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Las viviendas sociales de Harry Carbonell, más allá de lo imaginario

Una coherencia plena con su visión sobre la arquitectura y su vinculación con el colectivo humano

SANTO DOMINGO. Arquitecto y maestro de varias generaciones, desde las aulas y desde la oficina particular, Harry Carbonell ha trabajado en el tema de la vivienda social consciente de que hay mucho por hacer.

Dejar atrás modelos infuncionales de viviendas de interés social -que datan de los gobiernos de Joaquín Balaguer-, y repensar nuevas propuestas, como la que lleva el nombre de Ciudad Juan Bosch, fueron parte de las visiones que Harry Carbonell compartió en una conversación con Hábitat.

Incisivo, pero no mordaz, al evaluar el discurrir de sector vivienda social en República Dominicana, afila el tono crítico cuando habla del sistema de concursos que sustentan los proyectos estatales. Deja claro que prima en él un interés de contribuir a transformar la sociedad en la que ejerce como ente familiar y profesional, sobreponiendo el interés colectivo.

Egresesado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) en 1975, Carbonell se ha ganado el derecho a opinar sobre un tema de actualidad renovada no solo porque se ha dedicado durante décadas al trabajo docente, al mismo tiempo que desarrollaba su labor profesional, sino también por las múltiples premiaciones que han dado crédito a la calidad de sus diseños y porque ha desarrollado sus ideas sobre proyectos de vivienda social en la realidad dominicana.

Entre las referencias a las aportaciones de este laureado arquitecto está la de su colega José Enrique Delmonte Soñé, en su obra, "La Arquitectura Contemporánea Dominicana 1978-2008", donde pondera su proyecto "La Casa Árbol", ganador del Primer Premio Arquitectura de la XVIII Bienal Nacional de Artes Visuales de Santo Domingo, en 1992, resaltando como planteó "una expresividad desde lo interior del diseñador hacia su relación con el conglomerado, en un juego de diálogos entre la obra arquitectónica, su carga simbólica y la capacidad del usuario-lector de identificarse y comunicarse con ella". Ese, agregó, "fue un mensaje a la nueva generación para que tomara nuevos senderos en la creación de una arquitectura local más auténtica y personalizada."

Al cabo de 22 años, Carbonell demuestra una coherencia plena con su visión sobre la arquitectura y su vinculación con el colectivo humano.



La vivienda social y su razón de ser

Carbonell parte de una definición muy concreta para concebir sus ideas sobre la vivienda de interés social, "aquella destinada a familias de recursos económicos limitados, que no califican para programas de financiamientos del sistema bancario". Esto incluye un amplio espectro de la población que desarrolla sus actividades productivas dentro del mercado laboral formal e informal, e incluso muchos jóvenes profesionales.

Ante esa realidad, considera, el Estado debe asumir políticas de viviendas para ayudar a financiar los hogares con las características de la vivienda social.

Lo que Carbonell plantea pone de relieve la contradicción que se vive en Santo Domingo, donde el presidente de la Asociación Dominicana de Constructores y Promotores de Viviendas (Acoprovi), Fermín acosta, habla de un déficit de 900,000 viviendas, y una demanda de viviendas de clase media alta y alta de aproximadamente 14,000 unidades, básicamente en Santo Domingo y Santiago.

Factores a tomar en cuenta, destaca Carbonell, son el lugar, los contextos ya sean urbanos, rural, sub urbanos y hasta el histórico; luego habría que tomar en cuenta a quién va dirigido el proyecto.

Son elementos claves para el arquitecto diseñar, para abordar en toda sus dimensiones los componentes del urbanismo y la arquitectura, tras lo cual, indica, se establecería la tipología de la vivienda de interés social, y corresponde al diseñador la tarea de recomendar modelos.

Las instituciones responsables de desarrollar las políticas existentes de vivienda social en el país, como el Instituto Nacional de la Vivienda (INVI) y el Banco Nacional de la Vivienda, muchas veces incurren en decisiones equivocadas, lamenta el arquitecto, al resaltar con un tono crítico que a la fecha se reediten modelos que datan los gobiernos de Joaquín Balaguer. Obsoletos es el adjetivo que más le va a esos proyectos, según el arquitecto.



La politización de los concursos

Si hay un aspecto relevante en la evaluación que hace Carbonell sobre las iniciativas estatales orientadas a dotar de viviendas a los más pobres, es el relativo a los concursos.

Por primera vez, apunta, se han dispuesto concursos para el desarrollo del proyecto de La Barquita, y para el de la Ciudad Juan Bosch, pero los concursos para el diseño siguen siendo limitados o pocos transparentes, se atreve a considerar.

"Los concursos que se han desarrollado son modelos no ideales, contrario a lo que se ha hecho con las escuelas", argumenta.

Su queja es más específica: en lo que respecta al diseño arquitectónico, los concursos están atados al capital. Las grandes compañías resultan favorecidas con proyectos grado a grado por las diferentes administraciones -actuales y pasadas- y no se da la posibilidad de incursionar en la actividad a los nuevos talentos, carentes de grandes recursos.

