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Para siempre

Una verdad que parece inconmovible es que en este mundo en que vivimos todo llega a su fin. Nada, ni cosas ni personas, duran para siempre.

La economía sería muy diferente de lo que es ahora si eso no fuera cierto. Se vendría abajo el andamiaje sobre el que se han desarrollado la industria, la agricultura, las fuentes de energía y los sistemas de transporte y distribución. La valoración de la riqueza experimentaría una transformación radical, así como la formación de capital y la especialización laboral. La estructura de precios y los retornos a la inversión quedarían dramáticamente alterados, y nuevas actividades reemplazarían a las que pasen a ser superfluas.

No hay por qué temer, dicen los futurólogos, pues no se vislumbra la llegada de tal permanencia. Más bien, podría suceder lo opuesto, que se vayan agotando el agua, el aire limpio, los bosques y los espacios libres. Y la tecnología, con su propensión a convertir en poco tiempo objetos novedosos en desechos obsoletos, contribuye a reducir la vida útil de los inventarios, electrodomésticos, vehículos, equipos y maquinarias.

Pero si es cierto el anuncio hecho por un laboratorio de visión computarizada de la Universidad de Columbia, pronto podría haber una excepción a esa regla de mortandad inevitable. La revelación se refiere al desarrollo de un componente químico que combina la sensibilidad a la luz utilizada en dispositivos digitales con la capacidad de conversión de energía que tienen los paneles solares. Esa dualidad de funciones permitiría el desarrollo de equipos ópticos, como podría ser una cámara, que podrían funcionar indefinidamente, es decir para siempre, sin una fuente externa de energía.

Hay pues buenas perspectivas para los adictos a los “selfies”. No obstante, nada es realmente eterno. Si esos teléfonos y cámaras se caen o les entra agua, sus vidas terminarán, igual que acabarán en algún momento las de sus usuarios.

gvolmar@diariolibre.com