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La geografía racial dominicana (I de II)

Basta observar sin mucho esfuerzo, la composición de la mayoría de los equipos de fútbol que participan en el Mundial de Brasil, para darnos cuenta lo mucho que ha cambiado el mundo en los últimos decenios, a causa de la emigración. A veces por los apellidos que muestran, pero aun llevando un apellido propio de la nación que representan, los rasgos físicos de muchos futbolistas demuestran la procedencia de etnias diferentes. Y es que la emigración ha alcanzado un acrecentamiento global que ha modificado sustancialmente las etnias nacionales en todos los confines, de modo que resulta ya difícil encontrar etnias totalmente puras.

La humanidad se ha entremezclado abrumadoramente a niveles que casi podrían calificarse de insólitos, como si la búsqueda de nuevos espacios de desarrollo personal, las interrelaciones que prohíjan familias de distintas nacionalidades, el éxodo hacia nuevas formas de vida hayan originado el desplazamiento de sangre y raza, de lengua y costumbres, para construir un mundo sin fronteras donde cada emigrante se cobija bajo la sombra de una nueva historicidad y se arropa con la bandera del país donde se establece con su descendencia, probablemente para siempre.

La República Dominicana no escapa a esta nueva configuración étnica global. El nuestro es un país de ascendencias y descendencias gravitantes en la conformación de su etnia distintiva, aun cuando muchas veces se suele subestimar inexplicablemente esta realidad. También el nuestro es un pueblo de emigrantes. Tenemos una gran proporción de abolengos españoles, norteamericanos, canarios, ingleses, franceses, haitianos, puertorriqueños, árabes, italianos, cubanos, chinos y japoneses. Y en los últimos años, tenemos dominicanos con sangre suiza, alemana, holandesa y de otros muchos espacios europeos y latinoamericanos. Las proporciones de estas etnias son variables, pero cada una de ellas ha creado dentro de la geografía racial dominicana una secuela definida con la que se ha construido, y se sigue construyendo, en gran medida el hombre dominicano.

Los españoles llegaron con la colonización, iniciando un trasiego de apellidos y costumbres que, seguramente, tiene la mayor incidencia en el origen del ser dominicano, suplantando de alguna manera una raíz conformante que solamente existe en las hondas querencias de la historicidad: la del indígena taíno o caribe, que fue exterminado física y racialmente como componente efectivo del hombre dominicano actual, aunque el descubrimiento del mapa genético nos esté indicando lo contrario. Con los españoles llegaron también diferentes estirpes de canarios, algunos provenientes de Venezuela. Y junto a estos arribaron franceses e ingleses en medidas no tan relevantes como las anteriores, pero sin duda importantes porque dieron formación y nombre a familias aún activas en la descendencia local. El Cibao, según Campillo Pérez, lo fundó Santiago Espaillat Virol, de origen francés, y de donde provienen las etnias de los Espaillat y Hernández. (Dos de los grandes líderes históricos del país, Juan Bosch y Joaquín Balaguer son descendientes de inmigrantes. Bosch de catalán y puertorriqueña, y Balaguer, hijo de puertorriqueño y dominicana).

Los árabes arribaron a mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, y desde entonces dieron nacimiento a uno de los conjuntos étnicos más aportadores y activos y al elemento racial más influyente en la época contemporánea en la República Dominicana. Rechazados en principio por la clase alta de la sociedad dominicana, que no les dio entrada en los principales clubes sociales, los árabes "no se constituyeron en un grupo cerrado, al contrario, deliberadamente no les enseñaron la lengua materna a sus hijos, así como la cultura árabe, como una vía de facilitar su compenetración con el medio", según lo que consigna el historiador Orlando Inoa. Acusados de ser "turcos sucios, come cebollas y come carne cruda", en la apreciación del historiador citado, los árabes -sirios, libaneses y palestinos- se crearon un espacio económico a través del comercio, que generó resentimientos entre los comerciantes dominicanos. Con los años, este resentimiento desapareció por completo y este grupo étnico fue agigantándose y creando una inmensa prole de descendientes directos o indirectos que han logrado destacarse de manera significativa en diversas áreas empresariales, profesionales y políticas.