El planteamiento anterior lo retoma para admitir que los jóvenes talentos participan en estos procesos, pero como subcontratados de las grandes compañías, las que suelen llegar a acuerdos para insertarlos en el esquema de trabajo.

"El Estado tiene que incentivar la inserción privada en la construcción de la vivienda social, más allá de las grandes compañías, de manera que los jóvenes promotores tengan posibilidades económicas para incursionar en el sector", sostiene el arquitecto.

Dependiendo de su grado de complejidad, opina Carbonell, los concursos deben ser abiertos, por experiencia, y estableciendo una separación entre urbanismo, arquitectura y construcción. De manera que el abanico de participación de los profesionales sea más amplio y democrático.

Su propuesta apunta a la creación de condiciones a través de políticas de financiamiento e incentivos impositivos a la inversión privada, pero más allá de las grandes compañías. Así, los jóvenes promotores tendrían posibilidades de negocio para incursionar en la actividad.



Modelos para una nueva sociedad

La vivienda de interés social tiene que verse como un ente para desarrollar el espacio público o colectivo, no individual.

Es un punto de partida que Carbonell establece para censurar que muchos vean la vivienda social dentro de un lote: solares pequeños con linderos muy reducidos que se prestan a los llamados espacios residuales -que no conllevan a enriquecer la vida colectiva-, los cuales no dan lugar al desarrollo de ambientes para la colectividad.

Cuando Carbonell lanza sus críticos a modelos de viviendas de interés social obsoletos, no piensa en propuestas modernistas. Por el contrario, su mirada retrocede hasta las antiguas villas romanas, al uso del impluvión, al protagonismo del patio en las casas de los barrios en los que crecieron los dominicanos de hogares modestos y clase media décadas atrás.

En términos conceptuales, Carbonell se ha planteado proyectos con estructuras en forma de cuadrado, con un punto común, central, un patio. Este, adosado en tres de los cuatro lados que conformaría el conjunto habitacional.

"Eso permitiría que haya paredes comunes, que las casas vecinas compartan muros, lo que abarata la inversión, y crea a la vez la vinculación de vecindad", explica.



La arquitectura modular que sugiere Carbonell tendría la forma de una especie de origami o rompecabezas, lo que permitiría la utilización de un no-lugar, el lugar ideal para adaptarse a diferentes situaciones urbanas, y a partir de ahí, aplicarse a modelos de 25, 50 o 75 metros cuadrados.

Las de Carbonell no son ideas sueltas. Ya las ha llevado al papel, con trazos bien calculados, en los que "el patio" se ha concebido de diferentes maneras y densidades, llegando a niveles de cuatro y cinco pisos.

Las torres quedan descartadas en todas las propuestas, porque se impone la idea de escalas humanas manejables.

La modulación utilizada permite el crecimiento progresivo, tanto en sentido horizontal como vertical. El sistema constructivo es prefabricado, porque aminora el tiempo de construcción y hace más económico el costo de la vivienda.

También se toma en cuenta que este sistema de piezas permite la creación de espacios verdes y pequeños parques, donde las viviendas, a través de paseos peatonales, hacen posible que los habitantes puedan caminar, interactuar, dando lugar al espacio colectivo que prioriza.

De la ciudad Juan Bosch

El entusiasmo que ha despertado la concreción del proyecto Ciudad Juan Bosch no es compartido por este maestro de la arquitectura.

Por el contrario, ve como un error esta propuesta, por considerar que la ciudad de Santo Domingo tiene espacios que cuentan con todas las infraestructuras -desde transporte público, con Metro incluido, suministro de energía, alcantarillado- que una ciudad necesita.

Villa Juana, Villa Francisca y San Carlos son sectores que podrían revalorizarse en términos urbanos sin necesidad de crear una ciudad donde no existe actualmente, y donde la inversión sería millonaria, considera.

Y recuerda que equipos multidisciplinarios, en los que han participado la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), Universidad Iberoamericana (UNIBE) y la Universidad de Puerto Rico han estudiado estos espacios urbanos y aportado modelos de intervención y transformación para dar respuestas sociales de alto impacto.

Sobre el tema insiste con una alerta. Recuerda que el INVI hizo "intentos poco afortunados", como el proyecto de la Máximo Gómez colindante con el Cementerio Nacional.

"Me gustaría ver un concurso de diseño de esos sectores para hacerlos más densos sin sacrificar la calidad urbana", comenta, y trae a colación que esos espacios son manzanas tipo. Solares estrechos y profundos, establecidos para que sus ocupantes pudieran tener hortalizas en los patios.

Son los mismos solares impactados por el flujo migratorio del campo a la ciudad, que dio lugar a que los espacios entre las casas se convirtieron en callejones, y los patios en cuarterías.

Al hecho de que haya una gran infraestructura, Carbonell suma el componente de los servicios que dan los habitantes de esos sectores a la ciudad. Desde el tornero, el panadero y el zapatero, hasta el sastre y los talleres. Entiende que un ordenamiento que regule el funcionamiento de estas actividades informales bastaría para garantizar calidad de vida, con acceso al mercado laboral.