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La invasión de Bobby Kennedy

A solo una hora de la emboscada libertaria del 30 de mayo que segó la vida de Trujillo, el vicealmirante Robert L. Dennison, comandante en jefe de la flota del Atlántico de EEUU, alertaba a sus unidades ante el desarrollo de la situación dominicana, cuya evolución podría requerir una intervención armada sin mayor aviso previo. El 31 de mayo ya el escuadrón anfibio de respuesta rápida del Caribe patrullaba nuestras costas en prevención de un eventual desembarco. A seguidas, en ejecución del Plan Militar de Contingencia 310-60, fuerzas navales adicionales se movilizaron hacia la zona: 2 escuadrones anfibios con 5 mil infantes de marina a bordo, cuyo contingente alcanzaría 12 mil efectivos; 3 portaviones (Intrepid, Shangri-La, Randolph); 1 submarino; y 280 aviones. El Randolph se estacionaría a 40 millas de Ciudad Trujillo. Dos destructores atracarían en sendos puertos de Haití, sellándose así la vigilancia aérea y marítima sobre República Dominicana y toda la Hispaniola.

Como lo anotara en su Diario el veterano Adolph Berle, desde su mirador privilegiado de Washington con poltrona en el Departamento de Estado donde coordinaba un equipo interagencial para la política regional, en la RD se había descorchado la botella y cualquier cosa podía suceder. Menos, claro está, conforme a la lógica de límites de tolerancia de EEUU, la ocurrencia de una incursión armada desde Cuba o un golpe de inspiración castro comunista, para lo cual se había diseñado el referido plan y existía una política aprobada por el presidente JFK el 24 de mayo que priorizaba evitar tal posibilidad.

A las 6:30 AM del 31 de mayo Allen Dulles, jefe de la CIA, le habría comentado telefónicamente al cabildero de Trujillo Igor Cassini: “Bobby quiere enviar la infantería de Marina” a República Dominicana. El presidente Kennedy se hallaba en París y había delegado en su hermano el procurador general el seguimiento personal de la situación dominicana, un rasgo muy peculiar de esa administración en la que el clan familiar incursionaba en materias ajenas a sus funciones. Ya Bobby había jugado un rol clave en la fracasada invasión de Bahía de Cochinos y lo haría más tarde en octubre del 62 durante la Crisis de los Misiles Soviéticos en Cuba, al negociar un acuerdo secreto en la embajada rusa en Washington con Anatoly Dobrynin, que comprometía el desmantelamiento de los misiles en Cuba a cambio del retiro de los Júpiter en Turquía, Italia y Gran Bretaña, más la promesa de no invadir la isla.

A las 2 de la madrugada de ese día, Henry Dearborn –involucrado en el complot y quien fungía de cónsul general a cargo de la embajada tras el retiro del personal diplomático debido a las sanciones de la OEA- había informado a Washington que a las 11:30 PM del 30 de mayo el grupo de acción le había notificado la liquidación de Trujillo. Según refiere Bernardo Vega en Los Estados Unidos y Trujillo 1960-1961 Los Días Finales, vía Andrés Freites, gerente de la ESSO, en cuya residencia se refugió Luis Amiama, miembro del grupo político. “Estoy a la espera de que se acerquen los disidentes pero es impredecible lo próximo que va a ocurrir”, consignaba Dearborn, un decidido partidario de que EEUU interviniera en Santo Domingo como se revelaría en los días sucesivos.

Como es sabido, esa misma noche se desató la cacería de los complotados a medida que los cuerpos de seguridad obtenían nombres y evidencias comprometedoras. El general Román Fernández, desconectado del grupo político que trató de hacer contacto con él, fracasó en sus movidas para concretar un golpe de Estado y se replegó para resguardarse, infructuosamente. El obispo Relly fue sacado violentamente de su refugio en el Colegio Santo Domingo y llevado al 9, mientras Balaguer urgía se lo entregaran en Palacio. El país era militarizado, los viajes suspendidos y las comunicaciones telegráficas clausuradas por 12 horas desde las 7 AM a las 7 PM del 31. La CIA ordenaba limpiar rastros tras el episodio magnicida, instruyendo al jefe de estación local destruir los archivos relativos a los contactos con la operación. Ramfis en París, informado por León Estévez, fletaba un Air France para regresar al país.

Al mediodía del 31 Dearborn confirmaba, vía el canal de comunicación radial de la CIA, la muerte de Trujillo, indicando que Balaguer actuaba como presidente. Reportaba un fuerte control militar de la ciudad y el interior, desconociendo la suerte de los complotados. Refería informes que involucraban a tres generales en el complot y aventuraba que se daría “un pleito entre los grupos trujillistas y los elementos democráticos”.

A las 3:15 PM del 31 se produjo en el Departamento de Estado una reunión de emergencia. Allí se discutió el curso de acción que debía tomar Dearborn. Se comentó que la OEA no hallaría suficiente justificación para una intervención norteamericana basada en una solicitud de un “gobierno provisional”, tal como lo contemplaba el plan de contingencia. Dearborn tenía instrucciones y autorización para estimular a los disidentes a solicitar la ayuda norteamericana, pese a la pérdida de contacto. Se cuestionó si Balaguer era aceptable para los disidentes. Acordándose controlar el regreso de los exiliados de acuerdo a lista de la CIA e informar a Muñoz Marín, quien estaba en Washington.

