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Cien años o más

La economía del desarrollo era antes más proclive al optimismo. Anticipaba que por mecanismos que variaban según cada autor, como podían ser la planificación central, inversiones extranjeras, integración económica, pactos comerciales, nacionalización de recursos naturales, exportaciones, tecnología u otros medios, tendría lugar un proceso de acumulación de capital y riqueza que haría posible para las naciones subdesarrolladas alcanzar a los países desarrollados. Dadas las condiciones y políticas apropiadas, se mencionaba que eso podría suceder en el plazo de una generación o poco más, lo cual era alentado por éxitos como los de Singapur, Taiwán y Corea del Sur.

La evidencia empírica era, sin embargo, contraria a ese optimismo. En los cincuenta años comprendidos entre 1940 y 1990, el ingreso per cápita en los países pobres creció en promedio más lentamente que en los más avanzados. A pesar de eso, se les cambió el calificativo de subdesarrollados por el más halagador de países en vías de desarrollo. Paradójicamente, el declive en el optimismo de la economía del desarrollo fue ocurriendo mientras la situación cambiaba y comenzaba a reducirse la distancia entre los niveles del PIB por persona. Una nueva categoría de países, los emergentes, surgió llena de promesas, liderados por China, Brasil, la India y algunos otros. En el 2013, el PIB por persona en las naciones en desarrollo creció 2.6% por encima de los países avanzados, aunque parte de esa diferencia se debió a los efectos de la recesión o estancamiento en Europa, Japón y los EE.UU. Ahora se ha vuelto atrás, por el mayor crecimiento en los EE.UU. y el descenso en China y los productores de bienes básicos.

El optimismo no es hoy tan grande como antes, pues no bastará una generación para cerrar la brecha. Si se excluye China para no sesgar el pronóstico, The Economist calcula que aún con los datos del 2013 tendrían que pasar 115 años.