Los judíos llegaron mucho más tarde. Aunque existían judíos de origen sefardita en los albores del siglo XX en Santo Domingo, el mayor núcleo se establece en Sosúa, como consecuencia de un acuerdo del gobierno de Rafael L. Trujillo con las Naciones Unidas que permitió procurar un espacio geográfico a los israelitas que surcaron la dura diáspora de la guerra en los años finales de la década de los cuarenta. Este grupo étnico no logró una incidencia impactante en la sociedad dominicana y aunque creó una descendencia notable, se circunscribió fundamentalmente a la zona de Puerto Plata, donde se dedicó de manera especial a la ganadería y a la producción comercial de derivados lácteos, mientras se mantenía unido a las normas de convivencia religiosa que constituyen los ejes vitales de esta población milenaria.

Los oriundos de China se fueron estableciendo en diversas etapas de la vida histórica dominicana, proceso migratorio que se mantiene activo hasta nuestros días. La descendencia directa ha sido menor, en razón de normas de conducta que los identifican, pero se ha creado una prole de enorme importancia local y la población de origen chino es una de las más numerosas de la República. Los japoneses tienen una presencia más reciente, y también como secuela de la Segunda Guerra Mundial. Un grupo importante fue radicado también por el gobierno de Trujillo en las poblaciones de Constanza y Jarabacoa, entre finales de los años cuarenta y los inicios de los cincuenta, para dedicarse al laboreo de la tierra y a la producción de vegetales y hortalizas, con lo que se dio inicio, en gran escala, a este tipo de comercio en el país. Aunque es común, en alguna medida, la existencia de apellidos de origen chino en cualquier punto de la República, con lo cual se puede determinar una descendencia relevante en la genealogía dominicana contemporánea, no lo es tanto con apellidos de origen japonés, aunque innegablemente, es también parte de las etnias conformantes del hombre dominicano actual.

Una etnia gravitante en cualquier periodo histórico, a la que muchos dominicanos se niegan a otorgar la importancia que merece, es la que nos proveen nuestros vecinos haitianos. Importantes familias y hombres ilustres de distintos periodos históricos poseen ascendientes haitianos en primera, segunda o tercera generación. Corrientemente, este detalle genealógico ha sido, cuando no ocultado totalmente, sutilmente encubierto, debido al afán histórico de impedir cualquier tipo de ligazón política, social, cultural, y mucho menos sanguínea con la población de la parte oeste de la isla. La ligazón sanguínea en vez de reducirse, se ha ampliado en las décadas posteriores al final de la Era de Trujillo, debido, fundamentalmente, al trasiego de jornaleros haitianos hacia el territorio nacional para las labores del corte de la caña, cuando muchos de ellos permanecen en el país concluido el proceso laboral mencionado y se unen a mujeres dominicanas con las cuales procrean hijos con el sello haitiano. Los trabajadores provenientes de Haití se han incorporado además, en los últimos años, a otras faenas agrícolas en diversas comunidades de la República, así como a la industria de la construcción. (Una reciente visita a Constanza nos permitió constatar como el laboreo en las plantaciones de frutas y hortalizas, ha quedado mayoritariamente en manos de jornaleros haitianos).

La creciente inestabilidad política exhibida por Haití en los últimos treinta años, especialmente, ha movido a millares y millares de sus nacionales hacia nuestro territorio, lo que ha acentuado, entre otros dilemas sociales y culturales, los ayuntamientos carnales con mujeres dominicanas, y también, desde la otra vía, de mujeres haitianas con hombres dominicanos, afectándose así sensiblemente la nacionalidad dominicana con la inserción de una amplia prole con ambas sangres en la genealogía del hombre dominicano del presente, algo que debemos decir se viene originando desde el siglo diecinueve, pero en proporciones entonces mucho menor a lo que ocurre en la actualidad.

Contrario a lo que pueda pensarse, estos ayuntamientos carnales no solo ocurren en los más bajos niveles sociales, sino que, incluso, sectores de clase media participan de este proceso de inserción en la etnia dominicana. Pero, sin dudas, es en las capas bajas de la sociedad donde se manifiesta más contundentemente la presencia de haitianos y haitianas conviviendo con dominicanos y dominicanas, relacionamiento que se efectúa sin ningún tipo de cortapisas en los sectores barriales de menores ingresos de la capital de la República y espacios rurales del este y el sur del país.

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Los árabes arribaron a mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, y desde entonces dieron nacimiento a uno de los conjuntos étnicos más aportadores y activos y al elemento racial más  nfluyente en la época contemporánea en la República Dominicana.

Los judíos llegaron mucho más tarde.

Aunque existían judíos de origen sefardita en los albores del siglo XX en Santo Domingo, el mayor núcleo se establece en Sosúa, como consecuencia de un acuerdo del gobierno de Rafael L. Trujillo con las Naciones Unidas...