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De vuelta a la realidad

Después de la Semana Santa, desprovista ya de su espiritualidad religiosa de épocas pasadas, tuvo lugar el regreso a la realidad cotidiana en la que cada dominicano está inmerso.

El retorno, sin embargo, no fue igual para todos.

La mayoría de los que viajaron volvieron a sus casas con los bolsillos más livianos, pues las idas al campo, las estadías en hoteles, las excursiones a parajes montañosos, el acceso a sitios de interés, los peajes de las carreteras, el costo del combustible, los pasajes de autobús, las compras de comida, las ayudas a familiares y la adquisición de bebidas no fueron gratuitos.

La realidad a la que volvió gran parte de la población no es particularmente placentera, y muchos se hubieran quedado con gusto en los lugares a los que fueron, de haber sido posible hacerlo. Volvieron a sus viviendas precarias, entornos contaminados y afanes rutinarios.

Los estudiantes regresaron a sus actividades escolares, lógicamente, pero los que trabajan volvieron a sus empleos, muchos de ellos sin gran entusiasmo.

Retornaron a la realidad que surge de una economía que ha demostrado ser incapaz de crear empleos que ofrezcan verdaderas oportunidades de avance laboral, no sólo en las ocupaciones en las que predomina el trabajo manual, sino también en las ubicadas en la esfera técnica y profesional.

Para una muy pequeña minoría de la población, sin embargo, el retorno no tuvo mucho de especial. Acostumbran salir todos los fines de semana hacia zonas del país más agradables, en las que poseen casas en áreas reservadas de acceso restringido, donde existe seguridad, limpieza y las conversaciones giran en torno a experiencias de viajes, planes optimistas y las últimas adquisiciones de vehículos, equipos o inmuebles.

Y finalmente están los muchos otros que no tuvieron que retornar a la realidad en que viven, por la simple razón de que no salieron de ella, al no haber ido a ningún lado.

gvolmar@diariolibre.com