a los déficits fiscales y a las quiebras bancarias, el debate gira en torno a cómo estimular el crecimiento, sin detenerse a meditar si es sostenible a largo plazo. A tal punto eso es así que algunas delegaciones a la conferencia Río+20 sobre desarrollo sostenible han cuestionado la sostenibilidad no del desarrollo sino de la cumbre.

En estas conferencias primero llegan las delegaciones técnicas, que preparan un conjunto de acuerdos y un borrador de declaración. Luego llegan los políticos, los que salen sonrientes en la foto de la reunión. Nadie quiere que el evento sea recordado como un fracaso, en especial el país sede, en este caso Brasil.

Pero el problema es que la sostenibilidad tiene un costo, tanto en términos de menor crecimiento como en cuanto a subsidios a nuevas tecnologías "verdes". Y los gobiernos lo que están tratando de hacer es reducir sus gastos y estimular la expansión económica.

Las campañas electorales en los EE.UU. y Europa, principales proveedores de fondos para el desarrollo sostenible, demuestran que la población en general tiene otras preocupaciones, más personales y de menor plazo. El primer borrador de conclusiones de Río+20 refleja esas inquietudes al centrar su atención sobre la pobreza global, sin mucho más en cuanto a compromisos de poner dinero sobre la mesa de la ecología.