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Secuelas del intento

Tal como habíamos anticipado, la economía se impuso. Luego de una intensa ofensiva de ofertas, exhortaciones y advertencias los escoceses rechazaron la independencia y resolvieron seguir siendo parte del Reino Unido.

No tuvieron gran peso en la decisión las ofertas de mayor autonomía y un sistema tributario más equitativo, cuya sinceridad fue puesta en duda por haber surgido sólo al final de la campaña, cuando se hizo evidente que la posibilidad de triunfo del voto afirmativo era una realidad. Tampoco incidieron mucho las exhortaciones de no romper los lazos nacionales centenarios. Fueron las advertencias, hechas por empresarios y funcionarios públicos, las que lograron que una mayoría de los votantes concluyeran que la separación terminaría provocándoles perjuicios económicos.

Los partidarios del sí calificaron los pronósticos de daños como una intimidación. Alegaron que la independencia traería consigo beneficios fiscales, más empleos y una relación más equitativa con Inglaterra, sin sobresaltos pues se dispondría de año y medio, hasta marzo del 2016, para resolver asuntos como la moneda, el ingreso en la Unión Europea, la deuda externa, las reservas de oro y divisas, las bases y equipos militares, la distribución de las corporaciones estatales, las embajadas y demás temas pendientes. Pero los votantes prefirieron no arriesgarse.

La pregunta ahora es si todo quedará como antes, como si nada hubiera sucedido, un mal sueño que se convirtió en pesadilla pero del cual ya se ha despertado. En principio nada impide que sea así, pero en la práctica es improbable que no haya consecuencias. Han salido a la superficie desavenencias, reclamos insatisfechos, que los políticos no podrán ignorar. Se ha revelado una fisura interna que afecta la imagen del Reino Unido, sus políticas conservadoras, la monarquía como elemento de cohesión, y la representatividad de las instituciones públicas.