En la mañana del 31 el canciller Dean Rusk, aun en Washington antes de unirse al presidente Kennedy en su gira europea, cablegrafió a su embajador en Caracas Teodoro Moscoso para recabar el apoyo del presidente Betancourt a una operación conjunta de intervención militar, solicitándole a su vez consultar al presidente Alberto Lleras para sumar a Colombia a la acción. Esa tarde José Antonio Mayobre, embajador de Venezuela en Washington, visitó el Departamento de Estado para ratificar el apoyo de Betancourt a una operación que evitara el surgimiento de un régimen comunista en RD, asegurando que hablaría con Lleras en ese tenor. Morales Carrión sondeó en el Departamento al embajador colombiano Sanz de Santamaría sobre el particular.

A las 6:45 PM del 1ro de junio, con Chester Bowles actuando como canciller interino -a instancias de Richard Goodwin, asistente especial del presidente, y de Robert MacNamara, secretario de Defensa-, se efectuó una reunión para tratar la situación dominicana. Con la presencia del vicepresidente Johnson, Bobby Kennedy, MacNamara, Goodwin, el general Lemnitzer, chairman del Joint Chiefs of Staff, y otros funcionarios. MacNamara y Lemnitzer indicaron, conforme al plan de contingencia, que debían estar listos para desembarcar en la isla, lo que implicaba movilizar un mayor contingente. Acordándose incorporar dos portaviones adicionales, destructores y unos 12 mil infantes a 60 millas de las costas dominicanas.

Bowles refiere que “la tónica de la reunión fue altamente preocupante. Bob Kennedy estaba claramente buscando una excusa para que entráramos en la isla. En un momento sugirió, aparentemente con seriedad, que tal vez tuviésemos que hacer explotar el Consulado para lograr la justificación”. En su enfoque, apoyado por Goodwin y MacNamara, el gobierno dominicano representaba un peligro con riesgo de aliarse a Castro y debía ser destruido con excusa o sin ella. Bowles se opuso argumentando que se violarían normas internacionales consagradas en los tratados y se incurriría en un error catastrófico similar a la invasión a Cuba. Se discutió la posibilidad de estimular a los grupos disidentes, a manera de un gobierno disidente, a que solicitaran ayuda americana que sirviera de excusa para intervenir.

“Todo el ambiente de esa reunión fue profundamente enervante y preocupante”, comentó Bowles, convencido de que el equipo de la Casa Blanca, con escasa experiencia en política exterior, estaba motivado en “la acción por la acción misma y que el diablo reparta suerte”. Llamó a París al canciller Rusk para informarle y conversó con JFK, a quien pidió que calmara a su hermano. John Crimmins, funcionario del State para el Caribe y embajador en el país en el 66, calificó a Bobby de “arrogante y simplista”. En unas notas personales sobre la reunión, citadas por B. Vega, el procurador en funciones de estratega internacional se quejaba: “El gran problema ahora es que no sabemos qué hacer porque no sabemos cuál es la situación…(pese a que) hemos sabido desde hace algún tiempo que esto estaba por ocurrir.”

Al día siguiente, 2 de junio, a las 11:00 AM se verificó en el State una segunda reunión con Bobby Kennedy, Arthur Schlesinger, Goodwin, MacNamara, Allen Dulles y el coronel King por la CIA, el general Wheeler, Walt Rostow, el vice LBJ, Bowles y funcionarios del Departamento, sumándose Adlai Stevenson, embajador en la ONU. “Bob Kennedy se encontraba en un estado de ánimo aún más agresivo, dogmático y malicioso que en la reunión anterior. Se dirigió directamente a mí y dijo, ‘¿Qué es lo que propone hacer en la situación de República Dominicana?’ Le respondí que pensaba que habíamos tomado las precauciones militares necesarias y el siguiente paso era averiguar lo que estaba pasando”. Bowles informó de cablegramas de Dearborn relatando “las historias de horror de los asesinatos y represalias que se escenificaban en la capital”. Matizando que ya era conocido “el carácter vicioso del joven Trujillo”, que no había evidencia de agresiones a estadounidenses ni amenazas a Haití u otro país.

La posición de Bobby fue apoyada por Schlesinger, Goodwin y MacNamara, quien planteó buscar una excusa para invadir y cambiar la situación. LBJ fue más moderado y a Stevenson le sorprendió esa opción. Bowles reiteró que EEUU no estaba preparado para responder a una solicitud de intervención, posición aceptada, “con considerables ladridos del contingente de la Casa Blanca”. A cuya instancia se produjo una carta apócrifa del general Guarionex Estrella –preso desde el 30 de mayo- solicitando la intervención. Entregada a Dearborn por un disidente, previa demanda de la estación local de la CIA. Así se fabrica la historia.